No hay dudas de que el pontificado de Bergoglio plasmó una renovación de la Iglesia, aunque hay cuestiones en el debe como la pedofilia y la estructura de la Curia Romana.
Aire libre. El Papa argentino ayer, mientras presidía la audiencia jubilar en la Plaza San Pedro, en la que eligió hablar del amor.
El Papa Francisco se convirtió en estos tres años de pontificado en un líder global y consiguió transformar la Iglesia para hacerla más inclusiva, más misericordiosa y más cercana a los pecadores, a los excluidos y a los descartados por un sistema económico mundial que, advirtió, "no se aguanta".
No sin sobresaltos, el Papa de los gestos buscó desde aquel 13 de marzo de 2013 desarrollar su proyecto de renovación tendiente hacia "una Iglesia pobre y para los pobres", misionera y que no se encierra en la sacristía sino que sale al encuentro del que sufre en las periferias existenciales.
El proyecto "revolucionario" de Jorge Bergoglio no pasó desapercibido en el mundo y obligó a los cristianos a cambiar y a ser más coherentes con el mensaje evangélico, para acompañar al Papa en su prédica pacifista, del cuidado del medio ambiente, de cercanía con las "víctimas" de las esclavitudes modernas de la droga, la trata de personas y el trabajo esclavo, y en la lucha contra las desigualdades sociales, el narcotráfico y la corrupción.
Sin embargo, Bergoglio no ha sido en estos años profeta en la Argentina, donde el saliente gobierno kirchnerista intentó "usar" su imagen para fines partidarios y electoralistas, tras una "conversión" forzada de sus máximos referentes y seis encuentros con Cristina Fernández que todavía siguen dando que hablar.
Inesperadamente, Francisco se convirtió en estos últimos meses en una figura controversial para los argentinos, muchos de los cuales pasaron del amor al odio sin escalas por su supuesta intromisión en la política doméstica, su "frialdad" con el presidente Mauricio Macri y el gesto de enviarle un rosario a Milagro Sala, la dirigente social detenida en Jujuy y acusada de delitos graves.
Estas lecturas superficiales de los gestos y palabras del pontífice y su preocupación por la "desunión" de los argentinos hicieron, tal vez, que Bergoglio retrasara más de la cuenta su regreso al país, más allá de su agenda pastoral cargada. Primero se dijo que sería este año para los festejos por el Bicentenario patrio, después en 2017 en un viaje a la región que incluirá también a Chile y Uruguay.
A lo largo de estos tres años de pontificado, Francisco tendió puentes para la paz y el encuentro entre naciones históricamente enemistadas. Tal el caso de Estados Unidos y Cuba que, por la mediación papal, derribaron los muros tras más de cinco décadas de tensiones y bloqueo comercial estadounidense a la isla.
La situación de los migrantes fue también una preocupación permanente del Papa desde su primer viaje a la isla italiana de Lampedusa, donde denunció la "globalización de la indiferencia" y más recurrentemente este año en que Europa no recibe o expulsa a cientos de desplazados sirios y africanos que huyen de las guerras intestinas y la persecución del terrorismo islámicos.
El Papa marcó también la agenda ecológica del mundo con su encíclica "Laudato si", en la que exhorta a la protección de la Tierra, como "Casa Común" desde un punto de vista ambiental, pero también de la inclusión social en un modelo de desarrollo sustentable.
El diálogo ecuménico e interreligioso fue otro de los puntos fuertes del pontificado de Bergoglio, pese a la resistencia de quienes consideran que su condena al terrorismo de extremistas islámicos no es suficientemente contundente en el actual contexto de persecución a cristianos y minorías religiosas.
Francisco dio señales de avanzar en la siempre anhelada unión de los cristianos, sobre todo luego de su reunión considerada histórica en La Habana con el patriarca Kirill, de la Iglesia Ortodoxa rusa, y pese a que los católicos de Ucrania lo acusan de "haberlos traicionado".
El pontificado de Bergoglio tiene todavía muchas cosas en el debe, entre ellas la renovación de las estructuras de la Curia Romana, una más eficaz política de tolerancia cero con los clérigos acusados de abusos sexuales a menores, y de avanzar en una pastoral familiar más inclusiva de los divorciados en nueva unión, tal como surgió del Sínodo de los Obispos del año pasado.
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