La Presidenta insiste en condicionar al sucesor. Dejará cuentas pendientes sobre corrupción y una muerte misteriosa. Pretende acorralar a un espía y blindar el caso Nisman.
Clarín |
La campaña electoral acaba de dejar al desnudo su anatomía de dos cuerpos. Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa andan a la caza de votos, para ganar en octubre o forzar un balotaje, con una agenda vaporosa anclada, según ellos, en los intereses de la gente. El candidato del Frente Renovador asomaría, en ese terreno, como más preciso. Cristina Fernández, en cambio, se ocupa de otra cosa. Sigue ajustando resortes del poder en el Estado –con designaciones en organismos y leyes en el Congreso– para atenuar su pérdida de influencia después de diciembre. O para condicionar a quien resulte sucesor. Introduce en aquella campaña cuestiones muy graves y pendientes de su administración que, sin embargo, no atinaría a recoger ninguno de los postulantes.
La Presidenta utilizó su paso por las Naciones Unidas para atizar su controversia personal con Estados Unidos y con Barack Obama. No reparó en que para hacerlo debió incursionar en conflictos que conmocionaron al país, mantienen a la Argentina bajo la lupa del mundo y ensombrecen su imagen. La investigación por el atentado en la AMIA, la muerte del fiscal Alberto Nisman, el espionaje interno y la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán.
Su cháchara sobre la injerencia de los fondos buitre en todos esos frentes no llamó demasiado la atención. Desde que el juez de Nueva York, Thomas Griesa, falló en contra por una deuda argentina impaga a los usureros se esmeró en construir esa teoría. A esos mismos especuladores endilga las causas de corrupción que acechan a su Gobierno y a su familia, en especial aquellas que versan sobre lavado de dinero en una cadena hotelera en El Calafate.
Mayor sorpresa que su discurrimiento sobre los buitres resultó la determinación de convertir a un viejo espía en el corazón de su discurso en el foro internacional más jerarquizado. También, en el combustible para inflamar el fuego del ínfimo vínculo con Washington. La incomprensión en la ONU quedó boyando luego de su partida: Jaime Stiuso, de él se trata, es un apellido sólo familiar dentro de un círculo acotado de nuestro país y de la inteligencia de Estados Unidos. ¿Qué motivo podría haber inducido a Cristina a agigantar aquella figura tenebrosa?
Sus palabras no fueron una maniobra aislada. Durante septiembre el Gobierno volvió a acordarse de Stiuso. Sacudió en la Justicia más de media docena de denuncias por enriquecimiento ilícito, evasión y lavado de dinero promovidas por el propio kirchnerismo. Reclamó mediante dos notas al Departamento de Estados datos sobre el paradero del espía en Estados Unidos. Cristina le demandó a Obama en la ONU que lo deje de proteger. Interpol libró una “circular azul” para conocer detalles de su destino luego de un pedido de un fiscal de la unidad UFI-AMIA, que comandaba Nisman hasta que murió.
Stiuso declaró en la causa por la muerte del fiscal en febrero y luego abandonó el país sin ningún impedimento político ni judicial. El Gobierno supo desde el primer momento que sus días transcurrían en EE.UU., entre La Florida y San Francisco. También, que en las primeras semanas de residencia, por medio de sus contactos con el FBI, realizó averiguaciones sobre las exigencias legales para asimilarse como refugiado político. Después la situación entró en un enigmático paréntesis.
¿Por qué ahora el regreso de la Presidenta contra el espía? ¿Hubo en el medio algún ensayo de negociación que falló? ¿O se intentaría de este modo forzarlo a algún compromiso de silencio? Los interrogantes despiertan infinidad de sospechas aunque pocas certidumbres.
Convendría acaso no pasar por alto un hilván. El resucitado interés K por Stiuso coincidiría con algunas nuevas huellas en el trámite de la fiscal Viviana Fein, que investiga sin rumbo hace nueve meses la misteriosa muerte de Nisman. La mujer nunca pudo probar la tesis del suicidio. Cada pericia técnica la alejaría de esa suposición. Nunca profundizó la posibilidad del homicidio. Ahora podría empezar a cobrar forma la idea del suicidio inducido que, casualmente, la Presidenta sugirió en su visita a Nueva York en declaraciones televisivas.
Aquellos indicios que posee Fein serían frágiles pero podrían encajar mejor para permitirle alguna salida al Gobierno. La fiscal estaría cotejando una serie de llamadas entre espías y un ex integrante del Ejército en las horas del domingo 18 de enero durante las cuales, se conjetura, Nisman pudo haber muerto. Uno de esos actores habría sido Alberto Mazzino, del cuerpo estable de la vieja SIDE (ex Secretaría de Inteligencia del Estado), ligado a Stiuso y a la investigación del fiscal muerto. ¿Habrá sido por ese motivo que Cristina llevó el reclamo por Stiuso a la ONU? ¿Se podría querer ligarlo a la presunta inducción del suicidio de Nisman que rastrea ahora la fiscal?
El conflicto nunca termina de encontrar un puerto creíble. Tampoco, los remozados trabajos de la unidad UFI-AMIA que depende de la procuradora Alejandra Gils Carbó. En ese cuerpo habría una crisis por las distintas percepciones de sus miembros. Entre quienes suponen inconveniente desechar lo indagado por Nisman y aquellos que se empeñan en trocar a Irán por la pista siria, un antiguo anhelo de Cristina. La UFI-AMIA perdió la semana pasada a uno de sus integrantes. Patricio Sabadini fue remitido a una fiscalía en Resistencia. Sabrina Namer ha sido premiada para ocupar a futuro un Tribunal Oral. Quedarían dos de los cuatro componentes.
El kirchnerismo no pareciera sufrir contratiempos para ir adaptando su relato a esta nueva realidad. De la misma manera logró desde enero enmadejar la denuncia de Nisman por encubrimiento terrorista contra Cristina y Héctor Timerman con los devaneos de su vida privada. Los guionistas son ahora Aníbal Fernández y Oscar Parrilli. El jefe de Gabinete y candidato en Buenos Aires sostuvo que Stiuso y Nisman fueron “arietes de la inteligencia extranjera” que han impedido llegar a la verdad por el atentado en la AMIA. El director de la AFI (Agencia Federal de Inteligencia) lamentó que el espía “haya estado mucho tiempo con mucho poder en la secretaría” y que habría adquirido “más poder cuando llegó la democracia”. Ni un marciano lo habría hecho mejor. Stiuso estuvo una década larga al servicio del kirchnerismo. Nisman fue designado como investigador especial del atentado, justamente, por su relación con el espía y la certeza que poseía conexiones e información de privilegio en el FBI. Pero Cristina podría demoler sin ruido y sin costo, en apariencia, la obra del hombre al que siempre añora y adjudica su providencial destino: su ex marido, Néstor Kirchner.
Scioli habló en una sola ocasión sobre la denuncia de Nisman para calificarla de “bochorno”. Ocurrió en abril cuando todavía no había sido ungido por la Presidenta como candidato único. Macri y Massa fueron también abandonando la cuestión a medida que creyeron percibir cierto alejamiento de la sociedad. Menos todavía se atrevieron contra Cristina. Elisa Carrió y Margarita Stolbizer resultaron, en ese campo, las más consecuentes. Vuelven cada tanto con la persistencia de una marea.
Scioli no tiene otro remedio. Es el candidato de un descompactado espacio político cuya jefa indiscutida es la Presidenta. Ella se lo hace sentir. La sensación recrudecerá cuando empiece a participar de la campaña que por ahora prefiere observar. El sciolismo después de las primarias habría hecho otra verificación: que el núcleo más taquillero del 38% de los votos obtenidos serían seguidores de la dama. La diferenciación pregonada como estrategia final habría quedado para otra ocasión. Su dilema consiste en el modo de engrosar aquel caudal para ponerse a resguardo de un balotaje.
De allí, la vocación para superar los malos tragos aunque ese empeño derrame secuelas sobre su salud. Estela de Carlotto insistió con la transitoriedad de su hipotético Gobierno para facilitar el regreso de Cristina. El camporismo, con un ministro y un secretario incluidos, lo abandonó intempestivamente en un acto proselitista que realizó en Rosario.
Igualmente, el candidato K dispone de una pizca de fortuna. Su amesetamiento actual sería también el de sus adversarios. Con un hándicap aparente: Macri y Massa, en el afán por forzar un balotaje, sólo estarían logrando un trasvasamiento de los votos que poseen. Nada nuevo.
El líder del PRO atravesaría el momento más delicado de su campaña. Trata de que Scioli no se le escape. Debe evitar que la ofensiva del candidato del Frente Renovador no afecte su volumen de las primarias. Requiere de la mayor fidelidad posible del voto radical que se alió con él. Como Scioli, la gran posibilidad de una cosecha sólida estaría en Buenos Aires. Allí lo ayuda la buena instalación de María Eugenia Vidal, que sigue creciendo. Tanto, que en el interior de la provincia y en el Conubarno estaría por encima de la ponderación del candidato a presidente.
Macri esperaría el último par de semanas para hacer una invocación al llamado voto útil. Aquellos ciudadanos que aspiran a clausurar el ciclo kirchnerista pero que no terminan de ser seducidos por el perfil del ingeniero. Todos los candidatos cavilan que las definiciones y los corrimientos de votos podrían suceder recién en los días previos al domingo 25. Porque habría delante una sociedad pasiva, inescrutable, con expectativas que no se condecirían con el trascendente futuro que está en juego.
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