El imputado tiene 20 años. De marzo a diciembre de 2013 llevó a su pareja a un estado de pánico. Ocurrió en la ciudad de Rosario.
Desconsuelo. La joven estudiante de educación física vivió nueve meses de terror.
De un día para otro la vida de S., una joven estudiante de educación física, se convirtió en un calvario. Su celular se llenó de amenazas para que abandonara la carrera, dejara a su novio y se alejara de sus amigos. Un enemigo invisible se convirtió en su sombra: sabía sus movimientos, cómo estaba vestida o si acababa de subir a un colectivo. “Te vas a morir pronto porque nadie te quiere”, “Tu vida va a ser una mierda y te vas a matar o suicidar vos misma”, “Te vamos a llevar a un descampado hija de puta”, de ese tenor eran algunos de los anónimos. Atemorizada, la chica dejó de estudiar, sufrió crisis de pánico y se alejó de todo el mundo. Pero el horror estaba cerca. Un año y medio después de la primera amenaza, un allanamiento judicial determinó que los anónimos eran enviados por su novio, ahora preso, quien será sometido a un juicio escrito por 35 delitos de amenazas.
El acoso que sufrió la joven estudiante de 18 años creció en una espiral violenta de marzo a diciembre de 2013. Primero fueron mensajes de texto, después los insultos se trasladaron a su perfil de Facebook, alguien volcó sus datos a una página de servicios sexuales y hasta su familia se volvió blanco de amenazas, al punto que ella empezó a salir disfrazada o escondida en el auto. A medida que denunciaba cada incidente en Tribunales, en su casa instalaron cámaras de video y compraron una flota cerrada de celulares. Pero nada ponía fin al hostigamiento.
El asedio anónimo duró los nueve meses de noviazgo y siguió después de la ruptura. Las peores sospechas de S. y su familia se confirmaron un año más tarde, cuando una comitiva policial y judicial allanó el departamento céntrico donde el exnovio de la chica vivía con sus padres. En computadoras y anotaciones se constató que enviaba los mensajes desde páginas de internet y perfiles falsos de Facebook. Se descubrió además que otras dos chicas sufrieron un acoso idéntico en 2014. Por eso el joven procesado acumula otros procesos en el ámbito del nuevo sistema penal.
La causa acaba de ingresar a la etapa de juicio escrito en el Juzgado de Sentencia Nº 4 a cargo de Julio Kesuani. El fiscal Enrique Hernán Paz dio el paso decisivo al formular días atrás la requisitoria de elevación a juicio contra el acusado, identificado como Iván Lionel Larrosa, de 20 años. Le atribuyó 35 amenazas agravadas por el anonimato o coactivas, es decir, que buscaban forzar algún comportamiento de la víctima.
A esos delitos con alta expectativa de pena el fiscal los encuadró como claros actos de violencia de género: “Pretendía tener un control absoluto sobre su presa. Sin saber cuáles eran los objetivos finales de Iván, lo cierto es que logró generar en S. un estado de pánico y miedo, perturbada en su libertad de actuar y menoscabada en su estado psíquico”, dictaminó, con citas a la ley Nº 26.485 para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres.
Cuando S. se acercó por primera vez a Tribunales, el 22 de mayo de 2013, llevaba tres meses recibiendo textos amenazantes en su celular. En el Juzgado Correccional Nº 7, entonces a cargo de Juan Carlos Curto, contó que recibía mensajes de texto exigiéndole que se separara de su novio, Iván, con quien salía desde el verano. Él también recibía mensajes en su celular que la difamaban. Con miedo a que le pasara algo a cualquiera de los dos, la situación le provocó a S. los primeros picos de estrés y empezó a distanciar su asistencia a clases en el profesorado de educación física.
Pero los ataques no se interrumpieron y tuvo que volver varias veces a denunciar lo que pasaba. En junio, caminaba sola por el parque Independencia de Rosario cuando recibió un mensaje que le hizo pensar que la seguían: “Con ese short te cogemos”. Las referencias de ese estilo se repitieron. Los textos prometían ir a buscarla a la salida del terciario o a la parada del colectivo para violarla o matarla.
Parecían partir de compañeros de curso, o al menos eso pensó ella, porque siempre estaban precedidos por la sigla del instituto. “No sabés lo que te espera a lo largo de tu carrera”, “Espero no cruzarte ni el lunes ni en la semana. Te vemos y te matamos, mierda de persona”, “Te vamos a cagar la vida”, “La que te espera después de las vacaciones”, decían algunos de los textos anónimos, abreviados y con vocales ausentes enviados desde la página web de Personal, lo que impedía identificarlos. Desesperada, ella llegó a sospechar de un compañero que tuvo que presentarse en el juzgado.
La chica se retiró de las redes sociales porque la insultaban ante sus contactos desde perfiles desconocidos de Facebook. Cada vez que salía le llegaban mensajes del tipo “Saliste de tu casa” o “Recién salió tu papá con el auto”, por lo que empezó a vivir en alerta. Las amenazas solo cesaban si estaba con su novio o en la casa de él. Cuando no estaban juntos, él le escribía a cada rato para pedirle detalles de lo que hacía.
La sospecha
Con el paso de los meses, los padres de S., de ingresos medios, decidieron instalar cámaras de seguridad en la casa. Y ante la sospecha de que podía tratarse de alguien del entorno crearon una flota cerrada de celulares para comunicarse con S. y su hermana. Solo anotaron los números en un papel adherido al reverso de los aparatos, pero al poco tiempo fueron blanco de mensajes agresivos.
Una noche de septiembre S. salió de su casa disfrazada de varón. Al día siguiente recibió un comentario con detalles de esa salida que solo podía conocer alguien muy cercano. Sus padres comenzaron a sospechar de Iván, le prohibieron verlo y la chica cortó la relación en medio de una crisis de pánico. Para entonces S. había abandonado el instituto e iniciado un tratamiento psicológico.
La ruptura no cortó la pesadilla. Al poco tiempo llegó un mensaje con fotos obscenas al perfil de una amiga: “Logramos nuestro objetivo de separarla del novio. Lo que hicimos fue volverla loca. Auto más pene igual a secuestro sin importar con quién esté”. Entonces S. decidió investigar en el correo electrónico de Iván (sabía la contraseña). Con estupor, se encontró con las mismas imágenes y una foto de la parte trasera de su celular donde figuraban los números de su familia.
En septiembre de 2014, a poco de quedar a cargo del juzgado, la jueza Hebe Marcogliese ordenó un allanamiento a la casa de Larrosa que dirigió su secretario, Carlos Ortigoza. Se secuestraron nueve celulares y dos computadoras. En un papel estaban anotados los dos falsos usuarios de Facebook que habían remitido los agravios, los correos electrónicos asociados a esas cuentas y sus respectivas contraseñas.
El trámite
Larrosa adujo que la familia de S. tenía acceso a su netbook. Fue procesado tras su indagatoria del 15 de octubre de 2014. Estaba en libertad. Pero al mes su novia denunció nuevas amenazas y el fiscal pidió su detención por el riesgo procesal. Más adelante obtuvo salidas para estudiar una carrera de la UNR que cursa a la par del juicio.
“Hubo una gran dedicación judicial para aclarar este caso”, dijo el abogado Oscar Sáenz, quien junto al penalista Adrián El Juri acompaña a la familia en el proceso. Para El Juri, “estos casos demuestran que la violencia de género no se circunscribe al maltrato físico, también abarca el psicológico. A la chica esto la ha marcado para toda su vida y afectó a toda su familia y amistades. Es un maltrato que busca denigrar a la persona, hacerla sentir mal, alejarla de sus amistades y tenerla bajo su poder”.
María Laura Cicerchia/ UNO Medios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario