En una recorrida por los lugares de mayor concurrencia las bebidas se expenden en “combos” y el transporte está ausente. Ahora la “previa” también se hace dentro de los boliches. Los precios dentro del local son exorbitantes. Los sectores VIP no significan mejores condiciones para sus asistentes.
La Capital |
“Los dos somos fanáticos de lo prohibido, nos emborrachamos frente al mar”. La canción, de la popular banda uruguaya Rombai, marca la premisa de una descontrolada noche de verano. También podría ser una radiografía de la noche rosarina. Jóvenes -muchos menores de edad-, alcohol y boliches a la vera del río Paraná son los actores principales de los fines de semana. Es viernes y la pauta de la actualidad nocturna local la da un grupo de chicos: los muchachos caminan por la plaza San Martín con una botella plástica cortada por la mitad. En su interior hay Fernet con cola. La previa, ritual que se antepone a la ida al boliche, se realiza en cualquier lado. Inclusive, en la vía pública.
El periplo se inicia en La Florida. El centro de Rosario se encuentra vacío y el grueso de la gente se traslada a la parte de la ciudad que, por excelencia, es un pilar en cuanto a diversión nocturna veraniega. Es la 1 y la música electrónica proveniente de los bares y boliches inunda espesamente el ambiente y marca el camino de lo que será la noche. A eso se suman los caños de escape y la música de los autos y motos que, casi de manera sincronizada, pasan por la avenida Carlos Colombres. A su vez, quienes descartan la posibilidad de salir a bailar, deciden ir a tomar algo a uno de los tantos bares que se encuentran en la costa de la ciudad.
Hay varias patrullas de Control y Convivencia en la zona, por lo que el sector denominado como “el serrucho” se encuentra totalmente vacío de jóvenes. Es que, en otras épocas, este lugar oficiaba como un gran espacio al aire libre para que, quien deseara, llevara su conservadora con bebidas para hacer la previa antes de ingresar al boliche.
Una vez en el local bailable, se divisan a simple vista falencias que no debería haber. Desde las correspondientes identificaciones de los patovicas, pasando por el cartel que refiere a la capacidad del boliche, hasta la falta de baños para discapacitados. Peor si a esto se suma que, este local, se ubica en la zona de barrancas de La Florida: al no existir un ascensor, es imposible su acceso para personas con dificultades motrices. Tampoco hay letreros que indiquen dónde se encuentran las salidas de emergencia; para peor, no hay señales de que haya alguna. El caudal de gente es importante en la zona, a pesar de tratarse de la primera quincena de enero. La vuelta de aquellos lares es complicada debido a la poca circulación de taxis en la ciudad a la madrugada. Esto, sumado al peligro que reviste subir las escaleras de la barranca y caminar hasta bulevar Rondeau (muchos denuncian robos en esa zona) hace que elegir La Florida para salir de noche quede reservado exclusivamente para quienes tienen auto.
El sábado todo es un mundo diferente. Mucha gente ya culminó su semana laboral y tiene tiempo para poder salir con amigos a disfrutar de los boliches de la ciudad.
Oposición. Llegando a la Estación Fluvial, la imagen que se ve es casi contradictoria. Pasada la medianoche, el Parque Nacional a la Bandera está plagado de familias que concurrieron para disfrutar de una gran velada, casi primaveral. Los gritos y las risas de los chicos que disfrutan de las hamacas y los toboganes del parque se entremezclan con el reggaetón que despiden los autos que, a todo volumen, circulan por avenida Belgrano.
Oposición. Llegando a la Estación Fluvial, la imagen que se ve es casi contradictoria. Pasada la medianoche, el Parque Nacional a la Bandera está plagado de familias que concurrieron para disfrutar de una gran velada, casi primaveral. Los gritos y las risas de los chicos que disfrutan de las hamacas y los toboganes del parque se entremezclan con el reggaetón que despiden los autos que, a todo volumen, circulan por avenida Belgrano.
Desde el parque hasta la fila de entrada del boliche, el olor a marihuana se hace presente en más de una oportunidad. El horario de ingreso es más temprano ya que, por estos días, la posibilidad de hacer la previa dentro del boliche está presente en casi todos los locales bailables. “Está bueno porque si venís en auto podés tomar lo que quieras que siempre vas a estar acá adentro. Aflojás un poco cuando te estás por ir, y listo”, afirma Román, un joven que salió a divertirse con su grupo de amigos.
La oferta consiste en que no se cobre la entrada regular (unos 120 pesos) a quienes ingresen al recinto antes de un determinado horario -por lo general, entre la 1.30 y las 2-. Aunque, quienes quieran hacerlo, deben estar previamente anotados en una lista que facilitan quienes se encargan de las relaciones públicas del local. Los precios para hacer la previa dentro del recinto son elevados, con el justificativo de la exención del pago total de la entrada (se abonan entre 30 y 50 pesos). Así, un combo de una botella de Fernet y otra de gaseosa de cola oscila entre los 500 y 600 pesos, mientras que una botella de vodka con jugo de naranja, gaseosa de pomelo o latas de bebida energizante se comercializan entre 600 y 750 pesos.
Música. “Tú no pierdes el encanto por bailar alcoholizada”, afirma Márama, otra banda sensación uruguaya, en la letra de su canción “Una noche contigo”. La letra del tema se refleja en la imagen de una chica: hacia el final de la noche, una joven de unos 18 años vomita a un costado de la pista de baile, contra una barra. Alguien le hace señas con las manos para saber si está todo bien, ella hace ademanes de que todo debe continuar y, sin reparar en lo que ha ocurrido, sigue bailando. Santiago, un joven que ve la escena, comenta: “Las chicas son las peores. Toman sin control y después terminan así”. Además, afirma que con las cosas que se ven en los boliches, hoy es muy difícil ponerse de novio con alguien.
La figura del VIP se ha vuelto fundamental. A pesar de ser promocionado como un espacio exclusivo en medio del escándalo que representa la pista de baile, siempre sobrepasa su capacidad permitida y no brinda las comodidades y servicios que se ofrecen en un principio. La gente se amontona de igual manera que en la pista de baile (llamada despectivamente “barro” por quienes son habitué de dicho sector) y se hace casi imposible quedarse parado sin que alguien empuje. Aun sabiendo esto, decenas de personas quieren ingresar desesperadamente al VIP. La dificultad queda registrada en el intento de un joven por colarse a espaldas de un patovica. Este lo descubre y, de malas formas, le indica al muchacho que se retire.
Su acceso, siempre mediante la obtención de una pulsera, tampoco es fácil: en algunos locales bailables piden hasta tres pulseras, todas de distintos colores, para poder ingresar. Los colores indican hasta qué sector del establecimiento se tiene permiso para ingresar. Estas pulseras se consiguen en los días posteriores a la apertura del boliche y no se otorgan tan fácilmente, ya que sólo quienes tengan acceso a distintos encargados de relaciones públicas podrán contar con estas “llaves” para poder disfrutar de un espacio que, de antemano, se presume más tranquilo.
El olor a marihuana se vuelve a hacer presente pero, esta vez, dentro del boliche. El champagne y los vinos espumantes con bebidas energizantes salen como pan caliente y las barras no dan abasto. Suenan reggaetón y cumbia por doquier. La cumbia, uruguaya, está presente en todas las discotecas de la ciudad. Ha habido una importación de bandas desde la República Oriental rotuladas bajo un nuevo género: “cumbia cheta” o cumbia-pop. Las canciones narran vivencias comunes de jóvenes de clase media o media alta, a diferencia de sus “pares” villeros. Playa, arena, mucho alcohol y chicas bronceadas y rubias son los protagonistas de las letras de bandas como Márama, Rombai o Mawi en las que se habla de relaciones casuales y de una sola noche. Quien disfruta de bailar los temas es Kenny. El es de Haití y estudia ingeniería civil en la ciudad; aunque, inmediatamente aclara que es “bien rosarino”. El y dos amigos de la misma nacionalidad viven y disfrutan de la movida nocturna local, al punto de no dejar pasar la oportunidad de bailar ninguna canción que va sonando en la pista. Entre la música y el nivel del alcohol de Kenny es complicado hablar con él.
Quienes mueven al público desde adentro son las chicas que “hacen presencia” en los boliches. Cada fin de semana, un grupo, previamente estudiado por quienes hacen relaciones públicas, acude a los boliches para captar la atención de los consumidores de redes sociales. “Por lo general, se las contacta por Facebook o whatsapp y se les hace la propuesta. Aunque, en la ciudad, muchas chicas ya saben de qué se trata y no hay que andar explicando todo”, cuenta Martín, que se encarga de llevar gente a una importante disco de la ciudad. La modalidad del “servicio” de las chicas es simple: están toda la noche en el boliche, le pagan “alrededor de 400 pesos” a la persona con la que los chicos que hacen relaciones públicas se contactan y “les dan uno o dos combos de Fernet o ron a ella y las amigas que van con ella”. Además, Martín agrega que las colocan en “un lugar estratégico del boliche, para que sean fácilmente visibles” y acuerdan para que vayan a hacer la previa, para poder sacarles una considerable cantidad de fotos. “De esa manera, atraés al todo el público masculino que todavía no fue”, explica, y aclara que, en caso de que la chica contactada lleve más amigas, mayor será la suma remunerada.
El descontrol no sólo está presente antes y durante el funcionamiento de los boliches. Una vez que la gente desaloja por completo el establecimiento, muchos optan: o bien vuelven a casa, o intentan acudir a algún lugar donde haya más alcohol para seguir la fiesta. Los servicios públicos se saturan (faltante de taxis y baja frecuencia de colectivos) y una gran cantidad de jóvenes elige caminar un buen tramo hasta dar con algún taxi libre o con el colectivo que más los acerque hacia su casa. En Rioja y Entre Ríos se están peleando a golpes de puño dos jóvenes de aproximadamente 25 años cada uno. Pueden separar a uno de los retadores; por el contrario, el otro muchacho está totalmente desencajado y deben frenarlo entre tres personas. El conflicto, que dura unos diez minutos, se disipa y cada uno se va por su lado.
En la parada de colectivos están Magalí y sus amigas. Tienen entre 17 y 19 años. “Somos de zona oeste. Vamos a llegar tarde a casa porque los colectivos no pasan seguido”, afirman y enseguida se corrigen: “Bah, tarde es una forma de decir. Porque seguro que cuando llegamos ya va a ser de día”.
La espera se hará eterna. No del colectivo, sino del siguiente fin de semana, cuando miles de jóvenes decidan, nuevamente, activar los boliches y los bares y ser protagonistas de la noche rosarina.
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