Silvana y Gabriel obtuvieron hace una semana la adopción definitiva de Julio Ian. Conocieron el caso del niño y se ofrecieron como padres adoptivos.
La Capital |
Silvana Rodríguez y Gabriel Caniggia se casaron en 2003 con el sueño de ser padres. Buscaron durante muchos años un hijo y cuando los tratamientos fallaron, se inclinaron por la adopción. Conocieron el caso de Ian por La Capital y se ofrecieron como padres adoptivos. El síndrome de Down nunca supuso un obstáculo para ellos. "Si un hijo nace con alguna discapacidad, ¿no lo vas a querer?, ¿lo vas a tirar al tacho? Para nosotros con Ian fue lo mismo. Vimos al bebé, no al síndrome", confesaron felices de tener a este niño, ya de forma definitiva, en su casa.
Gabriel, de 38 años, y Silvana, de 36, siempre quisieron un hijo. Lo intentaron e incluso sacaron un crédito para poder pagar un tratamiento de fecundación artificial, pero tampoco funcionó. Entonces Gabriel sugirió a su esposa la posibilidad de anotarse para adoptar a un niño.
"Nos anotamos en el Registro Único de Aspirantes a Guardas con fines Adoptivos (Ruaga) en enero de 2012, veníamos de un tratamiento de fertilidad negativo y el próximo había que hacerlo con donante masculino y era todo un tema, además de lo económico, nos habíamos endeudado mucho y nos planteamos adoptar", relató Silvana con Ian en sus brazos.
No negó que le daba miedo adoptar y temía no dar con el perfil que pretende la Justicia. Sin embargo, no fue así, porque en Semana Santa de 2012 recibieron un mail de pedido de colaboración para adoptar a un nene de 7 años con síndrome de Down de Buenos Aires.
Un pedido similar al que ocurrió esta semana para cinco hermanitos.
"Gabriel me animó a llamar, yo dudaba porque el nene me parecía que era grande y porque era de Buenos Aires, pero le hice caso y llamé", continuó Silvana. A su lado, Gabriel contó que no les importó que ese nene tuviera síndrome de Down. "Si ella quedaba embarazada y el bebé tenía una patología iba a ser un hijo igual, es tu hijo y eso es lo que cuenta", afirmó.
Llamaron, tuvieron la entrevista con la psicóloga, pero justo en esos días se enteraron por La Capital de que había nacido un nene en Rosario que necesitaba una familia (ver aparte).
"La única restricción que habíamos puesto era que el chiquito no tuviera más de seis años, pero la verdad es que nos daba lo mismo si tenía 7, 8 ó 9", confesó Gabriel.
La realidad es que muchos de los que se anotan para adoptar piden bebés, pero pasan varios años hasta que la criatura está en condiciones de ser adoptada.
"Cuando vimos el caso de Ian dudamos, porque sabíamos que había muchas parejas interesadas. Y nosotros no estábamos en condiciones porque faltaba la visita para ver si la casa estaba era óptima", contaron. Pero llamaron y al tiempo la jueza preguntó por ellos. "Ahí empezó la peor parte, porque es tu hijo ya, pero la jueza aún no dio la adopción definitiva y no sabés si te lo van a dar o no", dijo el papa.
Mientras tanto, Ian estaba internado en la Maternidad Martin porque había nacido de 8 meses y no quería comer. "El 8 de mayo nos entrevistó la jueza y nos dieron la guarda provisoria de Ian. Teníamos miedo de que llegado el momento nos lo negaran", confesaron los papás.
Supuestamente en dos días le daban el alta a Ian, pero no fueron dos días sino dos meses. A partir de ese momento, no vivieron para otra cosa.
Falsa leucemia. La aventura había comenzado. A la semana los médicos diagnosticaron a Ian una leucemia muy grave y les explicaron que había que someterlo a quimioterapia.
"Nos dijeron que lo sentían mucho por nosotros, pero que decidiéramos si queríamos quedarnos o no con el bebé", recordó Silvana sin poder reprimir las lágrimas al recordar esos días tan tristes. No se les ocurrió dejar a Ian, aunque sabían que podía pasar lo peor.
El bebé recibió 8 sesiones de quimioterapia acompañado de sus papás y respondió muy bien, aunque corrió riesgo de vida. "Fue terrible", recordaron. Pero fortalecido por el cariño de su nueva familia, Ian salió adelante. La sorpresa fue mayúscula cuando lo llevaron a un pediatra y les dijo que el bebé nunca había tenido una leucemia, sino que había hecho un proceso leucemioide, muy común en los chicos Down, que podría haber terminado en una enfermedad o no, y que si se hubiera esperado un poco tal vez no hubiera sido necesaria la quimioterapia, pero había que actuar y los médicos tomaron esa decisión.
Los padres recién estrenados no podían creer la pesadilla que habían vivido con su hijo. "No fue fácil, no es fácil, pero no es imposible", expresó la mamá con una sonrisa de satisfacción y la mirada posada en su hijo. "Estamos felices y lo amamos, pero nos hizo pasar varios sustos", dijeron.
Ian ya tiene dos años y tanto su vida como la de sus padres cambió para siempre. Asiste a un centro de estimulación temprana y empezó a ir al jardín para que su mamá pueda seguir dando clases en la escuela cerca de su casa, en Ovidio Lagos y Circunvalación. Su papá es técnico en seguridad e higiene y no tiene trabajo fijo.
El único jardín en el que le permitieron anotarlo fue en Fisherton, porque ninguno de la zona lo aceptó.
Así, cada día uno de ellos atraviesa la ciudad para llevarlo, y aunque supone un costo económico muy alto para los dos, saben que es lo mejor para Ian.
Mientras relatan esta historia llena de grandes pruebas y de alegrías, Ian juega contento.
No se le borra la sonrisa de la cara y aunque todavía no camina sabe conseguir lo que quiere.
Hace muecas, sonríe, juega como un chico más, pero indudablemente colmó de felicidad el hogar de estos padres y ellos tal vez sin saberlo le cambiaron la vida a este chiquito que parecía con pocas chances de vida, pero que ahora tiene no sólo un futuro asegurado, sino unos padres que lo aman con ternura y que harán todo lo necesario para que él sea feliz.
Los padres de Ian desean de corazón que sean muchos los que se animen a dejar entrar a sus vidas a niños como él.
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