40 años. Mientras el mundo cierra los últimos vestigios de la Guerra Fría con el acercamiento entre EE.UU. y Cuba, el país recuerda hoy el golpe que instauró la dictadura más atroz de la historia nacional. En estas cuatro décadas se avanzó en las condenas a los jerarcas de aquel régimen. Pero hay interrogantes que persisten.
Otro tiempo. Postal de los años oscuros: militares controlan una calle desolada.
El 24 de marzo de 1976 es una fecha que atraviesa como un rayo a varias generaciones de argentinos: a quienes vivieron aquel momento como adultos o jóvenes, a quienes nacieron por entonces y hoy están llegando o han superado los 40 años de vida, y a quienes vinieron después y hacen sus interpretaciones de ese momento histórico. Hay niños y adolescentes nacidos en la década pasada que en este instante están construyendo su mirada sobre aquellos días.
Parece tan obvio lo anterior como que para caminar primero hay que dar un paso y luego otro. Sin embargo se sabe que todo es complejo: millones de años de evolución debieron pasar para que el humano pueda desplazarse de ese modo. Y si esto es así, ¿cuán complejo y cuántos interrogantes habrá que responderse antes de comprender o tomar una postura taxativa sobre las acciones de un tiempo determinado? La cuenta tiende a infinito, porque sobre cada suceso histórico las perspectivas son múltiples.
Por supuesto, el paso de los años hizo que las percepciones sobre “el golpe” vayan sedimentando y adquiriendo un determinado sentido. De ese modo se fueron descartando algunos interrogantes.
Merced a la incansable lucha de todas las organizaciones de Derechos Humanos durante y después de la dictadura, dentro y fuera del país, existe hoy un consenso social casi pleno (excepto posturas extremas, hoy marginales) sobre puntos clave. Entre ellos que el Estado en manos asesinas cometió la cacería humana más atroz ocurrida en la Argentina y que los responsables de esos delitos de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptibles, deben ser juzgados y condenados con todo el peso que la ley establece, sin el mínimo atisbo de impunidad. Esto se transformó en demanda social y derivó en política de Estado. Así lo entendió en primer término Raúl Alfonsín, quien a solo meses de haber asumido tras el gobierno de facto, inició la Conadep (Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas) y llevó al banquillo de los acusados a los jerarcas del régimen que lo precedió. El camino abierto por el líder radical fue cerrado a mitad de su mandato por la extorsión del “partido militar”, y no volvió a abrirse sino hasta los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Por eso desde 2006 se ha condenado a más de medio millar de represores en todo el país. La administración de Mauricio Macri promete continuar esta senda (o al menos no desandarla), según el compromiso adquirido ante Estela de Carlotto, líder de Abuelas de Plaza de Mayo, emblema indiscutible de la perseverancia en pos de una causa, que ha tenido resultados en la vida concreta de muchas personas. Más de un centenar de nietos restituidos dan cuenta de ello.
Pero las respuestas penales no pueden dar una explicación plena de las razones que condujeron a la barbarie de los 70. Para armar el rompecabezas de aquellos años, llega la hora de preguntarse qué estaba latente por entonces en la Argentina para que el país se haya sumergido en ese baño de sangre. No alcanza con identificar a buenos y malos, culpables e inocentes, porque eso es tanto o más insuficiente como explicación que la tan cuestionada teoría de los dos demonios. Hay que desprenderse de categorías y prejuicios que limitan el razonamiento, sumergirse en las dudas e indagar en las razones por las cuales la Guerra Fría que se libraba a escala planetaria terminó adquiriendo en esta latitud la forma que tuvo, con el saldo social, político y económico que aún se paga. Bajar al sótano, encender la luz y encontrarse cara a cara con el horror, para entender más acabadamente por qué hubo una sociedad que gestó y toleró hasta límites inauditos masacres cotidianas de fuerzas militares, paramilitares y la guerrilla. Comprender por qué frente a condiciones socioeconómicas mejores que las actuales (la participación salarial en el PBI a mediados de los 70 era superior al 50% y hoy es menor al 40%; la pobreza alcanzaba al 5% de los argentinos, hoy es el 30%) fue imposible encarrilar las diferencias a través de la política y se optó por hacerlo eliminando físicamente al otro.
Las condiciones actuales parecen el contexto ideal para pulir el entendimiento sobre aquellos años. Esta semana fue simbólicamente removido uno de los últimos vestigios de la Guerra Fría: Barack Obama visitó Cuba. Terminaron así casi 60 años de silencio entre dos naciones que están separadas solo por 150 kilómetros de mar. Hay un ciclo histórico que concluye. El pronóstico es incierto, pero sin dudas el hecho marca el inicio de una nueva relación de EE.UU., no solo con Cuba, sino con el resto del continente, lo que también quedará señalado con una nueva desclasificación de archivos secretos de la inteligencia estadounidense vinculados a la dictadura argentina, decisión que Obama oficializará hoy en el Parque de la Memoria, en Buenos Aires. Todo esto puede colaborar con el ejercicio histórico de aclarar más el turbio pasado nacional.
De acuerdo a lo advertido por el Papa Francisco, artífice de la recomposición de relaciones entre EE.UU. y Cuba, el mundo vive ya una Tercera Guerra Mundial cuyas consecuencias más cercanas (por ahora) son los atentados en Europa, como los de esta semana en Bélgica, o los de fines del año pasado en París. O las oleadas de inmigrantes a Europa desde Siria u otros países de Medio Oriente y África, donde las matanzas son casi diarias. Los grupos yihadistas conducen a Occidente a enfrentarse a contradicciones difíciles de resolver: ¿cómo asegurar el bien supremo de la vida sin cercenar otro bien supremo, la libertad? ¿Cómo evitar que frente a esta ruleta rusa de los ataques terroristas, que Argentina ya ha sufrido, las opciones autoritarias o xenófobas capitalicen el miedo y ganen adeptos? ¿Se podrá impedir que el fundamentalismo sea una alternativa frente a la exclusión, la frustración y el resentimiento de millones en todo el mundo?
Tener presentes los caminos recorridos para no chocar con las mismas piedras es una condición ineludible. A 40 años del último golpe de Estado en la Argentina, ese es uno de los mejores homenajes posibles.
Fernando Arredondo/ UNO Santa Fe/ farredondo@uno.com.ar
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