Por ANDREW HIGGINS 28 abril 2016
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Residentes en un mercado en Molenbeek, un vecindario de Bruselas donde viven muchos inmigrantesCreditDaniel Berehulak para The New York Times
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BRUSELAS — La encantadora capital de Bélgica es citada por algunos como un buen ejemplo contra la inmigración, particularmente la que incluye a un gran número de musulmanes.
Donald Trump calificó a Bruselas como un “agujero del infierno”, mientras que Lubomir Zaoralek, ministro de Asuntos Exteriores de la República Checa, recientemente usó a la ciudad para explicar por qué su país y otras naciones se han rehusado categóricamente al plan de la Unión Europea de distribuir a la población siria, y al resto de los refugiados musulmanes, en el continente mediante un sistema de cuotas.
“Todas las personas de República Checa y otros países saben lo que pasó en Molenbeek”, afirmó Zaoralek en una convención reciente sobre seguridad en Eslovaquia. Se refería al vecindario de Bruselas en el que crecieron muchos de los involucrados en los ataques en París del 13 de noviembre y en Bruselas, el 22 de marzo.
Sin embargo, una mirada más cercana a lo que ocurrió en Molenbeek ofrece una imagen mucho más matizada que la de una generación de jóvenes inmigrantes musulmanes mal integrados y enloquecidos por el deseo de matar.
Es verdad que quienes han sido relacionados con los atentados en París y Bruselas son jóvenes musulmanes que provienen de familias inmigrantes. Sin embargo, un elemento significativo es que todos eran originarios de África del Norte, particularmente de Marruecos.
Ninguno formaba parte de la numerosa comunidad turca en Bruselas, con la cual comparten la misma religión, los mismos problemas de discriminación y otras dificultades que suelen citarse como la causa de la ira yihadista en contra de Occidente.Continue reading the main storyPhoto
Musulmanes en una parada de tranvía en Molenbeek CreditDaniel Berehulak para The New York Times
En la mezquita turca de Molenbeek, dirigida por Diyanet, una agencia de asuntos religiosos controlada por el Estado turco, el imán, quien habla solo turco, repudió los ataques en Bruselas y afirmó que él y sus fieles no toleran posturas extremistas. Subrayó que su congregación respeta y obedece la ley.
En cambio, los devotos de una mezquita marroquí cercana ahuyentaron con furia a los reporteros y los acusaron de alentar la “islamofobia”, así como de estigmatizar su vecindario al decir que era un nido de yihadistas.
En contraste con los turcos en Bélgica, la comunidad marroquí está mucho más dividida y se resiste más a la autoridad debido a que muchos de los primeros migrantes llegaron de Rif, una región rebelde, contraria a la monarquía imperante en Marruecos.
“Cuando inició la emigración a Europa, el rey estaba feliz de librarse de este pueblo”, afirmó Bachir M’Rabet, un joven de ascendencia marroquí en Molenbeek.
Añadió que otro motivo de resentimiento en su comunidad es que mientras muchos turcos a menudo hablan muy mal francés y nada de holandés (las dos principales lenguas en Bélgica) y se aferran a la identidad turca, la mayoría de los marroquíes hablan de manera fluida el francés y aspiran a ser aceptados como belgas.
Esto hace que muchos marroquíes sientan la discriminación de manera más intensa y que, al menos en el caso de los jóvenes en las zonas marginales, tiendan a ver el más mínimo desaire como una prueba de que todo el sistema está en su contra.
Philippe Moureaux, que fue alcalde de Molenbeek durante dos décadas, describió esto como “la paradoja de la integración”. La comunidad turca, que está menos integrada, se ha resistido a la promesa de redención de la yihad que ofrecen los fanáticos radicales.
Sin embargo, los marroquíes, quienes se sienten como en casa en la Bruselas francófona, han visto cómo algunos de sus jóvenes fueron reclutados por Khalid Zerkani, un criminal nacido en Marruecos que se convirtió en el hombre clave del Estado Islámico en Molenbeek.
“Los turcos padecen mucho menos la crisis de identidad”, comentó Moureaux. “Se enorgullecen de ser turcos y son menos tentados por el extremismo”.
La desconfianza y hostilidad ante la autoridad, particularmente contra la fuerza policiaca, son muy profundas entre algunos inmigrantes del norte de África en Molenbeek.
Este mes la policía se movilizó en el área para evitar que un grupo de vándalos antiinmigrantes de derecha organizara una manifestación, pero los jóvenes locales, la mayoría hombres de ascendencia marroquí, comenzaron a insultar y lanzar objetos a la policía.
Emir Kir, el alcalde belga-turco de Saint-Josse-ten-Noode, un vecindario de Bruselas con mucha población inmigrante en peores condiciones económicas que Molenbeek, afirmó que solo supo de un turco que había intentado ir a Siria: fue un joven que se había enamorado de una jovencita de ascendencia marroquí.
Llegó hasta Estambul antes de que lo enviaran de vuelta. “Fue una aventura de amor, no un acto extremista”, comentó.
Nytimes.com
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