Las palabras del padre Ignacio Peries resultan casi ineludibles por estos días, donde la Iglesia Católica busca llegar con un mensaje conciliador en la Semana Santa. “A veces me critican, pero no me asusta porque yo nunca viví con miedo mi sacerdocio”, dijo el religioso.
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Las palabras del padre Ignacio Peries resultan casi ineludibles por estos días, donde la Iglesia Católica busca llegar con un mensaje conciliador en la Semana Santa. El religioso está inmerso en la realidad y es agudo observador, entiende que en estos momentos donde se habla de Rosario como eje de la inseguridad y de la droga, se debe apuntar a restaurar “la educación de los niños”, no criticar a los jóvenes y recuperar la “confianza” entre las personas. “Mencionan a los motochorros como si cualquiera que anda en moto fuera un ladrón. Es un error”, dijo sobre la estigmatización. Y, por primera vez, respondió a los cuestionamientos del Arzobispado sobre su posición en torno al matrimonio igualitario. “A veces me critican, pero no me asusta porque nunca viví con miedo mi sacerdocio”, dijo antes de rematar: “Hay que abrir las puertas a todas las realidades sin considerar pecadores o no pecadores”. Sobre el combate al delito, también dio otra definición: “Hay que poner personas que brinden confianza a la sociedad”.
El cura oriundo de Sri Lanka (Asia) recibió el miércoles a La Capital en el salón parroquial de la iglesia Natividad del Señor, en el corazón del populoso barrio Rucci donde desde hace casi 35 años realiza ininterrumpidamente su tarea pastoral. Charló con este diario en medio de los preparativos del Vía Crucis que el viernes reunió a unas 250 mil personas.
—El año pasado a esta altura dijo que estaba cansado, ¿cómo está ahora?
—La gente no me cansa por nada, siempre me siento útil. A veces me cansan algunas cuestiones muy internas de la Iglesia. Yo digo que siempre trabajo por la Iglesia con fidelidad, amor y respeto a mi sacerdocio, y al Papa. A veces uno se siente solo o sin respuestas, entonces se amarga. Pero a largo plazo me doy cuenta de que son tonterías en comparación con las alegrías que recibo. Como cada día viene más gente, en algún momento eso se nos fue de las manos y no estábamos organizados; no descansaba. Prácticamente no tenía vida privada. A principios de este año cambiamos el sistema de atención, ahora mejoramos y la gente se va satisfecha. Ya no siento el cansancio del año pasado.
—¿Cual es el mensaje para este momento que vive Rosario?
—Por donde voy me encuentro con muchos problemas, en todas partes del mundo. La gente pide por paz y tranquilidad.
—¿Por qué?
—Los cambios económicos que sufrieron todos los países del mundo acarrearon muchos problemas, inestabilidad económica y social. Acá en Argentina pasan por más seguridad, tranquilidad y menos violencia. Con todo lo que está pasando, los seres humanos tienen sus defectos y defienden su postura sin pensar en los momentos más difíciles, pero cuando se los hace reflexionar cambian. Acá vienen chicos a pedir ayuda porque no quieren ser más drogadictos o ladrones y me dicen «ayudame». Hace pocos días llegó un chico que le pegó a un jubilado para robarle dinero. El hombre cayó al piso y el joven trajo su nombre y apellido para que yo rezara para que no muriera. Me contó que lo tiró y después se dio cuenta que le había hecho mal. Hay mucha juventud buena. Con eso hay que tener cuidado. No hay que generalizar. La juventud no está perdida. Nuestra costumbre es que cuando nos pica un mosquito matamos a todos los mosquitos; eso se está aplicando mucho en la sociedad de hoy. Con lo que está pasando se ha perdido la confianza en el otro. Se habla de los motochorros y parece que cualquiera que vaya en moto fuera un ladrón. Es un error. Se juzga a inocentes masivamente.
—¿Cómo observa la llegada de las fuerzas federales a los barrios?
—Está bien. Pero más que hablar de seguridad hay que poner a personas que brinden confianza a la sociedad. Por ejemplo, con las fuerzas federales es necesario empezar a dar una imagen de seguridad al pueblo. Y así puede cambiar. Lo que falta es confianza.
—¿Hay que restablecer los vínculos sociales?
—Si uno deja de corregir a los niños, no se puede volver atrás. Hoy vino un chico a pedirme volver a tener posibilidades y otro me dijo que quería ajustarse a los códigos morales y espirituales. Hay que reflexionar. Y no digo para mandarlo a la cárcel, sino inculcar valores en la infancia. Ahora parece que nadie puede corregir a un niño. La estructura de familia perdió mucho y por un montón de razones. Creo que la culpa la tenemos todos: la Iglesia, los políticos, la sociedad en general. Cuando se pierden los códigos morales de la familia se genera mucho desorden. Si a un hijo no lo corregís como padre, después un comisario o un juez no lo puede hacer; nadie. Me preocupa que el sistema vaya quitando esa corrección fraternal. Una maestra no puede corregir a un alumno porque se habla de discriminación. Yo soy como soy gracias a mis maestras, a mi papá y a mi mamá. Si un chico no tiene limitaciones ahora, a los 20 o 25 años ya es tarde.
—¿El Papa Francisco pidió perdón por los abusos sexuales. ¿Esa apertura le dio ánimo para que se revean ciertas posturas, como usted mostró en un programa de televisión en la Navidad de 2013?
—Se tenía una imagen de escritorio del Papa, cardenales u obispos. Pero Francisco vivió en la calle, en el tren, en la bicicleta, en el colectivo y caminando. Conoce la realidad de la gente. Está abriendo las puertas sin limitar la misericordia de Dios. Ese cambio es porque él vivió en la realidad del hambre, la pobreza, la dignidad, la necesidad, el dolor y el sufrimiento. Habla de una realidad desde su propia carne, sabe del dolor de una persona que no está casada por iglesia o que está divorciada. Son cosas que tenés que tener presente. El mismo Jesús lo hizo con María Magdalena (la prostituta que perdonó). Hay que abrir la puerta a todas las realidades, sin considerar pecadores o no pecadores.
—Usted tiene esa postura.
—Es porque escucho y vivo con la gente y trato de acercarla a Dios, esa es la misión. A veces me critican, pero no me asusta porque nunca viví con miedo mi sacerdocio. Si lo hago es por Dios, con mi conciencia y amor. Si me equivoco, que Dios me perdone. Tengo la conciencia sana y tranquila.
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