Diputados dio media sanción esta tarde a la iniciativa para instituir el 23 de octubre como el Día del Boxeador Santafesino.
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Diputados dio media sanción esta tarde a la iniciativa para instituir el 23 de octubre como el Día del Boxeador Santafesino.
La fecha, es en homenaje al natalicio del entrenador Amilcar Brusa.
El proyecto, es iniciativa del legislador Roberto Mirabella, quien destacó que Brusa "está considerado como uno de los diez preparadores de boxeo más importantes del mundo. Es un hijo de esta provincia y este sería un homenaje a él y a todos los que encuentran en este deporte un modo de superación".
Nació el 23 de octubre de 1922 en Colonia Silva. Tres principios decisivos marcaron su vida: el trabajo, la disciplina y la seguridad para lograr el éxito. Esa certeza que lo consagró como uno de los entrenadores latinoamericanos de boxeo más grande de todos los tiempos, con ingresos en el Salón de la Fama de Nueva York y Los Ángeles.
El gran salto hacia la realización definitiva lo dio junto a Carlos Monzón, un joven hosco y pobre nacido en el barrio La Flecha, de San Javier, con quien se conectó en 1960 y a partir de entonces, con el arduo trabajo diario iniciado en el humilde gimnasio pugilístico "prefabricado" bajo la tribuna popular de Unión, llegaron a la cumbre del boxeo mundial.
Ganaron todos los títulos, mucho dinero y fueron aclamados en los escenarios más codiciados por cualquier deportista entre 1970 y 1977. Desde Mónaco, con la princesa Grace Kelly "disfrutando del" noble arte "en butacas aterciopeladas", hasta el Madison Square Garden, con el intrépido Don King, en la primera fila del ring side.
La relación Brusa-Monzón fue perfecta. Inquebrantable entre un técnico y boxeador. Jamás firmaron papel o contrato alguno. La lealtad fue el factor común y el respeto profesado por Monzón a su maestro fue una de las máximas sensaciones cercanas al amor que pudo avistarse en el sensacional campeón de los medianos.
Se distanció del Luna Park y de su promotor, Juan Carlos Lectoure, en 1976, en modo terminante y absoluto. Debió emigrar y emigró. No le tembló el pulso ni le faltó el trabajo. Miami, Caracas, Los Ángeles y Barranquilla fueron base de su labor y de la consagración internacional con boxeadores de esas tierras.
La lejanía y el paso del tiempo lo fueron transformando. Se volvió quejoso y gruñón. Nunca asimiló el sufrimiento que debió sobrellevar su esposa Blanca durante 15 años, antes de morir meses atrás. Entonces comenzó a quebrarse .
Jamás perdió el entusiasmo y la credibilidad en el boxeo, más allá de sus cambios y deterioros. Siguió en actividad hasta el último día lúcido de su vida. En su gimnasio y buscando lo mejor de sus pupilos del "UPCN Boxing Club".
Celebró "devolverle" a la capital santafesina un campeón mundial: Carlos Baldomir, en 2006, con su aporte en el rincón y consagrar a su "hija del alma" Alejandra Oliveras, reina de los rings, otra vez, en agosto último.
La fecha, es en homenaje al natalicio del entrenador Amilcar Brusa.
El proyecto, es iniciativa del legislador Roberto Mirabella, quien destacó que Brusa "está considerado como uno de los diez preparadores de boxeo más importantes del mundo. Es un hijo de esta provincia y este sería un homenaje a él y a todos los que encuentran en este deporte un modo de superación".
Nació el 23 de octubre de 1922 en Colonia Silva. Tres principios decisivos marcaron su vida: el trabajo, la disciplina y la seguridad para lograr el éxito. Esa certeza que lo consagró como uno de los entrenadores latinoamericanos de boxeo más grande de todos los tiempos, con ingresos en el Salón de la Fama de Nueva York y Los Ángeles.
El gran salto hacia la realización definitiva lo dio junto a Carlos Monzón, un joven hosco y pobre nacido en el barrio La Flecha, de San Javier, con quien se conectó en 1960 y a partir de entonces, con el arduo trabajo diario iniciado en el humilde gimnasio pugilístico "prefabricado" bajo la tribuna popular de Unión, llegaron a la cumbre del boxeo mundial.
Ganaron todos los títulos, mucho dinero y fueron aclamados en los escenarios más codiciados por cualquier deportista entre 1970 y 1977. Desde Mónaco, con la princesa Grace Kelly "disfrutando del" noble arte "en butacas aterciopeladas", hasta el Madison Square Garden, con el intrépido Don King, en la primera fila del ring side.
La relación Brusa-Monzón fue perfecta. Inquebrantable entre un técnico y boxeador. Jamás firmaron papel o contrato alguno. La lealtad fue el factor común y el respeto profesado por Monzón a su maestro fue una de las máximas sensaciones cercanas al amor que pudo avistarse en el sensacional campeón de los medianos.
Se distanció del Luna Park y de su promotor, Juan Carlos Lectoure, en 1976, en modo terminante y absoluto. Debió emigrar y emigró. No le tembló el pulso ni le faltó el trabajo. Miami, Caracas, Los Ángeles y Barranquilla fueron base de su labor y de la consagración internacional con boxeadores de esas tierras.
La lejanía y el paso del tiempo lo fueron transformando. Se volvió quejoso y gruñón. Nunca asimiló el sufrimiento que debió sobrellevar su esposa Blanca durante 15 años, antes de morir meses atrás. Entonces comenzó a quebrarse .
Jamás perdió el entusiasmo y la credibilidad en el boxeo, más allá de sus cambios y deterioros. Siguió en actividad hasta el último día lúcido de su vida. En su gimnasio y buscando lo mejor de sus pupilos del "UPCN Boxing Club".
Celebró "devolverle" a la capital santafesina un campeón mundial: Carlos Baldomir, en 2006, con su aporte en el rincón y consagrar a su "hija del alma" Alejandra Oliveras, reina de los rings, otra vez, en agosto último.
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