Sus inicios se ubican en Santa Fe la Vieja. Al trasladarse la ciudad, se mudó también casi en la misma ubicación de la cuadrícula. Su construcción llama la atención a vecinos y visitantes, al igual que su contenido.
Una vez que se concretó el traslado de Santa Fe la Vieja en 1660, la nueva iglesia de San Francisco fue una precaria construcción de barro y paja ubicada, al igual que en la antigua ciudad, a una cuadra al sur de la Plaza Mayor. La edificación actual se comenzó a levantar en 1673, y los trabajos se dieron por concluidos en 1688, aunque se continuaron las obras de los claustros.
En 1938, durante el gobierno de Manuel de Iriondo (1937–1941) se ordenó desde el gobierno provincial la sistematización del área inmediata a San Francisco, dentro del proyecto del Parque del Sur, respetando las modificaciones que presentaba la fachada.
En 1942 se lo declaró Monumento Histórico Nacional, y entre 1949 y 1952 se realizó una segunda restauración, en la cual se reconstruyó el ala norte del convento para instalar el museo.
La nave central de la Iglesia de San Francisco muestra cómo eran las parroquias en los tiempos de los primeros colonizadores, quienes asistidos por una población indígena que trabajaba a sus órdenes, levantó estos antiguos muros.
Los cimientos de hormigón contienen piedra traída de las barrancas del Paraná, mezcladas con arena y cal de la misma procedencia y sostienen el peso del edificio. Sus paredes son de tapia en toda su extensión superficial y están rellenas con barro y paja. Su grosor es de ocho metros y permiten soportar uno de los pocos techos artesonados en madera que se conservan de los tiempos coloniales.
Ladrillos caseros
La elaboración de la tapia consiste en el siguiente procedimiento: se extraía tierra negra, se desmenuzaba con grandes pisones, después se cernía y convertida en polvo fino se depositaba en grandes pozos, hechos a flor de tierra, hasta una profundidad de un metro más o menos y unos 8 a 10 metros de diámetro. Los peones traían del río cercano agua en barriles o en petacas de cuero, en angarillas, cuyo líquido lo volcaban en el pozo, dejando que este barro se pudriera, para lo cual cada pozo de barro debería permanecer más de ocho días con agua permanente, hasta que el barro quedaba convertido en limo. De ahí resulta, que cuando la tapia se secaba, aquello quedaba como una piedra.
Realizada esta operación, los trabajadores trasladaban ese barro a las cajas de madera –moldes de ladrillos o de baldosa– que se colocaban sobre el cimiento de hormigón y después, en toda la extensión de las paredes hasta su total terminación.
Una vez adentro y mirando hacia arriba, cualquier persona queda sorprendida con el minucioso trabajo realizado sobre las maderas de cedro, lapacho, algarrobo y quebracho colorado que fueron labradas a mano y encajadas sin usar clavos. Las puertas de los laterales no tienen bisagras de metal y giran sobre un eje de madera.
Las imágenes
Hacia la derecha del templo están las imágenes de un Cristo barroco donado por la reina española hacia 1652, y de San Benito de Palermo, perteneciente a los descendientes de Juan de Garay. El confesionario labrado y el púlpito también demuestran la gran maestría en el trabajo de madera.
Pero la imagen más extraña es la de San Francisco Estigmatizado, traída en 1794 desde Perú, en la que Cristo vuela con alas de mariposa y de sus heridas salen rayos que se dirigen a San Francisco transmitiéndole las llagas.
Las maderas usadas en todo el templo eran traídas de los bosques del Paraguay, en jangada de una extensión de más de media cuadra, dirigidas por un piloto mayordomo que comandaba la embarcación madre.
Llegada a Santa Fe, la madera paraguaya era depositada en los galpones de adobe y techo de paja que tenían construidos los padres franciscanos alrededor del futuro templo. En estos galpones se encontraban también los talleres de elaboración del artesonado, puertas y ventanas del templo y convento.
DIARIO UNO.
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