En el acto también había representantes de la Escuela Nº 243, a la que concurrió Gastón, el adolescente de 16 años a quien mató de rebote una bala de pelea ajena.
La Capital |
“Las políticas sociales están resultando insuficientes”, dijo ayer el titular de Amsafé Rosario, Gustavo Terés. A las puertas de las vacaciones, cuando los estudiantes llenan de risas y redoblantes las calles por el fin de curso, el miércoles en las Cuatro Plazas (Provincias Unidas y Mendoza), un grupo de escuelas del oeste rosarino se reunieron con una consigna, “que no nos asesinen más pibes”. En esa brutal diferencia, la afirmación de los docentes se inviste de sentido. Entre agosto y noviembre la escuela del barrio Santa Lucía, lloró a tres ex alumnos muertos en el marco vulnerable de sus jóvenes vidas.
En el acto también había representantes de la Escuela Nº 243, a la que concurrió Gastón, el adolescente de 16 años a quien mató de rebote una bala de pelea ajena. En ese atardecer los maestros hablaron profundo y el video “El banco vacío”, con el que la escuela de Santa Lucía ganó el concurso del Concejo Municipal, marcó la cancha: basta de que las zonas más dolientes sigan poniendo las vidas en el conflicto abismal del narcotráfico y la exclusión como su correlato.
Según Terés, de las 235 víctimas de la violencia en Rosario a lo largo de 2013, el 80 % son menores de 25 años. Y por si fuera poco, el 40 % de los adolescentes entre 16 y 18 años que llega al Irar, tiene la marca de los apremios ilegales. Bandas, rehenes, complicidad de las fuerzas de seguridad. La cosa cambió mucho, pero no fue por sorpresa.
En esas cifras y en los últimos seis meses del año están incluidos los ex alumnos de la escuela de Santa Lucía: Mariela, de 19 años, quien murió a manos del narcotráfico; Macarena, de 17, que se suicidó como un año antes había hecho su hermano, eyectados de la vida por la marginación, y Emiliano, a quien le dieron un tiro en el estómago en la zona de 27 de Febrero.
“Hace cinco años en una feria de ciencias los alumnos de nuestra escuela hablaban sobre el impacto que tenían las drogas en los barrios, y a una de sus mejores portavoces, Mariela Soledad Nievas, la quemaron en un búnker y agonizó 28 días”, relata la psicopedagoga de la escuela de Santa Lucía, Dora Rodríguez.
Un corsé de hierro. En aquella misma feria de ciencias los alumnos de Dora, de una pincelada de brocha gorda, ajustaron la realidad que tanto les cuesta asumir a las autoridades. “No se puede elegir lo que no existe”, dijeron en septiembre de 2008.
Fuera de la escuela, en las barriadas profundas, no hay nada para hacer, deambulan, pierden el norte que con tanto esfuerzo ensamblaron en las aulas. “Hay que escuchar lo que dicen los chicos, lo hacemos desde hace años, pero se nos acabaron las herramientas, la escuela sola ya no puede con esto”, contó Dora.
Según la profesional, en el horario de clases en el barrio Santa Lucía, encerrado entre las vías, Circunvalación, Colombres y Cerrito, ya no hay tiros, pero de noche el lugar se transforma. “Si quienes tienen que poner los ojos acá no los ponen, esto sigue mal, enterrar a ex alumnos es un golpe terrible”, aseguró.
Para Terés, el tema necesita marco referencial para advertir su complejidad. “Si estamos viendo una situación de emergencia, hay que tener políticas de emergencias con inversiones distintas a las programadas, y articular entre todos los niveles del Estado”, explicó el gremialista.
“Hay que fortalecer la educación pública, crear equipos interdisciplinarios, comunidades terapéuticas preventivas y espacios recreativos con presencia continua”, enumeró Terés, sólo a modo de ejemplo, para hacer frente a la desolación de las barriadas. “A veces las autoridades creen que los barrios terminan en el edificio de la escuela, pero siguen muchas cuadras más allá”, enfatizó.
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