"Me choreaban los pibes del barrio, y después me pedían perdón porque no me habían reconocido", dice el Pato, un histórico de la cuadra de Centeno y Ayacucho. Los vecinos coinciden en que la obra mejoró las relaciones entre la gente.
La Capital |
"Acá era imposible salir. Vivíamos encerrados por los tiros", grafica una señora en Centeno y Ayacucho. Los cien metros de la apertura de calle, ahora pavimentada y en obras, le cambiaron la vida. "Me robaban desde que me bajaba del colectivo hasta que llegaba a mi casa. Me choreaban los pibes del barrio, y después me pedían perdón porque no me habían reconocido", dice el Pato, un histórico de la cuadra. La intervención en el marco del programa Abre produjo un cambio profundo en barrio Tablada, aunque el desafío de recuperar la convivencia recién comienza. Otro hombre que volcaba basura en un volquete se animó a más: "Ahora ya pensamos en las fiestas de fin de año al aire libre. Con un tablón en la vereda".
El jueves que viene el gobernador Antonio Bonfatti y la intendenta Mónica Fein firmarán ocho convenios de intervención integral para los barrios Acíndar, Industrial, Pineda, Fuerte Apache, Ludueña, Los Eucaliptales, Casiano Casas y Las Palmeras.
En todos ellos se abordará la problemática de la infraestructura de servicios, el mejoramiento del hábitat, la relocalización de asentamientos, la apertura de calles y la jerarquización del espacio público bajo un presupuesto estimado de 105 millones de pesos.
Cabe recordar que el Abre es un ambicioso programa que abarca a 20 barrios rosarinos (donde se proyecta relocalizar 400 familias), de Villa Gobernador Gálvez y de la capital provincial, con una inversión estimada de 4 mil millones de pesos.
Primer efecto. La apertura de calle Centeno entre Ayacucho y Patricias Argentinas, con la liberación de la traza, la construcción del pavimento, alumbrado y desagües y la relocalización de 30 familias, surge como el primer ejemplo para evaluar el impacto de la obra pública en la realidad social del barrio.
Mientras las retroexcavadoras, operarios y máquinas le daban los últimos toques a los 100 metros de la nueva calle, los vecinos contaron el antes y después de esas obras en el barrio. "Queda mucho mejor, no hay tiros, menos robos y se vive mejor. Acá no se podía estar parado, te robaban a cualquier hora", dice una mujer junto a un pibe de unos 4 años en la esquina de Ayacucho.
La batalla. Esta porción de Tablada fue el escenario de una pelea violenta entre bandas enfrentadas y atravesadas por el negocio del narcotráfico: Los de Centeno y Los de Ameghino. El territorio era surcado por las balas de un lado y otro, y los vecinos tomaban el recaudo de no cruzar fronteras.
Sólo para abrir una cuadra, provincia y municipio tuvieron que destinar 1,8 millón de pesos, que se extiende a 4,5 millones con la relocalización de 30 familias que estaban asentadas por donde ahora cruza el pavimento.
En el volquete de Ayacucho al 4100, un hombre de mediana edad arrojaba basura y escombros junto a otro anciano.
"Cambió bastante el barrio, la gente no podía caminar, estábamos todos encerrados. Ahora se puede tomar sol afuera", dijo el más joven. ¿Tiros?, preguntó este diario. "Pufff, ja, ja, todos los días a toda hora", dijo el hombre mayor que recordó que se vivía atrás de rejas. "Ahora veníte a la tarde y la gente está tomando mate".
Los sueños. Pero el más joven se atreve a soñar y va por más: "Este año las fiestas las pasamos afuera, no como hace años que ni se podía asomar la nariz por los tiros. Sacamos la mesa para Navidad a la vereda". Mientras los obreros de la calle encienden un fueguito para un asado, los vecinos señalan: "Antes, hacer un asado como están haciendo ellos era imposible".
Los dos se quejaron por padecer las consecuencias de vivir en una zona "roja". Los taxis y remises brillaban por su ausencia. La droga se cuela en la charla. "Vendían para el otro lado pero se juntaban en los pasillos. Ahora que está la calle cambió todo. Falta una garita de vigilancia y estamos hechos".
En la recorrida, se suma El Pato, un personaje histórico de Tablada que llegó al barrio en 1967 con 13 años y vive justo enfrente. "Cambió desde que se abrió la calle, se fue la vagancia. Había tiros de los cuatro lados, volteaban bicicletas, se metían por los pasillos y salían para Colón. Por suerte se fue el aguantadero", dice.
El colmo que tuvo que sufrir como vecino fue ser víctima de robos de pibes que vio nacer. "Bajaba del colectivo y estaban tan pasados de droga, que me robaban. Después me pedían disculpas", recuerda.
La apertura de calles seguirá por los barrios Industrial, Las Flores y Polledo. La firma de los convenios significará no sólo la extensión de cuadras sino la relocalización de familias y mejora habitacional de otras, con la llegada de los servicios de agua potable y energía eléctrica, alumbrado público y desagües.
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