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domingo, 18 de septiembre de 2016

A un año de la explosión que le costó la vida "Necesito abrazar a la chica que mi hija reemplazó, Anto le salvó la vida"

La madre de la joven que trabajaba en la panadería de J.J. Paso al 2900 cuando estalló por una pérdida de gas se aferra a la fe para tratar de entender lo que ocurrió. El martes, familiares y amigos protagonizaron una suelta de globos para recordarla y reclamaron justicia. En la investigación judicial hay cinco imputados.

Madre e hija. Marcela en primer plano, Antonella detrás. El mismo gesto, la misma mirada. Foto: Flavio Raina

Nicolás Loyarte
nloyarte@ellitoral.com
@nicoloyarte

La mamá de Antonella tiene una cuenta pendiente con la vida. Quiere encontrarse con la compañera de su hija, a quien ella reemplazó de imprevisto en el trabajo aquel fatídico domingo 13 de septiembre de 2015. Necesita abrazarla, decirle que ella no tiene la culpa.

El martes se cumplió un año de la explosión de la panadería Colella e Hijos, de J.J. Paso al 2900, donde Antonella Olmedo (20) había ido a trabajar ese domingo en el que toda la atención estaba puesta en el clásico santafesino que se disputaba a pocas cuadras del lugar, en la cancha de Colón.

Pero el estruendo que retumbó en todo barrio Sur entre las 19.30 y las 20.15 no venía de la cancha. Había explotado una panadería y Antonella estaba adentro. La pesadumbre de esa familia sabalera por el resultado adverso de su equipo quedó en el olvido en un instante ante la triste noticia. Ya nada sería igual.

Presente. El comedor de la casa que habitan los familiares de Antonella está invadida por su rostro, como un santuario.Foto: Flavio Raina

Más tarde se supo que desde hacía meses había en la panadería una boca de alimentación de gas sin artefacto conectado y sin tapón de seguridad. El gas produjo aquella tarde la ignición al entrar en contacto con una chispa que se produjo cuando la joven desenchufó una lámpara eléctrica mata-insectos. La deflagración generó la caída del cielorraso, rotura de vidrios, desprendimiento de las puertas de ingreso a la panadería y a los dos locales contiguos, afectación de enseres y mercaderías y corrimiento de los muebles de su lugar.

Además del fallecimiento de Antonella Olmedo —que luchó por su vida más de un mes en el hospital—, otras seis personas que estaban en el kiosco ubicado en el local número 3 y en la vía pública sufrieron lesiones de distinta consideración.

Hoy su madre, Marcela Olmedo, busca fuerzas donde no tiene, se aferra a la vida y al recuerdo de su hija, y lucha por el futuro de sus otros dos hijos. Un poco más entera, pese al recuerdo que vuelve con cada minuto del reloj, atendió por primera vez en su casa a la prensa. “Antes los citaba en lo de mi madre, porque me avergonzaba la humildad de mi casa, pero ahora entendí que es lo que tengo y lo que soy”, confiesa durante la conversación.

En el comedor del hogar de barrio San Lorenzo, las fotos y cuadros de Antonella se replican como en un templo. Su presencia está viva y da fuerzas a los miembros de la familia para reclamar justicia.

Es media mañana y Marcela limpió y ordenó rápido el ambiente para recibir a El Litoral, pese al agotamiento por la jornada anterior, en la que marchó junto a familiares y amigos hasta el local donde funcionaba la panadería, a un año de la explosión. Como cada día, madrugó para ir a limpiar la sucursal bancaria de bulevar Gálvez y Belgrano, donde cumple funciones trabajando en una empresa privada que brinda ese servicio, y ahora se dispone a la charla, sentada con las manos sobre la mesa, junto a las fotografías de su hija.

“Ahora mi marido trabaja, pero yo era el único sostén de la familia”, comienza diciendo Marcela. “Por eso el trabajo de Anto era muy necesario, porque gracias a ello se vestía y calzaba, porque sus gustos eran muy caros (sonríe). Imaginate que su papá nos abandonó cuando ella tenía una semana, ella nunca le vio el rostro. Así que hasta que yo me volví a casar estuvimos solas, y su hermanita, Araceli, nació cuando Anto tenía 5 años. Así que se crió con mi papá y mi mamá, porque vivíamos con ellos y yo trabajaba todo el día.

—De sus palabras se desprende que era una hija muy compañera...

—El día que quedé embarazada de Antonella se terminaron los bailes y mi vida fue siempre con ella, fue muy compañera tanto conmigo como con mis viejos. Cuando murió mi padre ella dormía seguido de mi vieja, para cuidarla, por la inseguridad, ya que habían robado varias viviendas del barrio, se turnaban con los primos para cuidarla. Dormía pegadita a su abuela, para darle calor. Mi vieja falleció el 18 de diciembre. La muerte de Anto la fulminó.

—¿Vuelve el recuerdo de ese día?

—Esa mañana Anto despertó en lo de mi mamá y le dijo: “No tengo ganas de ir a trabajar”. Y mi mamá le respondió: “¿Para qué le dijiste que sí a la que te pidió que la reemplaces?”. Ella tenía su descanso ese domingo, era el clásico y nos juntamos todos a almorzar en lo de mi mamá. Conservo las fotos que se había sacado con la bandera de Colón esa mañana. Se quejaba porque los primos habían llevado unos fernet y gancia para tomar, “¡y yo me tengo que ir a trabajar!”, decía. “Apurate, traé las ensaladas que ya está el asado”, me escribió por WhatsApp. Hacía un año que atendía la panadería y el trabajo era su responsabilidad.

—Era el destino...

—No recuerdo quién era la compañera a la que reemplazó ese día. Esa chica se acercó al hospital, me acompañó durante aquellas 72 horas cruciales sentada a mi lado, pero tengo borrado su rostro de la memoria. “Yo tenía que ir ese día”, me dijo. “Ah, así que vos eras la que tenía que ir...”, le respondí, pero no recuerdo en qué tono se lo dije, porque estaba muy mal. Por eso quizá la chica se sintió mal. Nunca más supe de ella.

—¿Con qué sentimiento se quedó de todo aquello?

—Me gustaría verla. No tengo ningún resentimiento. Y calculo que ella debe tener una carga, pobrecita. Lo mismo ocurrió con su mejor amiga, que trabajaba en la panadería y fue quien le consiguió el empleo. Me pedía perdón pero le tuve que explicar que no lo haga, para mí es como una hija. Soy muy creyente y sé que cuando tiene que ser, es.

—¿Por dónde pasaban los sueños de Antonella?

—Soñaba con irse a vivir sola. Mi casa es humilde y ella me decía: “Voy a trabajar para irnos a vivir a otro lado, y llevar a mis hermanos” (Araceli, de 16 años; y Bautista, de 9). Y yo le explicaba que ella no tenía que darles nada, que era yo quien les debía dar eso. “Ocupate de vos, de tu futuro”, le respondía.

—¿Cuándo decidió colocar las fotos y recuerdos de Antonella en el comedor?

—Desde el primer momento que me faltó puse las fotos en una mesita. Soy muy devota de San Expedito, pero cuando ella falleció me enojé con Dios. Un día busqué una pastoral de duelo para que me ayudaran y me encontré que estaba al lado de la Iglesia San Antonio de Padua. No había un día en que Anto no rezara. Era muy creyente y concurría a los seminarios. Hasta que un día me dije “voy a entrar, porque es ella la que me trajo hasta acá para que no me enoje con Dios”, aunque duele muchísimo y no me resigno. Entonces poner la foto ahí me ayuda a entender que no está, y aceptar que está muerta.

—Su ausencia dejó huellas...

—Todos los días me encuentro con algo. En su billetera hallé un papelito con la inscripción que dice: “nadie es indispensable en la vida de nadie”, de su puño y letra. Y un año antes de su muerte le escribí una carta cuando se fue al Seminario a Ceres, en la que le expresé mi alegría y le dije que eso le iba a llenar el corazón. Le puse “Dios sabe por qué hace las cosas”. El día que murió empecé a juntar sus pertenencias y esa carta decía lo que hoy a mí me está pasando, es la respuesta que necesito.

—¿Qué cosas ayudan a sobreponerse?

—Siempre decía que el día que me falte un hijo me tiraría abajo de un camión, que no podría sobrevivir a eso. Cuando Anto estaba internada le pedí a mi marido “hacete cargo de tus hijos”, como si no fuesen míos también, “porque si ella se muere yo me voy con ella”. Y sin embargo hoy estoy sobreviviendo, saliendo adelante, aunque cueste horrores. Todos los días me levanto, piso el suelo y hago unas fuerzas tremendas para arrancar. Le digo a mis hijos que no estoy bien, pero que ya voy a estar mejor.

—Mirar hacia adelante...

—Este último año la vida estuvo trastocada, mi hijo menor se pone nervioso, la hermana dejó la escuela, yo tengo que salir a trabajar y era Antonella la que los cuidaba cuando yo salía. Pero no es sólo eso, sino que lo que nos falta es su presencia, acompañamiento cotidiano y su cariño.

—Después de esta conversación, me queda girando en la cabeza la posibilidad de que se encuentre con la empleada a quien reemplazó inesperadamente aquella tarde. ¿Qué le quiere decir?

—Sí, es algo pendiente. No recuerdo su nombre. Le quiero decir que no guardo ningún resentimiento hacia ella. Fue el destino. Fue el llamado de Dios, cada uno tiene su momento, y ese fue el de Antonella. Los hechos se dieron así. Si en algún momento ella recibió de mí un mal gesto aquellos días en el hospital, le pido que me comprenda. Yo necesitaba que mi hija salga adelante, era lo único que quería. Quisiera que recuerde bien a Anto y no que se quede con el recuerdo de cómo la recibí yo ese día en el hospital... Todavía me retumban esas palabras: “Yo era la chica que tenía que ir a trabajar en lugar de Antonella”. Quisiera verla y abrazarla. Mi hija le salvó la vida.



Marcela OlmedoFoto: Flavio Raina

Hay 5 imputados por la explosión

Son cinco las personas imputadas por el fiscal Andrés Marchi en la causa judicial por la explosión de la panadería. El fiscal les atribuyó el delito de “estrago culposo agravado por poner en peligro y causar la muerte de personas”. Marchi consideró que cada uno de los imputados (tres hombres y dos mujeres) tuvo responsabilidad en la muerte de la joven “por la imprudencia, negligencia, impericia en su arte o profesión e inobservancia de los reglamentos u ordenanzas vigentes”.

Uno de los cinco imputados es el propietario y administrador del local en el que se produjo la explosión, de 43 años cuyas iniciales son MW. También fue imputado el titular de la panadería, de 29 años cuyas iniciales son NFC. Otra de las imputadas es una mujer de 30 años cuyas iniciales son NS, quien era la encargada de los locales de venta de la panadería y tenía a su cargo a los empleados. Y los otros dos imputados son los titulares de un maxiquiosco ubicado en otro local cercano. Se trata de una mujer de 43 años cuyas iniciales son MFS, y de un hombre de 46 años cuyas iniciales son GAA.

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