La precaria vivienda tenía solo cinco metros por lado y allí vivían 14 personas. |
Los chalet y las casas de extensos patios acompañados de autos y camionetas cero kilómetro dan cuenta de un grupo social de buen pasar económico vinculado al trabajo en Col-Ven o a las tareas rurales. En la vereda de enfrente, el otro sector de la sociedad vive de los trabajos que puede conseguir en el campo o de las “changas” en las casas de las personas acomodadas económicamente.
La familia de Rolando Ramírez corresponde al segundo sector. Su madre, Mirta Orduñez que hoy tiene 35 años y 10 hijos llegó a Guadalupe siendo una adolescente desde Villa Ocampo acompañando a su primera pareja con quien tuvo nueve hijos. Cuando la relación con Ramírez se terminó Mirta rehízo su vida y llegó un nuevo hijo con su nueva pareja con quien vive actualmente.
La familia Orduñez vive en un viejo galpón de unos cinco metros por lado levantado a un kilómetro del pueblo junto a una vieja casona. Allí se alojaron Rolando Ramírez (20), Ana María Guzmán (19) y Keila Geraldine Rojas (3) cuatro meses atrás cuando llegaron desde Buenos Aires huyendo a las amenazas de muerte que la ex-pareja de Ana María le habría realizado a Rolando. Desde entonces, el pequeño galpón fue la vivienda de Mirta, su pareja y nueve de sus hijos más Rolando, Ana María y Keila.
Por la puerta corrediza del galpón se ingresa a una esquina de la construcción cuadrada y oscura porque las pequeñas ventanas cubiertas de gruesas telas apenas dejan filtrar una tenue luz exterior, del techo cuelga un enorme poster de la virgen de Guadalupe, al lado de la puerta un calentador hace las veces de cocina se recuesta junto a una pequeña mesa que está pegada a una cama de una plaza que ocupan todo el frente. En el centro, una división construida con los restos de plástico de un silo bolsa dibuja una pieza que se extiende hasta una esquina del fondo, en tanto, en una cama de dos plazas que llena la otra esquina del fondo es donde fue hallada keila.
En los cuatro meses que vivió junto a su madre, Rolando Ramírez se ganó la vida con esporádicos trabajos de albañil y el único ingreso seguro de la casa fue lo obtenido por la pareja de Mirta que se gana la vida como jardinero en una casa del pueblo.
La pobreza y el hacinamiento marcaron los últimos meses de Keila que a partir de ahora será otro nombre recordado en Guadalupe Norte un pueblo que desde el sábado a la siesta no sale del espanto.
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