Dos científicas rosarinas produjeron con colegas un trabajo de campo publicado en el exterior que prueba el valor de la vegetación para bajar drásticamente la temperatura en la ciudad.
La Capital |
El calentamiento global no sólo es un hecho científico indiscutible. También es un proceso claramente perceptible por la población, que lo sufre cada vez más. Los veranos más largos y lluviosos y los inviernos templados son la norma a esta altura en la zona central del país. Ante este cambio drástico, que se irá acentuando a medida que avance el siglo —aun si se frenaran hoy todas las emisiones, habría un efecto inercial muy fuerte— las ciudades grandes y medianas de zonas templadas cálidas y húmedas, como Rosario, sufren mucho el cambio climático y deben plantearse estrategias para enfrentarlo.
—Ustedes señalan en el trabajo que la temperatura media anual baja hasta 8 y 10ºC entre uno y otro tipo de lugar, con o sin vegetación. Una diferencia enorme.
Frente a este hecho climático contundente, un grupo de científicos rosarinos buscó, por un lado, medir con precisión los efectos en el clima urbano. A partir de estos datos, plantearon alternativas para paliar el cambio climático a nivel urbano, las llamadas “estrategias de mitigación”. Así, la experiencia de cruzarse de vereda en busca de la sombra salvadora de una fila de árboles en el verano rosarino tiene ahora su fundamento y medición científica. El trabajo de campo, realizado en Rosario entre 2013 y 2014 por investigadores de la UNR, tomó desde septiembre de 2013 a agosto de 2014 las temperaturas en ocho puntos de la ciudad, distribuidos en el casco céntrico y en los barrios; a la vez, se diferenció entre lugares con cobertura verde y sin ella. Datos que el Servicio Meteorológico Nacional no puede dar, porque su estación de Fisherton está lejos del casco urbano.
El trabajo ratificó la diferencia sustancial de temperaturas entre áreas con cobertura verde, aun cuando sea mínima, y las que no la tienen en absoluto. Entre ambas se halló una diferencia de hasta 8-10ºC en el promedio anualizado. Dos climas diferentes a metros de distancia, y gracias a una fila de árboles o un pequeño parque-huerta urbano.
Dos científicas de la Facultad de Agrarias de la UNR, la climatóloga Alejandra Coronel y la bióloga Susana Feldman formaron parte del equipo, coordinado por Rubén Piacentini. La investigación fue financiada por Reino Unido y Holanda y coordinada por la holandesa Fundación Ruaf. Se publicó en junio pasado en un periódico científico extranjero, en inglés (Aims Press: Effects of urban green areas on air temperature in a medium-sized Argentinian city, 29 de julio de 2015). Los resultados son contundentes y confirman aquella experiencia del peatón rosarino. La conclusión es que como principal “estrategia de mitigación” hay que crear cuantas áreas verdes se puedan. Todo ayuda: desde una hilera de árboles en pleno centro a un parque apenas mayor a un lote. Pero las granjas urbanas son las preferidas de estas dos científicas, porque además sirven para proveer de alimentos frescos a una ciudad que ha perdido casi por completo su antiguo cinturón de quintas.
Coronel y Feldman hablaron con Más y dieron detalles del trabajo de investigación y, sobre todo, su visión del cambio climático abordado desde Rosario. Ambas remarcan que hace tiempo no existe más el debate en la comunidad científica sobre si hay o no calentamiento global, un tópico que sólo subsiste entre grupos radicalizados. Con el CO2 atmosférico que pasó en 2013 la barrera de 400 partes por millón, contra 280 en 1850, entre otras muchas evidencias, la ciencia ya no debate el asunto, sino su dimensión y desarrollo futuro.”El tema es muy complejo y tiene muchas controversias, pero la comunidad científica acepta estas conclusiones como válidas, dentro de lo provisorio que es el conocimiento científico”, puntualiza Feldman. Igualmente, “se pueden hacer muchas cosas desde el nivel de las ciudades, como Rosario, como se señala en este trabajo que hicimos”.
—Rosario es una ciudad de clima templado cálido húmedo, rasgo que parece que se ha acentuado mucho.
—Coronel: tiene inviernos templados y veranos cálidos con precipitación en verano con su pico en marzo. Tenemos inviernos no rigurosos, cada vez menos, es lo que se está viendo; se ve una disminución de las heladas, un aumento de noches con mínimas más altas, estas son las temperaturas más afectadas, las máximas no han cambiado, porque dependen más del sol. Las mínimas sí han aumentado, con los inconvenientes energéticos que conlleva esto. Los animales y plantas pueden disipar la temperatura corporal si cae la temperatura. Y en las ciudades donde se acumula tanto calor esto es peor.
—Rosario tiene en el macrocentro una gran compactación de construcciones de altura. A la vez tenemos este clima. No parece que hayamos elegido un buen modelo de desarrollo urbano en relación al clima que ya teníamos.
Es que el desarrollo urbano es un producto histórico, no les podemos echar la culpa a los que hicieron la ciudad, que no se planificó, como la mayoría de las ciudades argentinas.Alguien las fundó, o no, y por alguna razón allí comenzó a vivir la gente y se fue haciendo una trama urbana. El urbanismo de la época no tenía en cuenta factores climáticos. Hay que ver qué podemos hacer para mejorar o no empeorar lo que tenemos. Las ciudades han nacido siempre cerca de los ríos. Veamos cómo no empeorar y que los nuevos barrios tengan en cuenta estos factores climáticos.
La necesidad de la investigación realizada surge de este punto, precisamente. Es que “Rosario no tiene un registro oficial dentro de la ciudad de temperaturas y otras variables meteorológicas. La estación meteorológica oficial del SMN se encuentra en Fisherton, fuera del casco de la ciudad”. Faltaban así mediciones dentro del casco urbano, hechas por equipos estandarizados y calibrados, como los del servicio oficial de meteorología.
Así tomó forma el diseño del trabajo: se buscaron tres áreas céntricas, bien dentro de la “isla de calor” que genera la ciudad. Se midió en: Paraguay y Mendoza; Balcarce y Tucumán y Maipú y San Juan (ver mapa en pág. 11), zonas que carecen por completo de forestación. Luego se eligieron las áreas que, al contrario, sí tienen cobertura verde, aunque sea parcial. La primera estación de medición de este segundo grupo se buscó en el casco céntrico, pero en una calle con buen arbolado: Urquiza entre Paraguay y Presidente Roca, donde los jacarandaes han prosperado y proveen de buena sombra. “En esa cuadra se nota mucho la diferencia de temperatura” con una que no tiene árboles, apuntan. Las otras estaciones se pusieron en el parque Independencia y en varios parques huerta creados por el programa municipal de agricultura urbana: el parque huerta Molino Blanco (Ayacucho y Guillermo Tell, sobre el Saladillo) y el del Hogar Español (Uriburu al 3800). A estos se sumó otro que “lamentablemente no está más”, ubicado detrás de Odontología, en Vera Mujica y San Lorenzo. Es, o era, un “banco de semillas” de especies autóctonas, de apenas 1.620 metros cuadrados. Pese a esta reducida superficie, las mediciones dieron resultados sorprendentes: allí se lograban disminuciones de las temperaturas similares a las de los otros parques, que tienen dos o tres hectáreas. De manera que bastarían pequeños lotes urbanos saturados de vegetación para lograr un fuerte impacto climático local.
En el texto publicado se reseña, entre otras cosas que “los resultados muestran que las temperaturas del aire en el núcleo central en sitios sin vegetación eran más altas que aquellos con vegetación de día y noche, con excepción de las temperaturas medidas en el núcleo central con calles arboladas”. Asimismo, “los resultados también muestran efectos en la temperatura de parques de agricultura urbana de aproximadamente 0,2 hectárea son similares a los de jardines públicos de dos a tres hectáreas. Esto podría implicar que incluir pequeñas áreas verdes en nuevas urbanizaciones o en aquellas mejoradas podría tener un importante efecto en el confort humano”.
El árbol urbano
Las dos investigadoras apuntan por su lado que “la idea de la fundación holandesa que participó de la financiación es impulsar la agricultura urbana, una política que los últimos trabajos de cambio climático apoyan, así como el árbol urbano”. En el caso de Rosario, el programa municipal de agricultura urbana hace hincapié, sobre todo a partir de la crisis de 2001, en la inserción social. El tercer objetivo de estas áreas verdes agrícolas es la “seguridad alimentaria”, al menos en forma parcial en el caso de grandes ciudades como Rosario, que siempre dependerá de envíos de alimentos. Una dependencia que en estas décadas se ha acentuado. “Rosario tenía un cinturón hortícola muy importante, pero prácticamente ha desaparecido. Es una actividad que demanda mucho esfuerzo físico y ha sido suplantada por actividades más rentables, con paquetes tecnológicos más sencillos. Así que prácticamente todo lo que comemos lo “importamos” desde cientos de kilómetros. Si sumamos que nuestro transporte es casi todo por camiones y pensamos en las emisiones por tonelada transportada, tener producción hortícola alrededor de las ciudades reduciría esas emisiones ligadas al consumo de alimentos”. En este contexto, “los parques huerta respetan las tradiciones productivas, no producen grandes volúmenes, así que no van a poder reemplazar el consumo”, aunque sean un aporte de verduras “orgánicas”.
—Ustedes señalan en el trabajo que la temperatura media anual baja hasta 8 y 10ºC entre uno y otro tipo de lugar, con o sin vegetación. Una diferencia enorme.
—Sí, varía según los casos, pero ese valor es exacto. Son los picos máximos que hemos encontrado.
Estos hallazgos, que ratifican la experiencia personal de caminar las calles de Rosario en verano, llevan al punto de qué hacer, qué políticas plantear, sobre todo de cara a un futuro que en las próximas décadas se presentará muy complicado, con una continuación de lo que ha pasado en los últimos 20 o 30 años. Para las especialistas, la forestación urbana es tal vez la principal herramienta, al menos en el caso del macrocentro de Rosario. Feldman señala que “cuando cruzás Pellegrini en verano, se percibe la diferencia. Y si uno lo percibe es que hay como mínimo una diferencia de uno o dos grados”. Pero forestar o reforestar el casco urbano se ha demostrado una tarea nada fácil: los “arbolitos” en general no sobreviven. O no crecen, o si lo hacen son derribados por las tormentas. “Hay veces que forestar en una ciudad es complejo; el árbol sufre mucho”, remarca la bióloga Feldman. “El árbol sufre porque la ciudad está más caliente, la luz de noche afecta su fotoperíodo...y la gente es muy dañina, le molestan las hojas”, lamenta. La científica recuerda además que algunas de esas campañas fallidas de arbolado “se hicieron en función del presupuesto y de lo disponible, no han sido las elegidas las especies más felices y adecuadas. Pero bienvenidos sean los árboles que hay”. Aunque remarca que Rosario “debería tener muchos más árboles y el área sin baldosas debería ser mas grande, así el árbol no sufriría tanto”, entre otros puntos negativos que ve en las calles rosarinas.
—Ustedes plantean más áreas verdes en el casco urbano y en lo que llaman “área periurbana”. ¿Qué recepción tienen de las instancias de decisión, tanto públicas como privadas?
—Ambas: eso es lo complicado. Nosotras somos “la academia”, nos contrataron para hacer el trabajo, es muy difícil ser hombre orquesta, o sea, pensar cómo ubicar y analizar los datos e interpretarlos, que no es lo mismo que tomar decisiones de planificación urbana. No nos sentimos capaces para eso. Pero sí hemos tenido muchísimas reuniones con gente de la Municipalidad, talleres, algunos incluso a los que asistió la intendenta Fein. Ellos han promovido mucho los parques huerta como una estrategia ante la crisis de 2001/02. Nosotros queríamos mostrar que además, hay un impacto climático.
Las dos investigadoras se muestran asimismo críticas con el modelo de vivienda social elegido en Rosario en las últimas décadas, las urbanizaciones de casas en lugar de bloques de departamentos rodeados de áreas verdes. “Planteamos que los nuevos barrios que se armen tengan su espacio para huerta, así como se planean una escuela o un dispensario. Y veredas más verdes. Si se miran por satélite estos barrios con casas una al lado de la otra, vemos techos de chapa y todo muy cementado. Estas casas de una sola planta son ineficientes”. Feldman agrega que “una de las ventajas que tuvo este trabajo es que fue interdisciplinario. Aprendimos mucho: teníamos reuniones con arquitectos y especialistas en hidráulica. Y en estos barrios con casas una al lado de la otra, si bien todas tienen un patio, rápidamente ese patio es impermeabilizado. Son barrios que rápidamente se inundan. Lo ideal serían núcleos de tres o cuatro pisos con área verde alrededor. Y que se controle que esas áreas permanezcan verdes.
—Pero eso tal vez lleve de vuelta al viejo modelo Fonavi, que falló, y que estos barrios de “casitas” tratan de superar.
—Falló porque eran edificios enormes, de 10 pisos o más. Y mucho depende de la calidad constructiva, los Fonavis bajaron mucho la calidad. Mirando un barrio Rucci, por ejemplo, son comparables o mejores a los departamentos del centro, tienen mejor planta y mejor construcción. Pero han perdido área verde, salvo Circunvalación. Eso es lo que nosotros propusimos. Otro punto de conflicto, y no con las autoridades, es que aumentar sustancialmente el número de árboles urbanos es algo que muchas veces al rosarino le molesta, que resiste.
—Hay una mala tradición rosarina, una tradición negativa contra el arbolado...
—No sólo rosarina, lo vemos también en Zavalla (la sede de Agrarias). En general el habitante de la pampa húmeda tiene como un “complejo de pueblo”, el árbol es “de campo”, y para parecer ciudad hay que sacar los árboles.
—Rosario tuvo al intendente Carballo, que eliminó todos los árboles del casco céntrico y aún hoy no se puede reponer ese faltante.
—Era una concepción errónea. Pero se puede mejorar, y los datos hoy nos dicen que tenemos que fomentar el verde en las veredas. Enseñar a cuidar a los árboles en las escuelas, que las veredas sean más anchas, por ejemplo. En el casco céntrico es muy difícil, porque está todo construido. Nuestra idea fue fomentar lo que ya se tiene y mantenerlo, porque tienen mucho más beneficios que perjuicios. Y lo relacionamos en el trabajo con el aumento de la demanda de energía.
El boom de los equipos split no es condenado ni mucho menos por las dos científicas, pero sí piden moderación y regulación de su uso, en línea con las campañas que se hacen en verano desde las diversas instancias del Estado. "No hace falta tener el equipo a 18 grados, 26 grados es una temperatura agradable; y en invierno 18 a 20 grados es suficiente. Hay que convencer a la gente. Si bien los equipos tienen esa capacidad de enfriamiento, no hay por qué usarlos a ese nivel. El Estado debería dar el ejemplo y que ningún aparato de refrigeración en sus dependencias esté por debajo de 24 grados. Y a los grandes consumidores habría que castigarlos. ¿Por qué tengo que ponerme campera cuando entro a un cine o un banco?". Las dos se apresuran a diferenciar la demanda de energía industrial."Hay obviamente consumo, pero necesitamos a la industria, y la industria de por sí trata de bajar costos energéticos y aumentar la eficiencia de sus motores". Fuera de ese ámbito, "la gente debe entender que no podemos vivir una eterna primavera. Incluso no es bueno para la salud".
A las "estrategias de mitigación" del cambio climático, Coronel y Feldman suman las energías renovables, como la solar, ya disponible en algunos casos, y el uso de materiales eficientes en la construcción de viviendas como norma. Y también apuntan a otro lado flaco de Rosario: sus medios de transporte, donde el auto y la moto son los reyes de las calle. "Es otra cosa a mejorar: el transporte público; un auto que transporta una persona es de las cosas más ineficientes; una moto es muy ineficiente, tiene muchas emisiones. Y han proliferado muchísimo. Pese al motor más chico, cuando se compara en kilómetros recorridos/emisiones, la tasa es muy alta. Lo que hay que privilegiar es entonces el transporte público. Pero ocurre que la gente no quiere el transporte público, muchas veces por una cuestión de status, y por sus ineficiencias. Pero es claro que hay que privilegiar el transporte público sobre el privado. Y las bicicletas. Mal que le pese a mucha gente, hay que privilegiar las bicisendas. La persona que usa bicicleta hace una actividad física beneficiosa y sana. Y no emite. No todos y no todo el año se puede andar en bicicleta y es muy difícil cambiar la idiosincrasia de un país, pero son tendencias que se pueden ir marcando".
Cuando se citan las "terrazas verdes" hoy en boga en ciudades como Chicago, las especialistas se muestran escépticas. "Son muy caras, y hay que pensar en la estructura que culminará en esta terraza, si desde el punto de vista de las emisiones es finalmente ventajoso o no". Sí les ven más viabilidad a "las enredaderas, que tapan las medianeras, que Rosario tiene muchas. Esto es mucho más fácil de hacer, pero de nuevo nos encontramos con la resistencia de la gente, por los bichos, alergias, abejas, etcétera. El habitante de la ciudad es complicado".
El cambio climático está cada vez más asociado a las inundaciones y lluvias torrenciales, como las que se sufrieron recientemente en la zona central del país. Ambas remarcan que la región es una planicie con bajísima pendiente y por lo tanto las inundaciones son una realidad natural inevitable. Para Feldman, los "valles de inundación" deben mantenerse lo más posible con vegetación nativa. Ni cultivarlos ni urbanizarlos, "porque actúan como pulmones o buffers de los ciclos de sequías e inundaciones, que ya había estudiado Florentino Ameghino. Estos ciclos caracterizan a las llanuras. No hay pendientes, las diferencias de altura son mínimas y grandes superficies son inundadas. Y si la superficie está impermeabilizada, mucho más. Por eso estos valles de inundación que rodean a ríos y arroyos deben estar protegidos, que no se impermeabilicen con barrios, y si se va hacer agricultura, habrá que ver qué tipos de cultivos".
—Precisamente, con las últimas inundaciones se armó una discusión pública sobre la falta de obras hidráulicas por un lado, que son evidentes, y por otro sobre los barrios o urbanizaciones privados.
—Feldman: Por un lado, cada tanto hay inundaciones por este ciclo natural que señalamos. Sobre las obras hidráulicas, colegas muy serios dicen que las obras no son la solución sino todo lo contrario, porque agudizan los procesos erosivos: cuando no llueve, agravan la sequía, y cuando llueve el agua igual arrasa con todo. La solución no es hacer canales, sino planificar bien, no edificar en los valles de inundación.
Coronel subraya con énfasis que "en los últimos 50 o 60 años hay un aumento de las precipitaciones más intensas. No en cantidad total de lluvia, que ha aumentado un poco pero en esta región del sur de Santa Fe no ha sido significativa, pero sí lo han hecho las lluvias más intensas. Esto no significa que antes de los años 50 no haya habido inundaciones. Ahora se ve ese aumento, con el crecimiento de las ciudades, el suelo de la agricultura y el problema del monocultivo. Es muy buena la siembra directa, pero el mayor problema hoy es no rotar cultivos. Con el aumento de tamaño de las ciudades y estos picos de lluvias, tendremos más probabilidades de inundaciones".
Otra particularidad de Rosario es su río. Coronel señala que "cualquiera hubiera dicho que al estar rodeada en tres de sus lados por río e islas Rosario no tendría isla de calor, pero la tiene. La masa edilicia es muy grande. Isla de calor es la diferencia de temperaturas entre la zona urbana y la adyacente rural, donde hay espacio verde con mucha menos población. La isla de calor es anterior a la industrialización, cualquier ciudad, por sus materiales, absorbe energía y se calienta. Luego tarda en emitir ese calor, por lo tanto el aire por encima está mucho más caliente. Por eso la diferencia con las temperaturas nocturnas de las zonas no urbanas. Ahora tenemos que este efecto de isla de calor se suma al calentamiento global".
—A Rosario, por tener un río que viene del norte con agua más bien caliente, ¿no le juega en contra, y a favor de la "tropicalización"?
—El río hace que no se sufra más el frío y disminuye la amplitud térmica, la diferencia entre frío y calor, y a la vez aumenta la humedad relativa. La sensación térmica en verano se calcula en función de temperatura y humedad. Y acá hay una sensación térmica alta por esto, por el aumento de humedad.
"Las lluvias producen inundaciones inevitablemente en una llanura como la nuestra. No hay que hacer más canales, como se pide: no se deben urbanizar los «valles de inundación» en torno a los ríos"
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