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domingo, 11 de octubre de 2015

EN ESTADOS UNIDOS El paracaidista rosarino que logró una nueva marca mundial de salto en grupo en California

Fernando Di Sipio se lanzó junto a otros 201 intrépidos de 27 países y consiguieron el mayor salto en grupo. Tiene las mejores marcas en Argentina y América latina.
La Capital | 
El paracaidista rosarino que logró una nueva marca mundial de salto en grupo en California
 Fernando Di Sipio es un hombre acostumbrado al vértigo. Desde que eligió ser paracaidista, hace casi la mitad de su vida, este trotamundos vive a los saltos. Se ha lanzado en muchos lugares del planeta, algunos muy remotos. En la ciudad rusa de Novosibirsk, por ejemplo. “Me emociona recordar que alguna vez salté allí”, dice a La Capital. Hace 10 días lo hizo en Perris Valley, al sur de California, y no fue un salto más: allí, a una hora y media en auto de Los Angeles, este rosarino de 54 años fue uno de los 202 paracaidistas de todo el planeta que batieron una nueva marca mundial de salto en grupo. Esta proeza acrobática ya se había intentado cuatro veces y Di Sipio había participado en las dos últimas. Por distintos factores aquellos intentos salieron mal, pero ahora cambió. “Esta vez fue un salto perfecto”, afirma.
No es difícil describirlo como un aventurero. Trabaja, tiene empresas, viaja, se dedica a su familia. Y salta. Dirige una escuela de paracaidismo, la única de Rosario, y desde hace años participa en el circuito internacional de salto en grupo.
Tiene las mejores marcas en Argentina y América latina, y también ha saltado en Noruega, Suiza, Francia y Polonia (“Me encantó estar allí”, dice), entre otros muchos lugares.
Cuando estuvo en Novosibirsk recibió una yapa: después de hacer el salto en grupo previsto, lo invitaron a repetirlo en un sitio a dos horas de allí, en algún lugar de la inmensa Siberia. “Fue increíble. Saltamos en medio de la nada y sólo había nieve y más nieve”, recuerda. Su expresión, al decirlo, denota pasión y mucha felicidad.
Para saltar en Perris Valley se preparó durante meses, como los otros 201 paracaidistas con los que compartió esa aventura.
La selección fue muy dura: “Los organizadores invitan, pero eso no garantiza que vas a saltar. Además de entrenar mucho, el día del lanzamiento hay que estar en perfectas condiciones”, explica.
Si alguien evalúa que no es así (su capitán, o los organizadores), o si el paracaidista reconoce alguna dificultad para saltar, quienes arman el operativo en busca de la mejor marca mundial reemplazan a los paracaidistas con profesionales a los que contratan previamente. “Nada queda librado al azar”, añade.
Los paracaidistas llegaron a Perris Valley con anticipación. Durante los días previos entrenaron en tierra las figuras (los paracaidistas le llaman “puntos”) que querían reproducir en el salto. “Cada una lleva horas y horas de práctica. Todos tenemos asignado un lugar y no podemos cambiarlo”, explica. El día elegido para intentar la marca, los 202 participantes se subieron a nueve aviones en el Perris Valley Airport. Todo está calculado: quién se sube a cada aparato, cuál de los aviones sale primero, con qué intervalo parten los otros. Y así todo, hasta el mínimo detalle.
“Hay que ver los rostros, la expresión de cada uno de los paracaidistas cuando estamos subiendo. Todos queremos lo mismo y todos estamos dispuestos a dar lo nuestro para conseguirlo”, cuenta. En California hicieron tres intentos. En el tercero lograron dos figuras perfectas. Envalentonados, buscaron la tercera, pero no lo consiguieron. “Hubiese sido una marca imbatible”, comenta sin lamentarse. El objetivo del mayor salto en grupo ya lo habían conseguido.
Saltaron desde casi siete mil metros. Emplearon un minuto y medio de vuelo en caída libre hasta juntarse para armar la primera figura. Para entonces ya habían descendido dos mil metros. Luego vino la segunda figura. Los paracaídas se abrieron a los 2.500 metros, con una sincronización notable. Al tocar tierra ninguno de los 202 intrépidos sabía que habían alcanzado el objetivo. El martillo bajó después, cuando los jueces estudiaron en detalle las fotos que mostraban las dos figuras dibujadas en el aire. “No había ni siquiera una mano fuera de lugar. Fue perfecto”, confiesa.
En el grupo de 202 paracaidistas había otros tres argentinos. Uno vive en Estados Unidos desde hace años, otro es de la Capital Federal y el tercero es de San Genaro, casi un rosarino más. Se llama Marcelo Vives y Di Sipio dice que es su compañero de ruta.
Pero la aventura no terminó en California, ni terminará en el destino del próximo salto en grupo. Habrá más retos, aunque de momento el rosarino no sepa dónde. “El circuito había previsto uno en Dubai, con 500 paracaidistas, pero se suspendió”, cuenta. Di Sipio ya tenía los pasajes aéreos y tuvo que devolverlos, pero la cancelación no lo sacó de su rutina ni lo preocupó más de la cuenta: él sabe que un día de estos sonará su teléfono, o recibirá un mail, y alguien le dirá dónde es el próximo desafío.

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