Por DRA. PERRI KLASS y ' 16 de octubre de 2016
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Hace un par de semanas recibí en mi consultorio a uno de esos niños que solo comen alimentos blancos: un niño de nueve años que vive de papas a la francesa, tiras de pollo, arroz blanco y pan blanco. Algunos de estos niños son tan estrictos que sus padres tienen que advertir en los restaurantes que si hay un leve rastro de perejil en las papas a la francesa, el niño no se las comerá.
La madre estaba desesperada: no toca ni un vegetal, decía. No come nada saludable. Algunos niños quisquillosos son flacuchentos, pero este era robusto. De hecho, me sorprende que si comento que estoy preocupada porque su hijo está ganando peso muy rápido, los padres casi siempre me contestan que el niño casi no come, que no tiene apetito, que el niño es increíblemente y terriblemente quisquilloso.
Y es que puede ser realmente doloroso para los padres ver cómo sus hijos rechazan la comida y preocuparse porque no les están dando todas las vitaminas, proteínas y verduras que necesitan.
La gente muchas veces critica a los niños quisquillosos y condenan tanto a los niños (“¡Tan poco aventurero, tan miedoso de nuevos sabores!”) como a los padres (“¡No entienden que es su responsabilidad poner las reglas!”); además, inevitablemente, culpan a nuestra época tan permisiva y degenerada (“¡Cuando yo era niño, comíamos lo que nos ponían enfrente y nada de tonterías!”).
La Dra. Natalie Muth, una pediatra en Vista, California, quien también es dietista certificada y autora, en colaboración con Sally Sampson, deThe Picky Eater Project, que saldrá a la venta el próximo mes, me dijo que es importante exponer a los niños a diferentes sabores incluso a través de lo que la madre come durante el embarazo y la lactancia.
Dijo que muchos niños se vuelven relativamente quisquillosos aproximadamente a los dos años de edad, así que es importante exponer a los niños más pequeños a muchos alimentos, muchas veces. Están más dispuestos a probar nuevas cosas durante el primer año que comen sólidos, entre los seis y los 18 meses, y múltiples acercamientos les ayudarán a aprender a disfrutar distintos sabores.
“Hablo sobre entrenar tus papilas gustativas; puedes necesitar varios intentos antes de que algo te guste”, dijo Muth. “Ni siquiera tienes que masticarlo y tragarlo, simplemente ponlo en tu lengua”.
Ese niño de dos años que puede estar en la etapa de desarrollo del miedo a lo nuevo también está listo para todos los conflictos de separación e independencia. “Cuando nacemos a todos nos gusta lo dulce y lo salado, y un niño de dos años no es la excepción”, dijo la Dra. Muth. “Sin embargo, un niño de dos años está tratando de autoafirmarse”.
Cuando esas batallas persisten en cuanto a la comida, y los padres se dan cuenta de que están lidiando con un niño quisquilloso, la idea es que sigan ofreciendo comida, que continúen alentando gustos repetidos y que permitan que el niño vea a otros miembros de la familia mientras comen alimentos distintos, hacer todo esto, pero dejar que el niño tome la decisión sobre qué comer. “Hay una división de responsabilidades que la dietista Ellyn Satter describió por primera vez”, explicó Muth, “los padres escogen qué le ofrecen y cuándo lo hacen, y el niño escoge qué comer”.
Como pediatra, me preocupo cuando los niños no aumentan de peso o, a veces, cuando ganan mucho peso, como algunos de los niños que solo se alimentan de comida blanca. Supongamos que los niños quisquillosos con la comida solamente son meticulosos, incluso hay estudios que han demostrado que aunque no coman muchas verduras, ingieren más o menos la misma cantidad de comida que otros niños.
Puede ser de gran ayuda, y tranquilizante, darle vitaminas a los niños que tienen dietas muy limitadas.
“Un niño hambriento terminará por comer”, dijo Muth. “La mejor oportunidad es que el niño tenga hambre durante las comidas cuando hay variedad de opciones”.
Aunque puede ser un proceso largo, según Muth, da ánimos a los padres para seguir intentándolo y no rendirse a la tentación de crear comidas alternas. “Una familia, un menú”, dijo. “Quizá puedas incluir algo que tu hijo sí come, pero no des un trato especial al niño quisquilloso”.
El niño puede recapacitar o puede aprender a cocinar, dijo, y los niños que aprenden a cocinar han demostrado estar más interesados en probar nuevos alimentos.
Esto puede ser un proceso largo y muy estresante para los padres; los pediatras pueden ayudar al asegurarse de que, efectivamente, el niño va creciendo con normalidad, y pueden investigar qué más puede estar pasando.
En aquellos casos raros donde un niño no crece apropiadamente, debemos considerar problemas más serios, desde alergias alimentarias y afecciones gastrointestinales hasta autismo y otros temas del desarrollo.
Tengo un amigo pediatra cuyo hijo no comía. Todo iba bien cuando lactaba y tomaba fórmula, pero cuando llegó el momento de pasar a alimentos sólidos, el niño simplemente no parecía tener apetito. Era imposible hacer que comiera, y la falla en su crecimiento fue bastante importante para que su pediatra pidiera hacerle pruebas para descartar algunos de los síndromes y enfermedades crónicas que pueden causar lo que llamamos “falta de crecimiento”.
El niño también se tardó en hablar y fue su terapeuta del lenguaje quien sugirió que podría haber una conexión con sus dificultades para comer. Necesitó terapia especializada para ayudarle a su boca a desempeñar sus distintas funciones; cuando mejoró su masticado y deglución, comenzó a subir de peso y a crecer.
Sin embargo, la mayoría de los niños no tienen un problema médico serio. Aun así, y a pesar de los mejores esfuerzos de sus padres para ofrecerles una gran variedad de alimentos, algunos niños son muy renuentes. Sé que la madre de aquel niño de nueve años en mi consultorio pensó que le estaba fallando a su hijo, y probablemente estaba preocupada de que yo la juzgara por el aumento de peso de su hijo y por darle toda esa comida incolora, que era lo único que aceptaba.
Esos no eran los mensajes que intentaba mandarle; sin embargo, los matices emocionales sobre la alimentación siguen siendo poderosos para los padres. Nos sentimos directamente responsables de lo que comen nuestros hijos —y de lo que no comen—; sin embargo, las negociaciones sobre autonomía y responsabilidad son más complicadas que eso.
“No es una causa perdida”, dijo Muth. “Podemos ayudar a los niños a que coman más saludable y variado, pero toma tiempo”.
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