Por JULIE HIRSCHFELD DAVIS 29 febrero 2016
El presidente Calvin Coolidge, a la izquierda, junto a Elvira Machado, esposa del president Gerardo Machado de Cuba, y Machado, a la derecha, junto a la esposa de Coolidge, Grace, en La Habana en 1928. CreditAssociated Press
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Imaginen a un presidente estadounidense en su último año en el cargo que hace un viaje histórico y cuidadosamente organizado a una isla vecina, Cuba, para extender una mano amiga tras décadas de hostilidad y desconfianza.
En 1928, mucho antes de que se le ocurriera la idea al Presidente Barack Obama, Calvin Coolidge ya lo había hecho. Fue su único viaje al extranjero como presidente para dirigirse a una conferencia de países del hemisferio occidental y le sirvió para declarar “progreso” y buena voluntad hacia Cuba, tras un prolongado periodo de tensión. Ningún presidente estadounidense en ejercicio ha regresado desde entonces.
Obama anunció la semana pasada que ese ciclo pasará a la historia con una visita en marzo que tiene como objetivo generar un impulso hacia la normalización de las relaciones con La Habana antes de que salga de la Casa Blanca. En el camino, espera cimentar su legado como el líder que rompió con más de medio siglo de rencores y distanciamiento y probó un camino nuevo de compromiso con Cuba.
El viaje de Obama tiene ecos vagos de la visita de Coolidge hace 88 años con su mensaje de cambio y un capítulo nuevo. Desde aquel entonces la relación entre Estados Unidos y Cuba solo se ha vuelto más compleja y se ha llenado de agravios lo que le deja a Obama un panorama que se parece poco al que recibió a su predecesor en 1928.
En ese entonces, Estados Unidos era una fuerza dominante en Cuba, con derecho a intervenir en sus asuntos internos, un derecho autoproclamado y recogido en una ley conocida como Enmienda Platt y que se desarrollaba de manera agresiva en otras partes de América Latina y el Caribe, incluidas Nicaragua y Haití.
“La cultura del paternalismo estadounidense se impuso entonces. El Caribe era un lago de Estados Unidos”, dijo Amity Shlaes, la autora de la biografía “Coolidge” y presidenta de la fundación en su memoria. Los estadounidenses esperaban que los cubanos dieran la bienvenida al presidente como: “Papá llega en su barco y nosotros amamos a papá”, contó ella.
No se puede decir que ése sea el simbolismo que Obama quiere proyectar en marzo, cuando va a tratar de pasar página a décadas de amargura acumulada por el imperialismo estadounidense y ver hacia el futuro.
“Calvin Coolidge viajó allá en un acorazado”, dijo Benjamin J. Rhodes, un asesor en seguridad nacional de Obama, la semana pasada, “así es que la óptica será bastante diferente desde el inicio”.
Obama y su esposa Michelle harán el vuelo desde Washington en el Air Force One. Es probable que la vista de la limusina presidencial sea un contraste llamativo en las calles de La Habana, en su mayoría congeladas en el tiempo, llenas de coches de la década de los 50.
Si bien la Casa Blanca no ha detallado el itinerario, funcionarios dijeron que Obama se reuniría con el Presidente Raúl Castro, aunque no con su hermano Fidel —el padre de la Revolución comunista de 1959 y la personificación de la enemistad del pasado—, así como con disidentes políticos y emprendedores. Se dice de manera no oficial que Obama estaría considerando pronunciar un discurso público dirigido a los ciudadanos cubanos en el edificio del Capitolio en La Habana, junto al Teatro Nacional, donde habló Coolidge.
Tanto Ted Cruz como Marco Rubio, ambos precandidatos republicanos a la presidencia y de ascendencia cubana, han criticado duramente a Obama por hacer el viaje. Argumentan que recompensa a un régimen represivo que merece que se lo haga a un lado.
El viaje de Coolidge fue, en parte, un intento de apaciguar el enojo de dirigentes latinoamericanos respecto a la política estadounidense en la región. En su discurso, habló de “una actitud de paz y buena voluntad” en un hemisferio en el que se respeta a los países pequeños. “Hoy, Cuba es su propia soberana”, señaló y agregó que el país es “una demostración completa del progreso que estamos logrando”.
Sin embargo, Coolidge no usó su visita para abordar los agravios más espinosos que entorpecían las relaciones de Estados Unidos con Cuba. No hizo mención alguna de la Enmienda Platt, que no estaba dispuesto a modificar a pesar de los ruegos de Cuba ni cambió su posición sobre los gravosos aranceles que Estados Unidos le impuso al azúcar de la isla, como le había pedido Machado que hiciera.
“Para Obama, este viaje es realmente dar una zancada seria hacia la cimentación de este cambio en la política hacia Cuba y consolidar su legado de usar al compromiso en lugar del aislamiento”, dijo Peter Kornbluh, autor de “Back Channel to Cuba”, libro que narra la historia de las negociaciones secretas entre los gobiernos estadounidense y cubano de los últimos 50 años.
Se espera que Obama dé varios pasos para expandir los negocios y los vínculos culturales con Cuba y repetir su llamada a levantar el embargo comercial estadounidense, al explicar una vez más que es algo que solo puede hacer el congreso. (Coolidge, también, había deferido al congreso el levantamiento de los aranceles al azúcar).
Obama se está arriesgando a que su propio viaje anuncie un cambio más radical y duradero que el de Coolidge en la relación de Estados Unidos con Cuba. Cinco años después de esa visita de 1928, a Machado lo derrocaron con una revolución que tuvo el apoyo estadounidense.
JULIE HIRSCHFELD DAVIS
nytimes.com
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