"En la Pascua celebramos el don mayor de Dios al hombre, que es Jesucristo. En Ella hacemos presente su vida que nos hace partícipes de su triunfo sobre el mal y nos abre a una vida nueva.", comienza diciendo el mensaje de Monseñor José María Arancedo.
El Litoral |
"En la Pascua celebramos el don mayor de Dios al hombre, que es Jesucristo. En Ella hacemos presente su vida que nos hace partícipes de su triunfo sobre el mal y nos abre a una vida nueva.", comienza diciendo el mensaje de Monseñor José María Arancedo. "Esta verdad, que es el centro de la fe cristiana, se convierte en la fuente que da sentido a nuestra esperanza. No soñamos lo imposible, creemos en el sí definitivo que Dios nos ha dado en Jesucristo como principio de esa vida nueva. Pascua es alegría y gratitud por el don recibido, pero también compromiso para hacerla realidad en nuestras vidas y en la sociedad.
Al celebrar la Pascua no podemos dejar de contemplar esa otra realidad dolorosa signada por el pecado, que nos rodea y desafía. Me refiero a la realidad de la pobreza, al crimen del narcotráfico, la corrupción y los enfrentamientos que nos aíslan y dividen comprometiendo la amistad social. Agregaría el crecimiento irresponsable del juego que se vale de las ilusiones de la gente, que debilita la cultura del trabajo y compromete el bienestar de la familia. Son signos de una sociedad frágil en la que las víctimas son siempre los más débiles y necesitados. Dirijo esta palabra, con la fuerza y la esperanza de la Pascua, ante todo, a la clase dirigente que tiene una mayor responsabilidad, especialmente quienes ejercen funciones en los poderes del Estado ordenados al servicio del bien común. Pero también es un llamado y un compromiso que todos debemos asumir.
Al celebrar la Pascua no podemos dejar de contemplar esa otra realidad dolorosa signada por el pecado, que nos rodea y desafía. Me refiero a la realidad de la pobreza, al crimen del narcotráfico, la corrupción y los enfrentamientos que nos aíslan y dividen comprometiendo la amistad social. Agregaría el crecimiento irresponsable del juego que se vale de las ilusiones de la gente, que debilita la cultura del trabajo y compromete el bienestar de la familia. Son signos de una sociedad frágil en la que las víctimas son siempre los más débiles y necesitados. Dirijo esta palabra, con la fuerza y la esperanza de la Pascua, ante todo, a la clase dirigente que tiene una mayor responsabilidad, especialmente quienes ejercen funciones en los poderes del Estado ordenados al servicio del bien común. Pero también es un llamado y un compromiso que todos debemos asumir.
La crisis argentina es principalmente una crisis moral, que se expresa en conductas que se han desvinculado de la exigencia moral de los valores. La conciencia como regla suprema que distingue el bien del mal se ha adormecido, la hemos adormecido. El dinero, el poder y el éxito a cualquier precio, han ocupado un lugar indebido en la escala de los valores personales y sociales. Ellos han desplazado a la verdad, al bien y a la justicia, expresión de la presencia de Dios en el cuidado de la dignidad de la persona. Cuando la impunidad y la justificación ocupan el lugar del deber moral y de la ejemplaridad, el cuerpo social se debilita. No podemos, no debemos acostumbrarnos a vivir en un mundo sin una referencia vinculante al mundo de los valores que nos eleven como personas y comunidad.
Esta realidad signada por el pecado no tiene, sin embargo, la última palabra. En la Pascua celebramos el triunfo y la esperanza de lo nuevo. La Pascua, que en la persona de Jesucristo ha inaugurado un mundo nuevo, necesita de hombres y mujeres impulsados por la fuerza del Resucitado que descubran Su mensaje, para hacer realidad en sus vidas y en la comunidad los bienes de la verdad y de la vida, de la justicia y de la solidaridad, de la honestidad y del cumplimiento de la ley y sus obligaciones. La Pascua es un don recibido, es también una tarea que nos espera y nos compromete. Felices Pascuas,"
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