El periodista y economista Tomás Bulat plantea la necesidad de que la Argentina deje atrás un largo camino de fluctuaciones y retrocesos constantes para encarar, de una vez y para siempre, la senda del crecimiento sustentable y el desarrollo. Contra la creencia popular, afirma: Este país no es rico. Y si quiere serlo alguna vez, deberá cambiar de actitud. Más y mejor gestión para reducir la inflación y la pobreza, la clave.
No puedo olvidar los maravillosos días de la vuelta de la democracia. Tenía 18 años en 1982 y comencé -como muchos de mi generación- a participar en política celebrando la recuperación de los valores más importantes, empezando por la vida, que estaba tan devaluada en los 70, junto con la libertad, la recuperación de los derechos ciudadanos y la responsabilidad de elegir nuestros representantes. Un año que ponía un "nunca más" a una de las décadas más tristes de la historia argentina.
Como toda época de resurgir, las ilusiones son siempre mas altas que la realidad. Con la democracia se come, se educa y se cura...
Lo cierto es que la economía se convirtió en una de las grandes frustraciones. El primer gobierno democrático terminó con hiperinflación y tuvo que adelantar la entrega de mando al ya elegido democráticamente Carlos Menem.
La herencia de la democracia
Siempre la herencia es importante para saber el punto de partida y los problemas a resolver. En términos económicos hay que recordar que la democracia viene después de perder una guerra, con default de la deuda externa, con tasas internacionales en dólares altísimas, fruto de la política de la FED para bajar la inflación. Es decir, un escenario nada alentador y con un nivel de inflación de más del 100% anual.
Las deudas que el gobierno de Raúl Alfonsín venía a reparar eran más políticas y sociales que económicas; de hecho, en esos campos tuvo sus mayores aciertos, pero en economía fracasó.
Durante la democracia también hubo varios intentos para estabilizar la economía. Programas económicos que tuvieron mucho conocimiento e ingenio, como el Plan Austral y que, en efecto, consiguieron resultados de corto plazo. Pero todos esos programas finalmente terminaron fracasando, con finales abruptos que incrementaron la pobreza y, peor aún, definieron un nuevo piso sobre la cantidad estructural de pobres que hay en la sociedad.
Luego del final de la hiperinflación, Menem intenta algunas medidas sin que sea un plan integral, hasta que luego de la segunda hiperinflación de febrero de 1991, se implementa el conocido plan de convertibilidad, que solo es posible entenderlo en un contexto de una sociedad cansada de tanta inestabilidad.
El plan tiene éxito en bajar la inflación de manera rápida y logra la mayor cantidad de años de baja inflación del país, pero al costo de tener un gran endeudamiento que, a la larga, terminó nuevamente con una salida abrupta luego de una híper recesión.
El gobierno de Fernando De La Rua comienza con la economía estancada, en realidad con recesión, acompañado con un gran endeudamiento, y su gestión no supo o no quiso tomar las medidas para revertir estos problemas.
La salida desordenada de la convertibilidad llevó finalmente a que asumieran cinco presidentes en una semana, pero uno de ellos declaró el mayor default de la historia, lo cual era entendible que se hiciera. Lo que no es aún hoy entendible es que se aplaudiera como si se tratara de un triunfo patriótico. Son los problemas de la democracia adolescente de la que tantas veces hemos hablado.
Los gestos grandilocuentes ante los fracasos son parte de ese espíritu de que en realidad nos tiene que ir bien. La famosa frase de estamos condenados al éxito. Un resumen de la irresponsabilidad colectiva. Si estamos condenados a que nos vaya bien, podemos hacer cualquier barbaridad, es un certificado de impunidad que lo único que muestra es que es mentira. Cuando hacemos barbaridades, nos va mal.
Finalmente el período de los Kirchner, que luego del crecimiento termina su mandato otra vez con una economía estancada, con inflación, con deuda interna y externa y con un déficit energético que nos dejará como legado un gran problema por los próximos años.
Es decir, presidentes que comienzan sus ciclos con problemas, luego tienen años que los mejoran y se consideran imbatibles, para terminar con la economía en recesión o estancada, y retirándose dejando al país con nuevas deudas y problemas luego de gestas políticas más relatadas que reales.
Este ciclo de crecer mucho, estancarse y después caer, que ya es tan nuestro, es la principal deuda que tiene la democracia con la economía. Porque como dijimos, la pobreza es la gran estrella del ciclo. Cada vez hay más. Todo nuevo gobierno democrático se considera fundacional, y termina con grandes deudas por no poder sostener sus reglas fundacionales.
Así las cosas, la imposibilidad de hacer acuerdos de políticas de Estado capaces de consensuar ciertos manejos macroeconómicos hace que estemos empezando cada nuevo período, cayéndonos y volviendo a arrancar.
Estabilidad antes que desarrollo.
¿Por qué hago hincapié en la estabilidad y no en el desarrollo? Porque sin estabilidad macroeconómica -un crecimiento sostenido, no muy elevado, sino sostenido- con baja inflación, con tipo de cambio flotante, con una administración razonable de la deuda, no hay forma de pensar en desarrollarse. Es mentira hablar de desarrollo sin estabilidad macroeconómica. Pero no hay caso, no hay consensos en ese tema. Para la política y para la sociedad argentina suena a poco desafío tener estabilidad cuando estamos destinados a ser algo más.
Todo gobierno democrático subestima la economía. Como el poder se concentra mucho, se cree que se puede hacer lo que se quiere. Son varios los que creyeron y creen que con "voluntad política" se puede hacer cualquier cosa sin sufrir consecuencias.
Metas más modestas
El discurso político de la democracia sobre la economía está sobreestimado. Los gobernantes dicen, y quizás lo creen, que la Argentina está destinada a un gran futuro. Cada vez que tenemos cerca un fin de ciclo económico de los que estamos acostumbrados, la frase preferida es "con este país que tenemos, tan rico, que nos esté pasando esto..." Es decir, este país, si no hacemos nada, ya es rico. Esta creencia que nos llevó hace años a usar el slogan "Argentina potencia", nos hace creer que haciendo pocas cosas y haciéndolas un poquito bien, sin ser muy rigurosos ni demasiado autoexigentes, el país debería andar bárbaro.
Lo cierto es que este país no es rico, y si lo quiere ser algún día, deberá cambiar su actitud.
El problema es que en el discurso, entonces, las expectativas que tiene la sociedad de lo que debería ser su nivel de vida y las que tiene la clase política sobre lo que deberían ser sus obligaciones, no está avalado por la realidad productiva de la Argentina.
Esto hace que con sencillas metas de crecimiento económico de 3-4% anual y con un inflación de 5-7%, todos nos sintamos disconformes. Ese crecimiento no alcanza para que nuestra calidad de vida mejore rápidamente, y tener una baja inflación significa tener que tomar decisiones de donde asigno recursos y, principalmente, a quién le saco ingresos o no le asigno un gasto.
Este crecimiento moderado con una inflación baja implica que las expectativas tienen que ser más modestas -tanto de la población como de los dirigentes- e implica tomar decisiones más de gestión y administración, y no de grandes causas fundadoras del país. Es decir, que el discurso político pierde fuerza para un país que necesita de la emoción para poder seguir a alguien.
Este supuesto derecho ganado que tenemos los argentinos a ser ricos, hace que cuando podemos aprovechar alguna situación, lo hagamos al extremo. Si nos podemos endeudar, nos superendeudamos para vivir por encima de nuestras posibilidades. Queremos tener plata para todos, imprimimos billetes más allá de lo razonable. Solo hacemos aquello que nos otorgue la satisfacción en el corto plazo de la expectativa de riqueza que no somos capaces de producir.
Así es el ciclo económico junto con el discurso político. Una sociedad que se cree con el derecho a vivir mejor de lo que está en condiciones de proveer su forma de trabajar. Si un país es desordenado, anómico, con muchos feriados, con educación laxa, puede (o no) ser un país más feliz que uno ordenado. Lo que definitivamente será es menos rico.
Crecimiento vs. desarrollo
En todos los discursos económicos argentinos se habla de desarrollo versus crecimiento. Está claro que sin crecimiento económico, no hay desarrollo, y que uno no implica lo otro. Pero lo interesante es que la palabra estabilidad en el discurso no encuentra ningún atractivo para nadie, pero luego, cuando sobreviene el fin del ciclo, todos nos quejamos de este país que es tan volátil.
Entonces, el desafío del discurso político y de la acción posterior de la democracia en relación a la economía, es bajar el tono de su grandilocuencia. Lo interesante sería encontrar así más consensos políticos para poder hacer acuerdos de estabilidad económica. Es tan inútil como irracional discutir cómo disminuir la pobreza teniendo una inflación del 25% anual y que está creciendo. Mientras no se logre estabilidad macroeconómica, todos los discursos de desarrollo económico son absolutamente teóricos.
El desafío de la cuarta década
Están resumido en estas líneas: que la economía argentina logre estabilidad macroeconómica. Que tenga baja inflación, crecimiento moderado, un dólar que fluctúe, y que la creación de empresas nuevas y de empresas cada vez más grandes se vaya dando de modo sencillo, pero sistemático. Que después de tantos años de fluctuaciones, de sentirnos ricos a pesar a ser pobres, podamos tener menos emociones y una vida más aburrida, pero que al final de una década podamos decir que Argentina de manera sólida pudo bajar su nivel de pobreza. Tener una economía más normal, más aburrida, que se preocupe cada vez más en cómo ser mejor en la gestión. Una generación de dirigentes que no funde la Argentina cuando ellos asumen, pero que tampoco la funde cuando termine su mandato. Menos gestas heroicas para su mandato y más gestión para los argentinos.
La democracia es un avance en la civilización. Es madurar, lo cual implica ser más reflexivo ante los desafíos, pero a la vez ser perseverantes en ellos.
Eso necesita la economía de la democracia. Más estabilidad. Cuando lo logremos, podremos comenzar a hablar de crecimiento sustentable y desarrollo. n 3D
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