Pequeños luchadores. Fue el más pequeño del país en someterse a ese tipo de intervención. Siempre asombró a los médicos con su resistencia para vivir.
La Capital |
Samuel Ojeda, el bebé más pequeño del país en recibir un trasplante de hígado, sopló ayer su velita número uno en familia, con torta de Mickey y globos, en su casa de barrio Alvear. "El pequeño luchador", como lo llamaron sus doctores cuando en septiembre del año pasado asombró a todos superando intervenciones de las que salen muy pocos, sigue primereando a la vida.
Pasó las postas clínicas previstas, debutó en los agasajos por el Día del Niño y cumplió un año, otra de las metas esperadas. Qué más se puede pedir.
"Sólo agradecer a Dios", dice a coro y sonriendo su familia, orgullosos de una fe a prueba de patologías inesperadas. Como la falla hepática fulminante provocada por una hemocromatosis neonatal idiopática que se le presentó a los 15 días de nacer, cuando lo llevaron a una consulta porque lo vieron "amarillito".
Allí sus jóvenes padres, Valeria Bouvier y Cristian Ojeda, sin entender muy bien cómo, escucharon que la vida que estrenaba su pequeño hijo estaba sitiada y en cuenta regresiva.
La única chance era un trasplante que llegó a través de un pequeño donante de 7 años de Buenos Aires; en ese acto de amor que jamás olvidarán, la familia de Samuel sentía que Dios comenzaba a sostenerlos.
Pero el bebé recién tenía 20 días, una edad en la que nunca se había intentado esta intervención; por eso el equipo del Sanatorio de Niños sintió que hacía historia el pasado 5 de septiembre, cuando en una noche inédita como ardua, unieron conductos de tres milímetros de espesor y vieron como el nuevo órgano cobraba vida.
Lo que siguió no fue un lecho de rosas, hubo un virus dañino que a los seis meses lo internó durante sesenta días y hasta un principio de rechazo, pero ahí estaba Samuel, sin entregarse, dando batallas casi de utopía para asombro de sus médicos.
"Es un pequeño luchador", dijo el subjefe de trasplante hepático, Alejandro Costaguta, al despedirlo un soleado mediodía de octubre en la escalera del sanatorio, mientras le decía chau un equipo que en las horas bravas llegó a reunir cien personas, un grupo afiatado que ya llevaba unos 30 trasplantes en su haber (ver aparte).
Alto guerrero. Las palabras de su médico fueron proféticas. Desde el 28 de octubre de 2013 hasta hoy. Samuel se ocupó de colocar cada vez más alto la vara en su pequeña vida. Su primer cumpleaños lo encuentra fuerte, a punto de empezar con el calendario de vacunas y satisfecho de haber comenzado un mes atrás a descubrir los sabores de los ricos guisitos que recién ahora puede probar, después de muchos meses de papilla.
Pero no es lo único que le gusta. También está atrapado por los videos de la granja que sus padres le compraron y que el mira atento mientras sigue con el cuerpo el ritmo de las canciones, entre las que aparece, recreada, una vieja conocida, La Gallina Turuleca. Una vaca, un perrito, flores y frutos completan las coloridas escenas con las que Samuel se entretiene.
El tiempo que le queda libre lo pasa a bordo de su andador, o jugando a la pelota con su papá, con un gorrito canallón tejido por su abuela Viviana. Está a punto de soltarse solo y por el momento todo en su casa es motivo de exploración.
Agotado, se duerme pasada la medianoche, con su mamadera de una leche especial para bebés, que la obra social les provee porque sino deberían desembolsar unos tres mil pesos por mes.
Por la mañana arranca a las 11, y toma un surtido de medicamentos y vitaminas, dos horas después llegan sus primeros platos a la carta, según indicó la pediatra: lentejas, arroz, fideítos, carne picada, pollo y otras delicias que le ganan lejos al puré de calabazas y papas que supo comer un mes atrás.
Pero sin duda uno de sus mejores momentos es dormir la siesta con su papá, cuando llega del trabajo. Cristian dice que sentir ese pequeño cuerpo a su lado, por el que tanto luchó, es casi entender cómo funciona la vida. "Lloré y esperé tanto este momento que me emociona", dijo el joven, que trabaja en una cadena local de supermercados donde siempre lo apoyaron.
Las tardes también son lindas, porque llega de visita su abuelo Miguel o su primito Valentín, de tres años, el único niño con el que puede interactuar hasta que dentro de poco tenga las vacunas y su sistema inmunológico esté a la altura de las circunstancias.
Por eso el cumpleaños será de los adultos de la familia, y a condición que nadie esté resfriado. Ya vendrán otros festejos en que la casa de Centeno se llene de chicos.
Por ahora, Samuel los ve a través del vidrio de la puerta y no le alcanzan los ojos, bien grandes por cierto, para descubrir tanto mundo que lo espera afuera. De momento las salidas tienen que ser más que prudentes. Pero pensando bien, el verdadero mundo está con él, allí adentro y que él ilumina cuando dice mamá y papá. "Cada cosa que va haciendo la disfrutamos, desde lo más mínimo", explicó la familia, que siente que "falta muy poco para que se largue a caminar solito".
"Vas a vivir". Esa fue la consigna que arrodillados junto a su camita le susurraban sus familiares. Samuel la asimiló. "Es muy fuerte y siempre trasmitió ganas de vivir", dijo Valeria. Y contó que un día templadito lo llevaron a la iglesia evangélica Santuario de Fe, donde querían conocerlo quienes tanto habían orado por él y lo recibieron con aplausos.
En la vida de los Ojeda la fe es recurrente en las conversaciones. No se conciben sin esa argamasa espiritual con la que también salieron del paso cuando en el 2010 su primer hijo sólo vivió dos días. "Siempre quisimos formar una familia, Samuelito fue muy buscado", dicen y la emoción les gana de mano.
El deseo se cumplió con el apoyo de muchas personas y por eso, agradecen, comenzando por los médicos y todo el personal del Sanatorio de Niños y hasta a la Municipalidad, que pavimentó la cuadra de la calle Centeno porque la tierra conspiraba contra la asepsia de la casa por la que Samuel va y viene, tierno y descubriendo el mundo, como todo niño. Aunque hay algunas diferencias. Hoy, cuando una enfermera le toma la mano, él la retrae desconfiado; la experiencia del dolor temprano aún forma parte su pequeña historia de vida. La que ayer festejaron, juntos, tal como soñaron Valeria y Cristian.
No hay comentarios:
Publicar un comentario