Cada vez que llega un presidente que inicia un cambio de ciclo, se pronostican catástrofes y dificultades sobrehumanas que luego en la práctica no se verifican.
Por Jorge Fontevecchia |
28/02/2016 | 09:30
Cambios de ciclo. Alfonsín, Menem, Néstor Kirchner y Macri.
| Foto: Cedoc
Como aquellos mapas previos al descubrimiento de América que indicaban la existencia de monstruos marinos que devoraban los barcos que se animaran a alejarse de la costa, cada vez que llega un presidente que inicia un cambio de ciclo (Alfonsín, Menem, Néstor Kirchner y Macri) se pronostican catástrofes y dificultades sobrehumanas que luego en la práctica no se verifican y el presidente entrante puede hacer, sin enorme dificultad, lo que se creía imposible.
Esta semana se anunciará el acuerdo con los holdouts, devolviendo a la Argentina la completa normalidad financiera internacional después de 15 años desde que Rodríguez Saá, como presidente interino, anunció el default el 24 de diciembre de 2001. Y no fue tan difícil lograrlo, ni predisponer al mediador Pollack y al juez Griesa a favor de Argentina, acorralando al temible Paul Singer. Lo mismo se podría decir de la salida del cepo, que se alcanzó con menos traumatismos de los esperados. Y de la consiguiente devaluación que agregó inflación y costos pero sin producir terremotos sociales ni enfrentamientos irreparables.
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También se pronosticaban dificultades mucho mayores en materia de gobernabilidad para un presidente no peronista en minoría, tanto en Diputados como en Senadores, y llega a la apertura de las sesiones ordinarias de esta semana con un peronismo dividido y pronósticos de aprobación tanto de leyes como de nombramientos. Tan fácil resultó aislar al kirchnerismo, que la preocupación es por mantenerlo vivo para que el peronismo continúe dividido y no vuelva a ser una amenaza electoral imbatible, ni que la venganza a la que parte de la Justicia somete y someterá al kirchnerismo termine victimizando a Cristina.
Es probable que el viernes 18 de marzo, cuando se cumplan los primeros cien días de gobierno, el escenario político y económico de la Argentina sea totalmente diferente al que fue hasta el 10 de diciembre pasado.
Dividir al peronismo, insignificantizar al kirchnerismo, salir del cepo, devaluar y resolver el conflicto con los holdouts resultaba una tarea tan poco probable de realizar con éxito como para Alfonsín en 1983 juzgar y condenar a prisión a los ex comandantes de la juntas militares de la dictadura y los más emblemáticos exponentes de la violación de los derechos humanos. O para Menem en 1989 salir de la hiperinflación. O para Kirchner en 2003 incluir en el sistema a la enorme masa de excluidos que había dejado la crisis de 2002 y calmar el caos social.
Para sorpresa de todos, cada uno de estos presidentes fue cumpliendo esas tareas tan ciclópeas como imprescindibles para que el país pudiera continuar, lo que impulsa a preguntarnos si estamos frente a hombres superdotados o hay alguna lógica del sistema social que hace posible lo necesario, porque los países no se suicidan. Al llegar a la presidencia, tanto Alfonsín (que después cobró otra estatura pero hasta entonces era un ex diputado de Chascomús que “nunca había conducido ni una cancha de bochas”), como Menem (un frívolo irresponsable e impresentable), como Kirchner (alguien que generaba lástima por sus defectos físicos y miedo por sus defectos mentales), y como ahora Macri (la antipolítica), fueron subvaluados.
¿Eran más de lo que parecían o, como pasó con Bergoglio al convertirse en papa, la función cambia al individuo y el aura de la investidura termina transformando a la persona?
Otro fenómeno psicosocial es el correlato inverso: cuando dejan de ser presidentes y aquellas personas que habían alcanzado la estatura de héroes y casi semidioses se transforman en lo opuesto y, a los ojos de muchos, terminan pareciendo locos, necios o malvados (y en algunos casos, además, patéticos, como el Menem reciente). Podría ser efecto del síndrome de burnout (cabeza quemada por el desgaste ocupacional) que produce el haber estado expuesto a una tarea muy exigente y estresante durante bastante tiempo, y transforma al revolucionario vital del comienzo en un depresivo suspicaz y escéptico.
Pero quizás ese escepticismo del fin de ciclo sea la causa y la consecuencia de que su tiempo se agotó y hace falta que venga alguien cuya frescura sea precisamente que crea que puede.
Virgilio, en el Canto V de La Eneida, dijo: “Pueden porque creen que pueden” (Possunt quia posse videntur). Pero en el caso de los presidentes, pueden porque la sociedad cree que ellos (Alfonsín, Menem, Kirchner y Macri) pueden. Es la sociedad la que hace lo que en psicoterapia se denomina transferencia, le transfiere la condición de ser lo que se necesita que sea. Y termina siendo.
El juicio de Alfonsín a la junta de comandantes de la dictadura (salvando las distancias), la convertibilidad de Menem, el asistencialismo de Kirchner y el volver a insertar a la Argentina en la economía mundial de Macri eran imperativos de la realidad, y cuando algo es necesario las partes crean las condiciones de consenso suficientes.
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Eso lo muestran las encuestas, que le dan a todo presidente al poco tiempo de asumir una popularidad y aprobación mucho mayores que los votos que obtuvieron en las elecciones que ganaron. Ese apoyo empoderante viene aluvionalmente y se va por goteo (en los casos exitosos), pero se va. Eso debe tener en cuenta Macri porque siempre fue más complejo ser ex presidente que presidente.
Perfil.
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