Por PAULA DURAN 25 de septiembre de 2016
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Un grafiti en San Vicente del Caguán, Caquetá, sede de las fallidas negociaciones entre el gobierno de Andrés Pastrana y las Farc a finales de los años noventa. CreditMauricio Duenas Castaneda/European Pressphoto Agency
BOGOTÁ – A principios de septiembre, la primera dama de Colombia se tatuó una paloma de la paz en la muñeca. Cada fin de semana, desde hace casi un mes, caravanas de autos con afiches que dicen “No” recorren los barrios de las principales ciudades del país. A mediados de mes, en Santa Marta —al norte de Colombia—, apareció una valla grande con el rostro del jefe de las Farc y una pregunta provocadora: “¿Quieres ver a Timochenko presidente?”. El 21 de septiembre, un grupo de jóvenes decoró edificios de Bogotá que habían sido sitios de atentados con globos blancos que decían: “Estas bombas Sí”.
A una semana del plebiscito del 2 de octubre, día en que los colombianos tendrán la oportunidad de votar por el Sí o por el No al acuerdo alcanzado entre el gobierno y las Farc tras cuatro años de negociaciones, los defensores de cada posición parecen haberse puesto de acuerdo en un solo punto: en que están en desacuerdo y no van a ceder.
Los días previos a la votación que marcará la historia de Colombia se viven con tensión, incertidumbre, ansiedad, rabia y esperanza. Todo depende de a quién se le pregunte. Pero la marcada polarización por el Sí y por el No también es contracara de otra división que no suele aparecer en los medios: la de una ciudadanía que se debate entre la expectativa, la desinformación y la indiferencia.
Para Walter Coronado, de 36 años, que trabaja en una fábrica de estampados en Bogotá, el acuerdo que el gobierno de Juan Manuel Santos logró con el grupo guerrillero “es injusto, es una vil mentira, una blasfemia. Señalan a los delincuentes con el dedo para subirlos al poder”.
“No es justo que no paguen cárcel sin arrepentimiento. Hay que negociar con verdad; con justicia, que estos asesinos paguen”, agrega Coronado.
Como muchos colombianos, fue desplazado en 1998 de su rancho en Tolima, un departamento en el centro del país. Para él “no es difícil perdonar” pero sí es difícil aceptar “lo que negoció Santos. Eso parece escrito por las Farc”, dice.
Otros mantienen la esperanza. Rosa Silva, que tiene 70 años y hace 20 vende maíz para las palomas en la Plaza de Bolívar, dice que apoyará el acuerdo. Silva se mudó a Bogotá desde Achí, un pueblo de Bolívar —un departamento al norte del país— después del secuestro y asesinato del padre de sus hijos. Votará Sí “para que se acabe tanta matanza de gente inocente y no haya tanta violencia”.
En Paloquemao, una de las plazas de mercado más grande de Bogotá, se siente el pesimismo. Varios vendedores dicen que el gobierno promete y no cumple, que no conocen los argumentos del Sí ni del No, que el gobierno se olvidó de los campesinos y que en Colombia nunca va a haber paz.
Johanna Martínez, una vendedora de 45 años, se siente desmoralizada y dice que no va a votar: “¿Para qué sirve el voto? No se va a lograr la paz, llevamos tantos años en esto que ya nadie lo mejora”.
Si bien la mayoría de sondeos da un predominio al Sí, los números fluctúan y los expertos dicen que al ser un tema tan emocional estos no son muy fiables. Según la más reciente encuesta de Invamer Galluppublicada el 20 de septiembre por Caracol Televisión, 67 por ciento de los colombianos están a favor del Sí, mientras que el 32 por ciento votarían por el No. El margen de error total fue de más o menos 4,9 por ciento.
Qué votarán los colombianos
Durante la última semana los colombianos vieron un espectáculo inédito. Las Farc estuvieron reunidas en los Llanos del Yarí –en la región amazónica del país— en su última conferencia como organización armada. Tras una semana de sesiones de pedagogía, deliberaciones sobre su futuro y conciertos, el viernes pasado ratificaron el acuerdo y prometieron dejar las armas.
Esta semana los congresistas no sesionarán para dedicarse a la campaña, y el lunes se vivió gran expectativa por la firma del acuerdo final en Cartagena entre el presidente Santos y Rodrigo Londoño, el líder de las Farc. Mientras Santos derramó lágrimas e invocó el himno de Colombia al decir que por fin “cesó la horrible noche”, Londoño pidió perdón a las víctimas por la violencia causada por la guerra.
Ahora solo falta el voto de los colombianos.
Según los negociadores, el acuerdo final, que deberá ser refrendado por los ciudadanos, es una hoja de ruta para que los integrantes de la guerrilla más antigua del continente dejen las armas y se reintegren a la vida civil.
El documento traza una reforma rural integral, una apertura democrática que abre la posibilidad de nuevos partidos políticos, una estrategia de sustitución de cultivos ilícitos y un sistema de reparación y justicia.
Humberto de la Calle, jefe negociador del gobierno, define el acuerdo como “una agenda de oportunidades”. Esta agenda, dice, busca “recuperar el campo, mejorar la política y contribuir a solucionar el problema del narcotráfico”, lo cual “es algo que a todos nos debería interesar”.
El desarme será verificado por las Naciones Unidas. Después de la firma del acuerdo, las Farc tienen 180 días para entregar todo su armamento, con el cual se harán tres esculturas: una en Cuba, otra en la sede de las Naciones Unidas y una en Colombia.Continue reading the main storyPhoto
El expresidente Álvaro Uribe es una de las caras más representativas del No. CreditLuis Benavides/Associated Press
El grupo guerrillero se concentrará temporalmente en 23 zonas de normalización para empezar su transición hacia la vida civil. El acuerdo también estipula que las Farc podrán crear un nuevo partido político con el que deberán participar en las elecciones de 2018 y 2022, y les garantiza una representación mínima de cinco bancas en el senado y otras cinco en la cámara de representantes durante esos dos periodos.
Mientras se reintegren a la sociedad, los guerrilleros recibirán un apoyo económico del 90 por ciento del salario mínimo (cerca de 210 dólares) por 24 meses. También les darán casi tres salarios mínimos (unos 685 dólares) al salir de las zonas de normalización y tendrán derecho a un apoyo de poco más de 11 salarios mínimos ( unos 2750 dólares) para un emprendimiento individual o colectivo.
Por último, el acuerdo crea una jurisdicción especial de paz que otorgará amnistías e indultos por delitos políticos y conexos. La amnistía no incluye delitos de lesa humanidad, genocidios, toma de rehenes o crímenes de guerra. Para estos se impondrán sanciones restrictivas de la libertad con un máximo de ocho años para aquellos que reconozcan sus delitos y cooperen con la justicia, o penas de prisión de hasta 20 años a quienes no reconozcan sus delitos y les sean probados en la jurisdicción especial.
Para Rodrigo Uprimny, profesor de la Universidad Nacional y miembro de la organización Dejusticia, “el acuerdo posibilita una paz probable; el No posibilita una guerra probable”.
Quienes se oponen al acuerdo, en especial el expresidente Álvaro Uribe y su partido Centro Democrático, dicen que buscarían volver a la mesa con las Farc para renegociar ciertos puntos y lograr compromisos más concretos.
Según Francisco Santos, quien fue vicepresidente de Uribe y es primo hermano del actual presidente, “el voto por el No es un voto por la paz, no por la guerra. Es para consolidar la paz, para que esto no se repita”.
En un foro sobre la paz en Bogotá, el exvicepresidente dijo que el acuerdo no conducirá a una paz auténtica porque las Farc no pagarán un día de cárcel, no aportarán dinero para la reparación a las víctimas y porque la dignidad democrática quedaría herida con el espacio político que se le otorga a la guerrilla.
El acuerdo, dijo, “le manda un mensaje terrible a la sociedad: que ser pillo paga y, entre más pillo sea, más me dan”.
Esos son, de hecho, los temas más sensibles del acuerdo, los que los promotores del No han elegido como caballos de batalla: la elegibilidad política de las Farc, las penas privativas de la libertad en vez de sanciones de prisión tradicionales, y los apoyos económicos que recibirán los guerrilleros.
Un nuevo relato de país
Más allá de los enfrentamientos entre los defensores del acuerdo y sus opositores, varios académicos y líderes políticos coinciden en que el plebiscito del próximo domingo es histórico para Colombia, mucho más importante que cualquier elección presidencial.
Antanas Mockus, excandidato a presidente reconocido por su cruzada para desarrollar la cultura ciudadana, cree que este es un momento de renacimiento.
“Uno no escoge dónde nace, no escoge a sus padres ni a su país. Si hay un renacimiento, ya puede escoger uno: quiero renacer en una Colombia que respete los derechos humanos, quiero renacer en una Colombia en la que nadie use las armas para hacer política”, dice, en su oficina en Bogotá.
Jorge Restrepo, profesor de la Universidad Javeriana y director de Cerac —un centro de pensamiento especializado en conflictos y violencia armada—, coincide en que Colombia está en un momento de transición, lo que genera incertidumbre y preguntas sobre el futuro. Es, además, un momento en el que Colombia tendrá que enfrentar sus demonios, dice Restrepo: “El demonio más grande es darnos cuenta de que nosotros desvalorizamos, desacralizamos la vida; que aquí se permitía matar al otro”.
Los últimos años, desde que comenzó el proceso con las Farc, se pueden entender también como uno de los momentos más importantes para la definición de la nacionalidad colombiana.
Para Uprimny, la falta de identidad nacional se debe a una geografía difícil, a regionalidades fuertes y a la ausencia de un mito fundador moderno. “Necesitaríamos un mito fundacional que no fuera agresivo, sino democrático. Y qué mejor que la paz no sea un triunfo militar sino una paz pactada”, dice.
Andrés Pastrana, expresidente de Colombia y ferviente opositor al acuerdo alcanzado en Cuba, dice que el acuerdo es entregarle el país a las Farc en vez de pensar en un futuro. “La paz está para unir, no para dividir. Y un acuerdo que está dividiendo a los colombianos significa que no es un buen proceso, que algo está fallando”, le dijo recientemente a El Mercurio de Chile.
Uribe, por su parte, le aseguró a The New York Times que el No busca un país donde “haya tolerancia por las ideas ajenas. La tolerancia parte de un país que se sienta reconciliado y aquí lo que se va a crear es más indignación y más rencor porque se le perdona todo al terrorismo”.Continue reading the main storyPhoto
Dos leyendas del deporte colombiano, el boxeador Miguel Lora y el futbolista Carlos Valderrama, junto al exalcalde Antanas Mockus, hacen campaña por el Sí en septiembre en Bogotá. CreditFernando Vergara/Associated Press
Sin embargo, otras voces, como la de Rafael Pardo, ministro para el Posconflicto y uno de los encargados de implementar el acuerdo, dice que lo pactado va mucho más allá de las Farc y el gobierno.
Para Pardo se trata, sin duda, de un proceso que desarma a las Farc y pone fin a una guerra de 52 años que mató a más de 220.000 personas y dejó más de cinco millones de desplazados y a más de 25.000 desparecidos. Pero también busca llegar a las raíces de ese conflicto a través de inclusión. “Se trata de la reunificación del país, como las dos Alemanias. Aquí existen dos Colombias”, dice. El acuerdo, señala Pardo, quiere cerrar la brecha entre la Colombia moderna y liberal y otra Colombia que hoy se siente olvidada y poco representada.
Entre el humor, la indiferencia y la ilusión
Sobre el proceso de paz se han escrito miles de artículos, pero pocos con una mirada tan particular como los de Actualidad Panamericana.
Como ocurre en distintos países de América Latina, donde sitios de noticias inventadas y satíricas se han convertido en espacios para digerir la realidad de un modo menos trágico —y para denunciar el absurdo o la impostura de los dirigentes políticos de un modo en que los medios tradicionales no pueden hacerlo— Actualidad Panamericana examina la realidad política de Colombia a través del humor político.
“Acuerdo de paz incluyó definición final de cuáles son el mejor tamal y empanada del país”, dice un titular que publicaron el 4 de septiembre. Entre sus noticias, el medio publicó que el partido de Uribe aseguraba que “leer el acuerdo acarrea alto riesgo de convertirse en guerrillero”, que una vecina de Bogotá extrañaba a los testigos de Jehová después de recibir la visita de promotores del Sí, y que el pitufo gruñón votaría por el No en el plebiscito.
Leovigildo Galarza, seudónimo con el que se presenta uno de los autores del sitio, cree que es fundamental que el proceso de paz y el voto del plebiscito lleve a las personas a activar “el chip de la autocrítica y se pregunten de qué manera yo puedo cambiar mis comportamientos y aportar a la paz”. Porque más que nada, dice, “Colombia es un país de barras bravas ansiosas, un país en el que las ansias, pasiones, emociones nublan el potencial de las personas y la capacidad de entender”.
“Ojalá esto derive en que los colombianos aprendamos a reírnos de nosotros mismos, es un país que le cuesta muchísimo reírse de sí mismo”, añade.
En esta última semana, los que defienden el Sí y los que militan por el No tratarán de conquistar a los colombianos con sus argumentos, movilizaciones y promesas. En un país acostumbrado a la certeza de la guerra, la paz genera incertidumbre, sobre todo en un pueblo históricamente expuesto a las desilusiones.
Muchos todavía comparten las dudas de Berta Gaitán, una vendedora de obleas de 57 años en el centro de Bogotá que dice que “en Colombia nunca va a haber paz. Matan, roban, entonces, ¿qué seguridad vamos a tener? ¿Qué paz es esa? Ya perdí la fe”.
Por otro lado, Alejandro Franco, un estudiante de 24 años, cree que el acuerdo incluye temas que se deberían haber hablado “hace cien años”. Le cuesta entender que alguien pueda oponerse al acuerdo: “Desde que la prioridad en la agenda pública no sea la guerra, eso ya es histórico. Ahora vamos a empezar a hablar de cosas importantes”, dice. “Me emociona un montón”.
Nytimes.com,
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