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domingo, 11 de octubre de 2015

Los desaparecidos del rugby rosarino

Al menos 16 jóvenes que integraron planteles de conocidos equipos de la ciudad fueron víctimas del terrorismo de Estado. Familiares, ex compañeros de equipo y militantes de los turbulentos años setenta compartieron testimonios y recuerdos para completar el rompecabezas de esas historias truncadas por la represión más cruel que haya conocido la Argentina.
La Capital | 
Los desaparecidos del rugby rosarino
 En el bar de La Plata Rugby Club aún está colgada la foto de varios de los veinte jugadores que eran parte del plantel en los años setenta y fueron asesinados o desaparecidos por el terrorismo de Estado. Se ve a ocho de ellos con los cortos ajustados y las camisetas amarillas. Cerca de esa imagen también hay una plaqueta de acrílico de 2006, que los recordó cuando se cumplieron tres décadas del golpe de Estado. ¿Y en Rosario? ¿Qué sucedió por entonces en la comunidad de la ovalada, por la que pasaron tantos militantes? ¿No hubo víctimas? “Sí las hubo, pero nadie, ningún club las recordó: por el contrario, todo se silenció”, le dijo a Más un familiar directo de un muchacho asesinado, que jugó al rugby en la ciudad. Mientras que Dolores Araya, sobrina de Jorge Araya, otra de las víctimas, aportó otra mirada: “El preocuparse por el otro, uno de los valores de estos jóvenes volcados a la militancia, para mí se construyó también desde el deporte y es bueno rescatarlo”.
Al menos se conocen 16 jóvenes (ver aparte) que integraron planteles de Maristas, Duendes, Plaza, Jockey, Old Resian, Logaritmo, Gimnasia y Esgrima, Universitario, Sagrado Corazón y Tacuara. Muchachos veinteañeros que forman parte del negro listado de los desaparecidos y asesinados del rugby local, un ambiente que también incluyó a represores, delatores e integrantes de la Triple A.
Muchos fueron recordados por haberse sentado en las aulas de colegios como el Politécnico y el Superior de Comercio, por haber estudiado en alguna facultad de la Universidad Nacional de Rosario, por haber trabajado en un banco o en la Municipalidad. Pero nunca se los recordó institucionalmente allí donde jugaron tocatas, patearon conversiones, tacklearon o saltaron para arañar la pelota en un line. Familiares, ex compañeros de equipo y militantes compartieron testimonios y recuerdos para completar el rompecabezas de esas historias jóvenes en las que confluían los perfiles de ciudadanos rosarinos, hijos de clase media y también de familias de apellidos con linaje; estudiantes y trabajadores (o ambas cosas), padres, novios o maridos, militantes que en algunos casos optaron por la lucha armada y se obligaron a la clandestinidad. Y también jugadores de rugby, un deporte que los apasionaba pero del que se distanciaban cuando comenzaban a militar.
A pesar de que Ernesto Guevara de la Serna, el Che, era para estos muchachos un referente político que había jugado al rugby en Estudiantes de Córdoba y en San Isidro Club (SIC), en esa época deporte y militancia eran campos casi antagónicos. “Llenaba de contradicciones priorizar el rugby cuando fuera de la cancha se vivía una represión feroz”, dijo Carlos Pérez Rizzo, ex rugbier de Universitario y ex preso político, al referirse a esos años de plomo y camiseta Uribarri, que “prácticamente no se lavaba”. Años también de botines Ocelote para la mayoría (ya que los Adidas eran palabra mayor) y los jeans Levi’s, Lee y las primeras Topper para fuera de la cancha.
“El compromiso exigía muchas horas y como éramos jóvenes éramos más radicales: las amistades del rugby comenzaban a tener otro perfil político e ideológico, se hablaba otro idioma. Uno sentía que ellos estaban de joda mientras nosotros íbamos a los barrios a poner vacunas y hacer zanjas. «¿Qué carajo hago acá con esta gente?», nos preguntábamos”, dijo Pérez Rizzo.
Muchos de esos rugbiers devenidos en militantes fueron raptados, baleados en la calle a plena luz del día, padecieron el cautiverio y la tortura. Los restos de un puñado fueron encontrados y sepultados. Se rescató a la hija de uno de ellos. Otros aún siguen desaparecidos.
En el suplemento Ovación de La Capital, el 11 de agosto pasado, se publicó la foto del equipo de La Plata, en el marco de la entrevista a Claudio Gómez, el autor de Maten al rugbier. La historia detrás de los 20 desaparecidos de La Plata Rugby Club, recientemente publicado por Sudamericana. Por ese puntapié es que surge esta nota de los rugbiers locales, aunque haya otros tantos jóvenes asesinados o desaparecidos en más deportes. Si bien en Rosario las víctimas del rugby podrían formar un equipo entero (pero con distintas camisetas) e incluso con varios suplentes, sólo cuatro historias con sus testimonios fotográficos se contarán en representación de todas. “No es fácil recordar, las imágenes son imprecisas y duelen”, dijo un ex compañero de un jugador, uno de los tantos deportistas de esa época que accedió a hablar pero prefirió no dar su nombre.
 
Guillermo, de Maristas

Guillermo White jugaba de tres cuartos, en Maristas. “Y era petisito, flaco y rápido”, aseguró un ex compañero del plantel, el actual diputado provincial Gerardo Rico. La familia de White aún conserva una foto hermosísima en blanco y negro donde se lo ve de short y camiseta arremangada con cuatro cuadros al frente (dos celestes y dos blancos) y botines Conti. De perfil (con patilla y melena a lo Robert Redford) y mirando a tres compañeros más altos que él y que siguen vivos (entre ellos Rico, a su lado). Posan en lo que supo ser la cancha de Maristas, en Granadero Baigorria.
“Guille era alumno de La Salle, a Sagrado lo llevó un amigo y luego se fue a Maristas”, recordó su hermana María Rosa White. Ese amigo es Gustavo Rebord. “Yo vivía en la casa de Guillermo porque su familia era muy amigable: sus padres siempre nos invitaban a todos los chicos a su casa y a la de Tanti, también, en vacaciones. Éramos familias con apellido más que con guita. Lo invité a jugar en Maristas porque era buen deportista y se enganchaba en todas. Corriendo era una máquina, era pasional: no quería perder ni una tocata. Eran épocas en que no se viajaba mucho con el deporte pero con él supimos ir a varios seven a dedo: al Quillá de Santa Fe, a Córdoba”.
Gustavo retrató a Guillermo, dentro y fuera de la cancha, como un “tipo solidario y alegre”. Recordó cuando una noche se despidieron en peatonal Córdoba y Mitre y a él lo quisieron pelear entre cinco muchachos. “Guillermo, que ya había hecho unos metros, volvió a defenderme aun sabiendo que nos darían una biaba a los dos”. Una escena que tendría rasgos similares a la última vez que lo vio con vida.
“Fue en la esquina del bar Victoria de la esquina de San Lorenzo y Presidente Roca, él militaba y me avisó que se iría a Santa Fe, a trabajar. Lo quise ir a despedir a su casa, me advirtió que no, que lo estaban siguiendo. Nos despedimos allí. Por años cargué con la culpa de estar vivo, mientras él no”.
White militaba en Vanguardia Comunista (partido marxista leninista, ex PRML, luego Partido de la Liberación). Fue secuestrado en la vía pública en Santa Fe con 24 años, en febrero de 1977. Fue torturado y pasó por el centro La Calamita, en Granadero Baigorria. Se había casado con Stella Buna (quien también padeció cautiverio, pero sobrevivió). “El día de su luna de miel, todos los amigos y nuestras parejas les dimos una sorpresa y nos fuimos con ellos a Tanti en colectivo: recuerdo que jugábamos partidos de fútbol mixto y también al rugby por esos días”, dijo Rebord.
La madre de White, María Rosa Saint Girons, presentó un hábeas corpus ante la desaparición de Guillermo. Fue una de las Madres de Plaza de Mayo de Rosario. Falleció. Al día de hoy no se han encontrado los restos de su hijo.
El “Pato” y el “Mono”: de Old a Nahuel
A Alejandro Víctor Stancanelli todos lo conocían como el Pato y a Raúl René De Sanctis lo llamaban el Mono. Ambos habían sido alumnos del colegio San José, donde también cursó otro ex rugbier de Universitario desaparecido, Luis Bonamín, sobrino nieto del provicario castrense Victorio Bonamín (ver aparte). En ese mismo colegio trabajaban varios curas salesianos politizados y adherentes a la Teología de la Liberación. Ambos, el Pato y el Mono, militaban en la JUP y jugaban al rugby.
El Pato había pasado por Plaza cuando tenía unos 11 años, luego fue parte de las sexta, quinta y cuarta de Old Resian. Su padre, Víctor Stancanelli, fue unos de los fundadores del club pegado a Caranchos y ubicado a pocos metros del Mercado de Concentración de Fisherton. Más tarde, junto al Mono y el resto de los compañeros de ese equipo —incluido el técnico Jorge Trevisán— se fueron con las “H” bajo el brazo y las levantaron en terrenos ubicados a la entrada de la localidad de Pérez. Los aires ingleses tornaron en mapuches: crearon el club Nahuel, que en lengua aborigen significa tigre. Era un plantel de temer por esa época, si se tiene en cuenta que en 1974 les ganaron a Hindú y Champagnat, dos poderosos equipos porteños.
“Ambos eran tercera línea. El Pato jugando era cerebral, inteligente, muy habilidoso; el Mono era una máquina de tacklear”, contó un ex compañero del plantel mientras los señalaba en una foto de la primera división de 1973, en que se los ve con las camisetas tricolores de Old Resian y los brazos cruzados.
Para ellos, aún muy jóvenes, todo era el colegio, Led Zeppelin, Spinetta, los botines Adipan y una única camiseta de rugby, gruesa y pesada, que se usaba de las inferiores hasta la primera. No obstante, ya habían comenzado las acciones terroristas de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) en Rosario, y había efervescencia y revuelta política en las calles. Y paradójicamente, allí donde pateaban la ovalada el Pato y el Mono, también lo hacía el represor Carlos Gabriel Jesús Turco Isach, implicado en múltiples crímenes de lesa humanidad y ex empleado del municipio de Rosario. El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos lo incluyó oportunamente en la lista de represores prófugos por los que se ofrece recompensa. “Jugó conmigo pero no llegó a primera. Era un tarado, peleador, un cuadrado: tenía un hermano comisario (Rodolfo Isach), le decíamos el Turquito”, recordó el ex rugbier.
No obstante, hay un dato más sobre el represor rugbier aún prófugo de la Justicia. En 2008, una víctima de sus torturas en el centro clandestino de la Fábrica de Armas, Ramón Verón, declaró en el marco de la causa Guerrieri, ante el Tribunal Oral Federal Nº 1: “Era un nazi, se jactaba de ser un rugbier del club Universitario que tenía muchas influencias, decía a boca de jarro que había que matar a todos los subversivos porque afectaban a su clase social”.
Sobre la militancia del Pato y el Mono no se hablaba demasiado en el club, pero tampoco se ocultaba. “Nosotros sabíamos que los chicos militaban porque iban a la facultad como muchos de nosotros. El Pato cursaba en la Tecnológica y era de hablar en las asambleas, el Mono estudiaba antropología. Eso estaba visible y nosotros éramos todos amigos, entrenábamos, éramos buenos, jugábamos parecido al equipo de La Plata, que tenía buen seven. Éramos un equipo, pero no cualquiera, un grupo de esos que vos sabés que todos daban la vida adentro de la cancha, que cada uno cuidaba al otro... mirá lo que digo, dar la vida... pucha”, se lamentó quien fue amigo de ambos al recordarlos y antes de agregar: “Al Pato lo asesinaron y del Mono me enteré que había desaparecido en el 83, cuando leí la noticia y supe también que una hija suya había nacido en cautiverio; la conocí el año pasado, tiene su misma cara: nosotros no perdimos a dos militantes, perdimos a dos amigos”.
A Stancanelli lo asesinaron a los 21 años, el 1º de julio de 1976, en un supuesto “enfrentamiento”, según se informó en los medios de la época. Varios hombres lo corrieron a los tiros cuando lo vieron en bulevar Oroño y San Juan, donde iba a encontrarse con su novia. Volvía de trabajar y estaba desarmado.
En el Tribunal Oral Federal Nº 2, por el juicio Díaz Bessone, la testigo Clelia Righi, ex jugadora de hockey de Plaza Jewell, dio testimonio en marzo de 2011 sobre el asesinato. Contó que ella iba acompañada por un chico, que se lo cruzó a Stancanelli y conversaron frívolamente. “Qué linda estás, me voy a la facultad... ¿seguís jugando al hockey?”, recordó que le preguntó el Pato. Luego la muchacha dijo que escuchó tiros y vio a Stancanelli corriendo rengo hacia calle Alvear.
“Detrás de él venían personas disparando. Se cae al suelo frente a una casa muy linda. Veo que le tiran un arma encima, un revólver”. Por la misma causa también declaró el hermano del Pato, Rafael Stancanelli, quien en el juicio le habló a la cara a un ex militante acusado de delator por sus compañeros de la Unión Estudiantes Secundarios (UES) y que merodeó varios años después por el ambiente del rugby de Duendes. Se trata de Ricardo Cady Chomicki, a quien interpeló en el tribunal: “Cady, mi mirada es para que digas quién mató a mi hermano”.
El cuerpo de Stancanelli fue reconocido por su padre en la Asistencia Pública, con varios impactos de bala. Días después, en la Jefatura de Policía, le entregaron los efectos personales de su hijo asesinado: su reloj Seiko, las llaves de su departamento y un certificado de buena conducta, entregado por la misma policía, en un portadocumentos. Un subcomisario de apellido Guzmán le advirtió al padre, mostrándole varios cadáveres colgados en ganchos de sus extremidades inferiores: “Déjese de embromar y meta violín en bolsa y no averigüe más sobre el tema, acá mandamos nosotros”. Los restos de Stancanelli fueron sepultados por su familia en el cementerio El Salvador.
En cuanto al Mono, era cinco años más chico que su primo Raúl De Sanctis. “Jugaba de wing forward y era bueno, muy bueno: una bestia”, remarcó.
Comenzó a trabajar en Acindar. El y su mujer Myriam Tita Ovando, militantes de Montoneros, fueron secuestrados entre el 1º de abril y el 20 de mayo de 1977. Él tenía 23 años y desapareció en Campana (provincia de Buenos Aires). Ella tenía 22 y estaba embarazada de seis meses: fue detenida en Virreyes (Buenos Aires). El Mono fue visto en condiciones de cautiverio en la guarnición de Campo de Mayo antes de su asesinato. Ella dio a luz en cautiverio, en agosto, a una niña que llamó Laura Catalina. Fue apropiada en forma ilegítima y su familia la recuperó en 2008. Sus padres permanecen desaparecidos.

El "Ciruja", de Duendes

“A finales de los 60 mi hermano el Ciruja comenzó en Sagrado Corazón, con su camiseta negra y blanca, y después con un grupo grande se fue a Duendes: se pasó a la negra y verde”. Así comenzó el relato sobre José Antonio Oyarzábal su hermano Francisco, el Vasco. “Yo era más chico: cuando él estaba en cuarta yo estaba en séptima, recuerdo que se juntaba con mis primos que también jugaban al rugby, pero para Old Resian, y hablaban siempre de los partidos y las jugadas. Yo los miraba y escuchaba con admiración. Claro: lo veía grandote, creo que jugaba de forward y era cancherito, iba con sus botines haciendo ruido a metal por los pisos duros, embarrado, sacando pecho... los tres años de diferencia eran enormes a nivel político y deportivo”, aseguró el Vasco, de 58 años, y remarcó que su hermano, asesinado en Los Surgentes junto con otros jóvenes, hoy tendría 61.
Carlos Araujo, ex jugador de Duendes y presidente de la UAR, también se acuerda del Ciruja. Tiene una foto enmarcada de la 5ª división del equipo verdinegro, de 1969, y al volverla a ver recordó una anécdota: “Una vez José Luis (Imhoff, ex Puma y técnico de Duendes) nos estaba entrenando y le explicó al Ciruja dónde poner los pies en el scrum: él jugaba de hooker. El Ciruja le dio un pisotón sin querer a Imhoff, que lo insultó por varios segundos mientras todos nos reíamos”, recordó.
El Ciruja cursaba algunas materias de Derecho en la UNR y escuchaba rock nacional. “El primer disco que llevó a mi casa fue el simple de Mañana campestre de Arco Iris, el grupo de Gustavo Santaolalla”, recordó el Vasco. También militaba en la Juventud Peronista. En 1976 estaba en la clandestinidad. “Bueno, recién empezaba esa situación porque en verdad él venía de vez en cuando a almorzar a casa, en el centro: de hecho un día de esos fue la última vez que lo vimos”.
Oyarzábal fue detenido el domingo 12 de octubre de 1976 en la vía pública con folletos de propaganda política; el mismo día en que el general Leopoldo Fortunato Galtieri se hizo cargo del II Cuerpo de Ejército. Estuvo cautivo en el Servicio de Informaciones (SI) de la ex Jefatura de Rosario (Dorrego y San Lorenzo) y junto a seis víctimas más fue trasladado a la localidad cordobesa de Los Surgentes, donde fueron acribillados en un camino rural. Tiraron los restos en una fosa común en el cementerio de San Vicente. En los primeros años de la democracia los restos fueron exhumados de manera descuidada, “a pico y pala”, lamentó su hermano. Y posteriormente fueron incinerados, lo que impidió establecer las identidades vía análisis de ADN. Su familia nunca los recuperó.

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