Expertos y pescadores artesanales y deportivos coinciden en señalar que muchas especies ya no aparecen por la zona, como el pacú, el manguruyú, y desde hace un puñado de años el surubí.
Redes vacías. El escaso control desde los distintos niveles del Estado explica también que aumenten los inconvenientes que se dan en el Paraná.
La parva de pescados se acumula prolija sobre un plástico en el puesto que un grupo de pescadores tiene atrás del futuro acuario, en la zona norte de Rosario. Están recién salidos del río y brillan todavía, a la espera de que algún cliente se acerque a preguntar los precios. Si no, irán a parar a las cámaras de los mayoristas.
Hay una veintena de sábalos y apenas un surubí, ninguno demasiado grande. Una foto del estado actual del recurso, impactado por la pesca industrial indiscriminada y por los desmanes ambientales en el humedal, donde los diques y terraplenes ilegales se multiplican de la mano de la ganadería y agricultura de islas.
Expertos y pescadores artesanales y deportivos coinciden en señalar que muchas especies ya no aparecen por la zona, como el pacú, el manguruyú, y desde hace un puñado de años el surubí. Otros peces como el sábalo, la boga y el armado son todavía muy numerosos, aunque cada vez más pequeños en tamaño, lo que también indica que el cero respeto a las indicaciones respecto a cuándo y cómo realizar pesca industrial repercute ya visiblemente.
Si bien la pesca del dorado está prohibida de manera permanente en Santa Fe, no existe en la actualidad ninguna veda para la captura de otras especies. “Los períodos de veda no servían para mucho, porque estaban hechos desde un escritorio y no respetaban la biología de los peces. La idea es respetar los ciclos reproductivos, pero son cambiantes y no caen siempre en la misma fecha”, razonó Julián Aguilar, el presidente de la asociación civil de pescadores de El Espinillo y puestero de larga data en la costa norte de la ciudad.
“Los que hacen las leyes tienen mucho escritorio, pero poco estudio de campo”, sintetiza mientras estira el momento de volver a subir a la canoa a buscar las redes que más temprano a la mañana dejó en las aguas isleñas.
Según Aguilar, observador en tiempo real de los ritmos del río, de 2010 a esta parte, sin grandes bajantes, el propio Paraná se encargó de regenerar un poco el volumen de peces. El mayor problema es para él el tamaño de las presas, que son cada vez más chicas: “Eso significa que los pescan demasiado jóvenes. Y para los pescadores artesanales significa menor calidad”.
“La pesca industrial nos perjudica a todos, pero no es la única razón de este momento. También hay que ver lo que provoca el cierre de las bocas de los arroyos en las islas, los terraplenes, y la contaminación que largan los puertos”, agrega.
Pico destructivo. Norberto Oldani es doctor en biología e investigador del Conicet. Para el especialista, la historia de la pesca en la zona es tan vieja como la de la presencia humana: “Desde que empezó la conquista hasta ahora, en estos últimos 500 años, el recurso pesquero ha sostenido todo el desarrollo de la zona del Litoral. Y lamentablemente, la historia del recurso es siempre un poco peor a medida que pasa el tiempo”.
Si bien el uso del río nunca fue motivo de demasiada atención por parte de los poderes públicos, hubo un año fatídico para la población de peces del Paraná: 2011, cuando se registró un pico de destrucción nunca visto, cuyas consecuencias explotan a la vista ahora.
"El pico de capturas fue en 2011, lo que provocó que los peces migradores como el surubí, el dorado, y el sábalo dejaran de reproducirse masivamente, o se reprodujeran pero en muy poca cantidad", señaló Oldani.
Como una de las características de estas poblaciones es que para sostenerse tiene que haber muchos reproductores, por efecto de la captura indiscriminada se perdieron muchos ejemplares: "La cantidad de peces de esas especies descendió hasta un 15 por ciento, lo que provocó un fuerte impacto en la biodiversidad".
Ese pico de capturas se nota con intensidad en la actualidad. Según explicó el investigador, el sábalo se reproduce a los dos años, pero el surubí lo hace a los cinco, "entonces ahora hay toda una generación de surubíes que no existe porque no nacieron en su momento".
"Tenemos una población castigada sin reproductores, y encima tenemos menos peces, porque los que se deberían reproducir no nacieron", agregó.
El pescador deportivo Fabio Baena coincide, aunque aclara que la pesca es la parte "visible" del vaciamiento del río: "Es indiscutible que hay una merma en el stock de peces, pero no sólo por la pesca. Hay otros factores que inciden y que no se cuentan como las represas, el ganado en las islas, los terraplenes ilegales y la contaminación del agua".
Para el pescador, todo esto incide en el volumen final de peces "aunque suele no verse a primera vista".
"El recurso no está en buen estado y esto es de difícil reversión. El pacú ya no volverá más a la zona, igual que los surubíes grandes, y esos son síntomas clarísimos", dijo.
Para Oldani, cuando se pesca "a la argentina" las especies se agotan en diez años, y eso es lo que está pasando con el surubí. Algo que ya sufrieron otras especies como el manguruyú, el pacú, o con el salmón de río, que dejaron de ser recurso aún sin extinguirse.
¿Qué significa la pesca "a la argentina"? Para el especialista eso refiere a empresas "altamente ineficientes, con costos que no pueden manejar, y siempre al borde o transgrediendo las leyes".
Existe otro dato importante: la zona de los impactos donde se nota esa caída en las poblaciones de peces. Según relató el experto, la pérdida del recurso surubí no se nota en Rosario, donde ya se perdió hace años, sino que ahora se evidencia en el área núcleo de la población que es Reconquista, Corrientes, y aguas arriba de La Paz.
La disminución del recurso se nota especialmente en las poblaciones de surubí, ya que ahora faltan los que no nacieron en 2011. Un panorama que se extenderá durante los próximos años, y que provoca "una debacle muy importante. Ya existen cada vez menos, por lo que desaparecerán como recurso, al perder esa especie su capacidad de resiliencia", afirmó.
Sin control. Una de las patas que puede explicar el desmanejo total del Paraná es el muy escaso control que los diferentes niveles del Estado ejercen sobre el impacto que generan las actividades humanas, así como la ausencia de datos sistematizados que permitan ajustar mejor las políticas públicas. Como suele pasar en cuestiones ambientales, existe una batería de leyes y normas que nadie respeta ni controla.
La pesca del dorado, por ejemplo, está vedada desde 2007, sólo se puede hacer pesca con devolución y ni siquiera estar permitido transitar por territorio santafesino con esa especie en el auto. Lo cual no impide que a veces aparezcan ejemplares colgados en los locales de venta de pescado, o que forme parte del menú que ofrecen la mayoría de los restaurantes náuticos de la zona.
"En realidad es una ley de imposible cumplimiento, y por supuesto imposible de controlar también", explicó Baena, para argumentar que al menos la ley vieja era más clara respecto a las tallas permitidas, y a las épocas en las cuales se podía hacer la captura para no interrumpir los ciclos reproductivos.
Además, los cupos de exportación del sábalo los fija la Nación, lo cual genera luego fricción entre las provincias. Por ejemplo, para este año se autorizaron hasta 15 mil toneladas, una cifra que a Santa Fe (30 por ciento de las ventas externas) le parece demasiado alta, pero que Entre Ríos (70 por ciento de las exportaciones) acepta.
"Las decisiones de la Nación muestran que, desde su visión, el río aún resiste la explotación pesquera", agregó Baena, para quien eso desalienta la posibilidad de una recuperación del recurso.
"Es una desgracia que no haya controles, ya que desde lo ambiental y desde lo económico es mejor que haya peces", indicó Oldani, quien repartió responsabilidades entre las provincias y los municipios, que muchas veces tienen herramientas legales para intervenir pero no las aplican.
El problema, razonó el investigador del Conicet, no es la desidia estatal, sino la falta de conocimiento real sobre el tema: "Si hubiera conocimiento se podría ver todo desde otra óptica, pero se desconoce mucho, hay poca capacitación y eso deja la puerta abierta para otras cuestiones no deseables. Nadie se empodera de esta cuestión de la conservación".
"El río no soporta el desorden y la avivada, como sacar fuera de temporada o usar redes inapropiadas, por eso dice basta. Es terrible porque no tiene ningún sentido tener el recurso en malas condiciones. Un río vale por lo que tiene", argumentó Oldani.
Fuente: La Capital
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