Por sus aulas pasan alrededor de 34.000 alumnos por año. Son jóvenes y adultos que buscan terminar sus estudios secundarios para tener un título y una posibilidad de progreso.
Por la mañana, la esquina de Ituzaingó y Necochea se llena de niños con sus guardapolvos blancos. Pero a la tardecita, comienzan a llegar al Eempa Nº 1146 Mariano Moreno, alumnos distintos: son jóvenes y adultos que persiguen la meta de terminar el secundario. Van estacionando las bicicletas y motos que usan para trasladarse desde barrios alejados como Alto Verde, El Pozo o la zona norte de la ciudad. Traen el cansancio del día laboral sobre las espaldas, pero adentro del aula se concentran, escuchan al docente y cumplen las consignas. Vuelven a ser alumnos. Son conscientes de que la educación se construye con esfuerzo y dedicación, sin importar la edad.
Angélica Finck es una mujer de 60 años que trabaja de empleada doméstica. Cuando era adolescente tuvo que dejar el secundario porque su padre se enfermó y debió comenzar a trabajar. “Después me casé, vinieron los hijos, los nietos, y la familia siempre estuvo primero. Hace un tiempo enviudé y se me metió esta idea de querer terminar el secundario. Tengo compañeros que pueden ser mis nietos, pero todos me aceptaron y me va muy bien”, contó Angélica, que se autodefine como “la más veterana” del Eempa Moreno.
Historias como éstas se repiten en las 151 sedes de Eempas con sus 54 anexos que se distribuyen a lo largo de la provincia de Santa Fe. Por sus aulas pasan alrededor de 34.000 alumnos por año lectivo y egresan unos 3.000. Este 2014 se celebró el 40º aniversario de “los Eempas” (el uso común quiso ponerle un artículo masculino a la nomenclatura).
Más jóvenes
A lo largo de su historia, la modalidad fue adaptándose a las necesidades socioeducativas de cada momento. “Actualmente, lo significativo es que bajó la edad promedio del alumno. En los últimos tiempos estamos trabajando con un perfil distinto de estudiante: son chicos que tienen 18, 19 o 20 años y vienen de abandonar de forma reciente el trayecto secundario, porque fueron padres o porque debieron ponerse a trabajar. Igual sigue llegando a los Eempas gente adulta de 30, 40 y 60 años”, señaló Noemí Stara, directora provincial de Educación de Adultos.
Los docentes del Eempa Moreno coinciden en que están recibiendo alumnos muy jóvenes. “Trabajo en una escuela media común y los chicos me dicen que no ven la hora de cumplir los 18 años para ir a un Eempa porque creen que es más fácil. Después se chocan con la realidad de que la exigencia es la misma que en una secundaria común, repiten y vuelven al año siguiente. En cambio, el adulto es más constante”, opinó Sonia Richard, docente de Matemática.
Los profesores señalan que la modalidad se va adaptando a los cambios educativos y haciendo reformas paulatinas en cada área. “Nos habíamos sentido relegados cuando apareció el Polimodal y no se aplicó en los Eempas. Pero al final fue para mejor, porque se dio marcha atrás con esa estructura”, dijo la docente Mariela Dallosto.
Modalidad inclusiva
Además de que funcionan por la noche y permiten tener un trabajo estable, la principal característica de estas escuelas es su plan de estudios concentrado en 3 años, bastante más corto que en un secundario común. El 1er año del Eempa se cursa a lo largo de todo un ciclo lectivo, pero ya el 2do y 3er año comparten un semestre cada uno dentro del mismo año académico, y lo mismo sucede con 4to y 5to.
Los docentes aseguran que el ritmo de trabajo es intenso y que es un prejuicio pensar que el Eempa tiene menos exigencias porque su duración es menor. “En la fantasía está que el Eempa es más fácil, lleva menos tiempo y tiene menos contenido, pero no es así. En todo caso, la calidad ha bajado en todo el sistema educativo porque nos exigen que los alumnos tienen que terminar la escuela”, advirtió una profesora.
Por sus aulas pasan alrededor de 34.000 alumnos por año. Son jóvenes y adultos que buscan terminar sus estudios secundarios para tener un título y una posibilidad de progreso.
Cuando se hizo fuerte la idea de “inclusión” en el sistema educativo, los Eempas ya tenían un camino recorrido. “Es una modalidad que siempre partió de los aprendizajes contextualizados, de la necesidad de ver a la escuela como una institución social, de incluir a todos los alumnos y de mejorar la calidad de enseñanza”, fundamentó Stara, desde el Ministerio de Educación.“Tenemos alumnos incluidos, chicos que a lo mejor estuvieron en la cárcel, otros en la droga, y los tenemos que aceptar con adaptaciones curriculares. Lo importante es que el alumno tiene que estar en la escuela”, adujo la profesora Richard.
José Tibaldo, docente de Ciencias Sociales, prefiere dar clases en un Eempa antes que en la escuela común. “Acá podés trabajar con gente que intenta terminar sus estudios y que pone empeño. Tenés un desarrollo más tranquilo de las clases donde podés trabajar con los chicos bajo otro criterio, con otro tipo de diálogo, de comunicación, donde la horizontalidad se visualiza mucho más”, aseguró.
Su colega Yanina Pighin destacó: “La modalidad de adultos siempre te está dando gratificaciones. Son adultos y cuando se reciben, vienen con los padres, te presentan a sus familias, te dan un beso y agradecen el aliento que les diste. Eso no tiene precio”.
Origen
Las escuelas medias nocturnas nacieron en 1974 para capacitar a trabajadores que no habían terminado el secundario. Comenzaron como bachilleratos libres para adultos y siempre funcionaron en los edificios de las primarias, sindicatos o mutuales. Con la democracia se creó el reglamento general, tomaron categorías de escuelas y la denominación de Eempa.
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