sábado, 5 de mayo de 2012

INT. La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?

En Francia aseguran que Charlene Wittstock atraviesa una profunda depresión. Los secretos de su marido que comienza a conocer.

La princesa está triste, o al menos eso es lo que asegura la revista francesa Voici. La sudafricana Charlene Wittstock, esposa del príncipe Alberto II de Mónaco, parece estar atravesando un período de depresión, según la revista, provocado por su “fracaso” de no podes producir un heredero legítimo al trono del principado. Un nuevo capítulo en la saga dinástica más turbulenta de todos los tiempos.

Charlene, excampeona olímpica de natación, de 34 años, estaría muy preocupada, sobre todo por aquel supuesto acuerdo hecho con su marido en el que establecieron que sería libre de solicitar el divorcio una vez que diera a luz un heredero varón de la dinastía Grimaldi. Según un allegado al palacio monegasco, “Charlene debería proporcionar un heredero, y entonces, si las cosas no van bien, ella recibirá una generosa suma de dinero y sería libre”.

Alberto II –décimotercer soberano de Mónaco- ya tiene dos hijos (Jasmin y Alexandre), fruto de dos aventuras románticas con una agente de bienes norteamericana y una azafata togolesa, pero no tienen derecho a sucesión al trono. Según Voici, “Charlene ha hecho que el tema del embarazo sea un tema tabú en los pasillos del palacio Real. Ella puede tener una gran sonrisa en su rostro en las funciones oficiales, pero por dentro está estresada y frustrada. Es un tema que pesa muy fuertemente sobre sus hombros”.

Un rostro más que triste lució Charlene el día de su gran boda, el pasado 2 de julio, en la Roca monegasca. Los motivos eran muchos y alimentaron las más variadas historias, nunca confirmadas. La más fuerte asegura que pocos días antes del casamiento se enteró que Alberto mantenía oculto un tercer hijo, por lo que habría intentado escapar de Mónaco, siendo detenida por la policía en el aeropuerto de Niza y devuelta al palacio.
Con la mediación de un religioso monegasco, Alberto II y Charlene llegaron al mencionado acuerdo según el cual, como afirma el semanario francés VSD, “una vez que la sucesión de la dinastía esté asegurada, cada uno de ellos será libre de nuevo”.

Sola, sin amigos en el Principado como ella misma afirmó, la “princesa fugitiva” parece haberse sumado a la extensa lista de princesas tristes de la dinastía Grimaldi de Mónaco. A su depresión habría que sumarle el trato indiferente que le ofreció su cuñada, la emblemática princesa Carolina, y el peso de la “maldición Grimaldi”, que desde el siglo XIII ronda los pasillos del castillo y según la cual ninguna historia de amor de esta dinastía tendría una final feliz.

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