El 7 de noviembre de 1970 en Roma, Carlos Monzón destronaba al campeonísimo Nino Benvenuti en un combate que quedó grabado para siempre.
El Litoral |
La noche lluviosa del 7 de noviembre de 1970, hace 45 años, el país se conmovió cuando Carlos Monzón venció por nocaut en el duodécimo asalto a Nino Benvenuti y le arrebató el campeonato mundial de la categoría Mediano, en el Palazzo Dello Sport, en Roma, teniendo como testigos a 18 mil aficionados. El combate fue considerado como “La pelea del año” por la prestigiosa revista norteamericana The Ring.
Una particularidad es que hasta el momento de la definición, los tres jurados, el francés Georges Condré y Aime Leschot, de Suiza y el referí alemán Rudolph Drust (también llevaba tarjeta) en forma insólita, tenían ventajas para el monarca, quien estaba recibiendo una tremenda golpiza.
Una particularidad es que hasta el momento de la definición, los tres jurados, el francés Georges Condré y Aime Leschot, de Suiza y el referí alemán Rudolph Drust (también llevaba tarjeta) en forma insólita, tenían ventajas para el monarca, quien estaba recibiendo una tremenda golpiza.
Nino Benvenuti ostentaba la corona universal de peso medio desde el 4 de marzo de 1968 en el Madison Square Garden al apoderarse del cetro que ostentaba Emile Griffith, de las Islas Vírgenes, por decisión unánime en 15 asaltos, tras provocarle una caída en el noveno capítulo.
En lo deportivo, el santafesino Monzón fue resistido hasta que la realidad fue demasiado contundente como para discutir lo indiscutible, era considerado en el mundo el mejor pugilista nacido en tierra gaucha que se haya visto sobre un cuadrilátero hasta nuestros días.
En el ring, el joven pegador sanjavierino demolía a sus rivales; debiendo apuntarse que el reconocimiento llegó primero desde el exterior que desde el público y la crítica porteña. El pupilo de Amílcar Oreste Brusa fue el cuarto campeón mundial que nació en la Argentina y defendió el cinturón de monarca universal exitosamente en 14 oportunidades.
Desde hace cuatro décadas y media, ese impacto sensacional de derecha sigue golpeando la memoria del deporte nacional.
Ese día, Carlos Monzón, hasta entonces un santafesino desgarbado, mirada fija, físico incomparable, que tenía una escopeta en su puño derecho, comenzaba el camino que lo llevó a ser al final de su carrera, siete temporadas más adelante, el mejor boxeador profesional que haya dado el pugilismo argentino en toda su existencia.
En esos tiempos, a principios de los ’70 del siglo pasado, mandaban en el boxeo mundial sólo dos entidades: la Asociación Mundial (AMB), por entonces la más importante y prestigiosa y el Consejo (CMB) y, en consecuencia, los campeones eran menos y más sólidos y los retadores, menos y más creíbles.
De la mano de Tito Lectoure, Monzón llegó a la chance con una campaña armada en el Luna Park y con triunfos trascendentes en su récord: dos veces sobre Jorge José Fernández (a quien despojó de los cetros argentino y sudamericano de los medianos) y otros sobre duros norteamericanos como Douglas Huntley, Charlie Austin, Johnny Broks, Harold Richardson, Tommy Bethea y Candy Rosa.
De sus 80 combates rentados, apenas si había perdido tres, ante Antonio Aguilar, el español-nacionalizado brasileño Felipe Cambeiro y Alberto Massi, de las que se había desquitado.
Sin embargo, los especialistas en la materia, con excepción de los santafesinos, nadie creía en Monzón, La mayoría de los periodistas deportivos porteños que frecuentaba el Palacio de los Deportes de Avda. Corrientes y Bouchard, descontaba que ese flaco antipático que nunca había conseguido llenar el Luna Park, iba a ser barrido por el rey italiano Nino Benvenuti, uno de los mejores campeones de entonces.
Sin embargo, los especialistas en la materia, con excepción de los santafesinos, nadie creía en Monzón, La mayoría de los periodistas deportivos porteños que frecuentaba el Palacio de los Deportes de Avda. Corrientes y Bouchard, descontaba que ese flaco antipático que nunca había conseguido llenar el Luna Park, iba a ser barrido por el rey italiano Nino Benvenuti, uno de los mejores campeones de entonces.
Una prueba más de la desconfianza que había hacia la figura del santafesino, es que ninguna de las radios líderes de entonces quería comprar los derechos para transmitir desde el Palazzo dello Sport de Roma. No tiene sentido, va a ser un papelón, va a perder muy fácil, repetían a coro, los gerentes de programación de esos medios.
“Vendí mi Fiat 600...”
El equipo argentino que viajó a Italia acompañando al flamante campeón mundial estaba conformado por su adiestrador Amílcar Oreste Brusa, el promotor Juan Carlos Tito Lectoure y el ex-boxeador José Menno.
También lo hicieron el profesor Patricio Russo Seibane quien se costeó el viaje por sus propios medios: “Nunca me voy arrepentir de haber vendido mi Fiat 600”, reveló eufórico al término de la consagración de Monzón. El campeón argentino de los welter juniors Juan Alberto “Ardilla” Aranda, dijo: “Vine ayudar a Carlos, estoy loco de alegría, pleno de felicidad y para realizar algunas peleas en Europa”.
El Litoral presente
Como no podía ser de otra manera y tal cual se destacó a lo largo de su casi centenaria historia, El Litoral estuvo presente aquella lluviosa noche romana con Pedro Oscar Roteta, el queridísimo Cacho, como Enviado Especial.
“Si el italiano aguantaba ese golpe, le mandaba otro derechazo enseguida. Pero cuando lo vi tirado en el tapiz estaba seguro de que le podían contar 120. Me retiré hacia el rincón neutral aguardando la decisión final del arbitro alemán”, dijo Monzón luego de la pelea.
Brusa y Lectoure
Ambos ya no están en este mundo y terminaron muy distanciados, con posturas que a lo largo del tiempo se hicieron irreconciliables. Pero Amílcar Brusa y Tito Lectoure tuvieron muchísimo que ver con esta gran pelea. Uno como conductor y entrenador de Monzón, y el otro, como casi un “dueño” del boxeo argentino, quien concertó la pelea.
Juan Carlos Lectuore, un hombre apasionado, conocedor del mundo del boxeo en casi todos sus detalles y aspectos, defensor a ultranza de los púgiles nacionales durante varias décadas, pudo convencer a Bruno Amaduzzi y concertar el esperado encuentro.
Tito —como se lo conocía en el mundo boxístico al promotor del Luna Park— tuvo que buscar insistentemente durante dos temporadas a Amaduzzi —el manager de Giovanni Benvenuti— para lograr la oportunidad de concertar el encuentro por el título ecuménico, porque tenía otros objetivos, entre ellos, con el promotor Rodolfo Sabbattini (ingresó al Salón de la Fama el 11 de junio de 2006), para concretar una nueva pelea con Emile Griffith.
Cabe consignar que Monzón, preclasificado como número uno del escalafón de la WBA, no figuraba en la agenda del italiano.
Lectoure viajó a la Convención de ese organismo que se celebró en Salt Lake City, Estados Unidos y hasta llegó a ofrecer una bolsa desmesurada para que Nino Benvenuti viajara a la Argentina, unos 80 mil dólares de esa época.
Finalmente, Amaduzzi cedió ante la presión del promotor argentino y aceptó el combate para sacarse de encima al “Mago” Lectoure, como manifestara años más tarde.
Fueron innumerables las gestiones personales y llamados telefónicos encarados por Tito Lectoure ante Bruno Amaduzzi manager de Benvenutti.
—Mire Tito, el combate lo haremos en Italia, así me lo saco a usted definitivamente de encima porque estoy cansado de tanta insistencia, me acosa en todos lados -le explicó Amaduzzi a Lectoure.
—Quédate tranquilo, Bruno, ahora que firmamos el compromiso te aseguro que Monzón será el próximo campeón mundial de los Medianos, porque es un fenómeno -le respondió Lectoure.
Por entonces, Monzón tenía 28 años. Benvenuti, en cambio, que había sido campeón olímpico, sumaba 87 combates entre los profesionales, contaba con 32 años. Debe señalarse que eran los tiempos que para llegar a una pelea de campeonato mundial había que sumar muchos combates y por ende numerosas victorias en su haber, además de ofrecer bolsas con sumas millonarias en dólares. Monzón cobró algo más de 8.000 dólares por aquella pelea, según contó luego en una biografía escrita por Ernesto Cherquis Bialo.
Los festejos se prolongaron por las calles de la ciudad, por San Javier y continuaron una semana después, el 15 de noviembre, cuando Monzón aterrizó de regreso en Santa Fe y fue recibido por una multitud y una caravana espectacular e inolvidable. Como el gran campeón se lo merecía
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