"Es muy difícil olvidar la cara de quienes te han arruinado la vida", dijo Arce ante el tribunal que juzga a represores del II Cuerpo de Ejército de Rosario, y señaló uno por uno a los imputados, a los que identificó por sus apodos.
Adriana Arce miró fijo varias veces a los imputados de la causa Porra, que ayer estuvieron en sus asientos por un pedido expreso del fiscal Gonzalo Stara. Al final de su declaración, la sobreviviente del centro clandestino de detención Fábrica de Armas señaló uno por uno a los integrantes del grupo de tareas del Batallón 121 del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército. "El de gafas es Armando", dijo por Alberto Pelliza; "el otro de gafas, sentado atrás, es el Barba", se refirió a Juan Cabrera. "Al lado está el Puma (por Ariel Porra) y en la misma línea Pepe (el alias que usaba Marino González). Capitán Mario es el señor que está sentado detrás de la defensora, con corbata", se refirió a Joaquín Gurrera. Maestra interina de la escuela 68, de Italia al 1200, Arce formaba parte de la comisión directiva del Sindicato de Trabajadores de la Educación el 11 de mayo de 1978, cuando fue secuestrada frente a la Terminal de Omnibus. Ayer relató las torturas y también el aborto que le hicieron, sin anestesia, en la cocina del centro clandestino que funcionaba en las caballerizas del edificio de la actual Jefatura de Policía de la provincia. "Siempre pensé que no me podía olvidar de nada. Los que hemos podido sobrevivir tenemos la obligación moral de contar todo tal cual fue", dijo mirando a los jueces.
Arce mencionó más de una vez a Rubén Rébora entre sus captores, y lamentó que no esté detenido. "Nunca me he considerado una víctima, soy una sobreviviente del terrorismo de estado que se aplicó con la complicidad de civiles, del poder económico y las corporaciones mediáticas", apuntó Arce en medio de su relato. "Más allá de lo que a mí me hicieron, importa lo que le hicieron al país", dijo la testigo, y pidió hacerlo "mirándolos a los ojos" a los acusados. También los increpó: "Ellos hacen un pacto de silencio y se niegan a hablar. Si les queda un poquito de dignidad, señores, sean capaces de asumir lo que hicieron. Eran muy valientes para agarrar a una maestra embarazada, eran muy valientes cuando nos tenían atados y nos daban picana, pero ahora se esconden para no hablar".
Justamente, Pelliza había alegado un pico de diabetes para no presenciar el testimonio de Arce. El médico del SIES que lo revisó, Rodolfo Ruggieri, consideró que tenía "un cuadro de diabetes con valores altos, pero no un cuadro agudo, sino una cuestión crónica", y diagnosticó que estaba en condiciones de presenciar la audiencia. Sobre este represor, que usaba el alias Armando, Arce rememoró que la hostigaba diciéndole "esta noche perdés conmigo" y también que la amenazaba con meterle ratas en la vagina, como hacían los nazis. Cuando el fiscal le preguntó si estaba en condiciones de reconocerlos, Arce fue contundente. "Es muy difícil olvidar la cara de quienes te han arruinado la vida".
Los integrantes del Tribunal Oral Federal de Rosario, los entrerrianos Roberto López Arango, Lilia Carnero y Noemí Berros miraron demudados a Arce cuando recordó que había logrado ver documentación del grupo de tareas que está siendo juzgado, ya que participó en allanamientos realizados por el juez Francisco Martínez Fermoselle en 18 casas operativas de la patota, pero un comando entró en los Tribunales provinciales, en la madrugada del 8 de octubre de 1984 y robó toda la prueba.
Carnero quiso saber, además, cómo había sido la relación de Arce con sus cuatro hijos mientras estuvo detenida. Arce pasó entre mayo y fines de junio en la Fábrica Militar, luego fue trasladada al Batallón 121 --donde sí pudo tener visitas del más pequeño de sus hijos-- y más tarde la llevaron a Villa Devoto, donde permaneció hasta 1982. "Parte del botín de guerra fue la pérdida de nuestra relación con nuestros hijos", dijo la militante sindical, que trabajó en España con el juez Baltasar Garzón y hoy es directora del Centro Internacional para los Derechos Humanos de Argentina, que funciona en el predio de la ex Esma, con el auspicio de la Unesco.
Antes de Arce había dado su testimonio otro sobreviviente de la Fábrica de Armas, Juan Rivero, que relató su secuestro y torturas, pero dejó un mensaje esperanzador, al definirse como "un hombre enteramente feliz, que disfruta de sus nietos y bisnietos".
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