Edgardo Montaldo es un espíritu joven atrapado en el cuerpo de un hombre de 85 años. “Si no hubiese tenido el ACV, todavía tendría 29 años”, bromea el cura salesiano.
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Edgardo Montaldo es un espíritu joven atrapado en el cuerpo de un hombre de 85 años. “Si no hubiese tenido el ACV, todavía tendría 29 años”, bromea el cura salesiano sobre un episodio que sufrió hace un puñado de años y que lo obligó a modificar algunos hábitos de trabajo.
Camina acompañado por un andador, a paso lento pero seguro, por el pasillo de la casa de retiro de la zona sur donde llegó hace algunas semanas para descansar. Hace natación, rehabilitación con un kinesiólogo y lee. Pero la cabeza y corazón de este cura nicoleño están en barrio Ludueña, donde por 47 años guió una pastoral social y educativa que ayudó a miles de pibes a construir su historia en un contexto de privaciones.
Cerquita unas señoras toman mate. A pocos metros un anciano mira los programas de la tarde en el televisor. Montaldo está físicamente allí, pero habla del Ludueña en presente. De la Escuela Luisa Mora de Olguín, del comedor de Puelche y Casilda. Y sobre todo de los jóvenes de ayer y de los de hoy. Como los que lo acompañaron cuando dejó de dar clases en el Colegio San José para campear por Ludueña. Algunos de ellos, como Marta Bugnone y Jorge Ayastuy, que integran la lista de desaparecidos de la última dictadura militar. Después vino Pocho Lepratti, asesinado por la represión policial de 2001. Y también los que sufren la violencia diaria. “A esos pibes les queremos sacar la droga, ¿pero qué les ofrecemos a cambio? Esa es la pregunta que nos tenemos que hacer”, reflexiona el sacerdote.
Salesiano. Decidió ser salesiano por Don Bosco, el padre fundador de esa congregación. Sobre todo por esa mirada del religioso italiano puesta en los jóvenes más pobres, en los excluidos de las calles y en los encarcelados. “Si yo me hice salesiano era precisamente por esa característica de Don Bosco. Como niño soñaba con eso, me fui a los 12 ó 13 años a Ramos Mejía. Era el primogénito y mi madre lo aceptó, pero le costó muchísimo”, recuerda.
Salesiano. Decidió ser salesiano por Don Bosco, el padre fundador de esa congregación. Sobre todo por esa mirada del religioso italiano puesta en los jóvenes más pobres, en los excluidos de las calles y en los encarcelados. “Si yo me hice salesiano era precisamente por esa característica de Don Bosco. Como niño soñaba con eso, me fui a los 12 ó 13 años a Ramos Mejía. Era el primogénito y mi madre lo aceptó, pero le costó muchísimo”, recuerda.
Vuelve a Don Bosco, a su sistema preventivo —construido en oposición al represivo— y a su opción por los más pobres: “El era un hombre de campo y le ofrecieron una vicaría, porque corría la plata en Génova. Y él no quiso, porque quería quedarse con los chicos de la calle. Comenzó siendo capellán de una marquesa que tenía un hogar de niñas. Pero un domingo se estaba preparando para la misa y siente que el sacristán está corriendo a un pibe. El dice que ese chico era su amigo, empezó con ese pibe (Bartolomé Garelli) y después se fueron sumando otros. Pero lo echaban de todas partes por el bochinche que hacía. Su vida empezó por defender a los chicos, que si bien no tenían el problema de la droga como hay ahora, eran pibes que venían del campo y formaban patotas. Eran los chicos de la calle”.
—¿Y te sentiste identificado con ese espíritu?
—Claro. Son casi 48 años que llevo en Ludueña. Y ahí encontré mi vocación. Yo estuve varios años en el San José y también en Corrientes, donde a los hijos de los gobernadores los llevaba a pasear a Córdoba. Y mi remordimiento eran los canillitas y lustrabotas que teníamos también, porque a ellos nunca les dieron ni siquiera un paseo en las lagunas de Corrientes. Estaba esa diferencia y yo deseaba cambiarla. Fui tratado de desobediente, de caprichoso. Y son los títulos más lindos que me pudieron dar.
Fútbol. En Rosario Montaldo fue docente de primaria en el Colegio San José. De esa época, recuerda que lo que más disfrutaba era armar los torneos de fútbol con los Sacachispas, los chicos de los conventillos que había en esa zona ferroviaria hace medio siglo. Es en el trabajo oratoriano, en el contacto fuera del aula con los pibes, donde más a gusto se sentía. En el libro de su autoría “Mateando entre sueños” hay una foto en blanco y negro en la que aparece sentado en el pasto rodeado de pibes (ver página 5). El está en el medio, sonriente como siempre: “Esa foto es acá cerca, donde estaba el campito Don Bosco”, aclara sobre los terrenos de Uriburu y Francia. Destaca que Matías, hijo de Jorge y Marta Ayastuy, fue un gran colaborador para darle forma a ese libro, fruto de apuntes y “machetes que había juntado” a lo largo de su vida.
Fue maestro de aula —porque siguió y sigue enseñando— hasta el año 68, cuando dejó la comodidad y pidió el traslado al Colegio Domingo Savio, para luego recaer en barrio Ludueña. Un encuentro con el sacerdote Teodoro Sack —que venía de trabajar en el campo— fue el empujón que necesitaba: “Ahí comencé una etapa nueva. No fui más maestro. Y los jóvenes me llevaron ahí”. En el libro agrega al respecto: “Fueron esos jóvenes los que iniciaron un contacto con un asentamiento que, en parte, estaba en la jurisdicción de la parroquia. Era una villa del barrio Ludueña Norte. La situación dolorosa de su gente nos ayudó a quedarnos con los vecinos”.
—En ese cambio hay una actitud un poco rebelde.
—Sí. Hay que ser rebelde en esto. Una vez el vicegobernador de Santa Fe hizo una reunión donde premiaron a tres curas. Pero además distinguieron a las fuerzas de seguridad. Y cuando me tocó hablar me dirigí a ellos, los que reciben un sueldo para dar seguridad. Ese día los chicos de quinto volvían de Bariloche. Entonces comencé a hablar del milagro que era dar oportunidades a esos pibes, que no es a garrotazos. No sé si me escucharon. Pero por lo menos me descargué.
Trabajo en red. Luisa Mora de Olguín, Ana Cazzoli de Solhaune, Cecilia Leguizamón, Mari Suárez, Aldo Pavón y su esposa Gloria Machado son algunos, sólo algunos, de los nombres que se desprenden de su relato. Porque si hay algo que remarca una y otra vez es que lo hecho en Ludueña no hubiese sido posible sin “un trabajo en red con todas las fuerzas del barrio”, y el compromiso social y militante de muchas manos. Una historia de solidaridad pero también de piedras en el camino. Como ejemplo de esto, recuerda una anécdota de la construcción de la Escuela Nº 1027, de Humerto Primo al 2400: “Doña Luisa (Mora de Olguín) nació en el mismo año que yo, en 1930. Y quería que pusieran más escuelas en Ludueña, porque con la Nº 84 sola no alcanzaba. Ella tenía una escuelita y nosotros nos adueñamos del terreno del ferrocarril. Y aparecieron los tres lotes donde ahora está el edificio nuevo, pero recién en el 80 pudimos edificar. Nuestro padrino era el Aeropuerto de Rosario, se me ocurrió pedir por el arquitecto que estaba construyendo el Liceo de Funes, que era un terreno donde antes estaban los salesianos. Pido que venga el arquitecto para hacernos los planos. Me hizo tres aulitas a dos aguas. «Esto va a crecer», le dije. Y me contesta: «¿Pero usted no me pidió un escuela para pobres?» Por eso digo, uno pasó tantas cosas así, pero que me ayudaron a crecer”.
—Pese a que dejaste de ser maestro en el San José, seguiste teniendo una mirada de la educación muy presente...
—Sí, nosotros tenemos preprimaria, primaria y secundaria. Todo con el empuje de los jóvenes. Y con la escuela de Doña Luisa acepté estar pero de portero y haciendo trámites administrativos con Mari. Pero dar clases no, porque eso me hubiera absorbido mucho y necesitaba dedicarme a la comunidad.
El relato del pasado lo entusiasma. Pero aún a sus 85 años, Montaldo sueña con volver definitivamente al Ludueña. Entiende, como le contó en su momento a este diario (La Capital, 6 de julio de 2015), que lo suyo no es un retiro, sino que está “tomando un envión”: “Aunque yo mucho no me puedo mover, ahora me interesaría ir a visitar a cada pibe del barrio”.
Como hace 47 años, Edgardo Montaldo cree en los pequeños milagros cotidianos, como llama a las imperceptibles acciones de hombres y mujeres comprometidos: “Todo ese laburo en red del Ludueña lo empezaron los jóvenes. Somos un país rico en tierra, en bienes y en gente. Y fijate la riqueza de gente que tenemos que a pesar de esta etapa dolorosísima, maestros, profesores y directores podrían decir: «Me voy al carajo, a un lugar más cómodo». Y sin embargo trabajan ahí a diario”.
El coraje de correr riesgos
“Celebrar es festejar. Y para poderlo hacer hay que tener motivos de fiesta. Podemos celebrar si soñamos y nos valoramos y valoramos al otro. ‘El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje de sumar y de correr el riesgo de vivir sus sueños’”. Escribe Montaldo en su libro “Mateando entre sueños”.
El padre rescata la alegría y la fiesta como condiciones de trabajo necesarias. También para cualquier proyecto o emprendimientos. Con esa idea inicial como premisa se concretaron otros sueños, como los viajes de estudio de los chicos que terminaban la primaria y los paseos con las familias.
El libro lleva un agradecimiento inicial para Matías y Julio, quienes editaron los textos y fotos del libro. Montaldo prefiere luego no mencionar a nadie, sino a todos los que “han consagrado su vida a la construcción de los muchos espacios que hacen la realización” de “Mateando”. Y se anima a proyectar una segunda edición donde seguir sumando anécdotas y reflexiones.
Reconocimiento. Montaldo es uno de los educadores propuestos por los docentes del departamento Rosario para ser distinguido en el Día del Maestro. El reconocimiento será junto a otros 92 maestros y profesores de toda la provincia, actuales e históricos. Los nombres surgieron de una convocatoria abierta propuesta por el Ministerio de Educación de Santa Fe.
Por la regional educativa que se corresponde con Rosario son 21 en total los nombres que serán homenajeados. Entre ellos el del sacedorte salesiano. El homenaje será el miércoles 9, a las 11, en la sede de ATE en la ciudad de Santa Fe.
Prevención, alegría y la mirada en los excluidos
“Dale, andá hasta el dormitorio 7 y traé el libro que está en una mesita”. El pedido lo hace el padre Edgardo Montaldo, parado en el inicio de un largo pasillo del Hogar Español. Esa tarde de lunes era un anticipo de primavera, de sol cálido. Casi de abrigo, como la charla compartida.
Llega el libro a sus manos. “Mateando entre sueños en asentamientos del barrio Ludueña de Rosario” se presentó en 2012. Un “manual” de lectura obligada para quienes hoy parecen descubrir Ludueña y lo visitan para aventurar diagnósticos e imaginar soluciones; y en lugar de consultar a los que saben recurren a salidas tan desopilantes como la opinión de un policía israelí. Vaya paradoja, vaya negación de la historia.
Edgardo describe con humildad y sin pretensiones a su libro: “Es simplemente un escrito, son sólo reflexiones sobre un camino concreto con situaciones y personas concretas”. Tiene la marca de lo mejor de los salesianos: la prevención y la alegría, también la elección por los excluidos.
Rescata todo el tiempo el papel de los jóvenes en cada obra emprendida, como un sello distintivo de por dónde debe pasar la cosa. Una juventud golpeada por la dictadura cívico militar y víctima por su compromiso con las luchas sociales. “Acontecimientos dolorosos como este provocan una actitud estimulante de ese hay que seguir andando nomás; motivado por la consigna de que tanta sangre no tiene que haber sido derramada en vano”, escribe Montaldo sobre el asesinato de Pocho Lepratti.
Asomarse a “Mateando” permite entender cómo se gesta un proyecto comunitario “movido por un sueño”: “Los espacios concretos de la Vicaría no se iniciaron por ninguna creación oficial ni para cubrir una carencia territorial. No lo impulsó tampoco el logro de algún presupuesto o donación (..) Ni siquiera fue la elaboración de un proyecto previo ni religioso ni político. Fue, sí el objetivo de un resultado común motivado por una situación de marginación y exclusión e impulsado por un encuentro”.
Montaldo recoge la enseñanza de Don Bosco como orientadora de sus acciones. Más si se trata de “los preferenciales” como llamaba a los jóvenes el impulsor de la obra salesiana. “¿Quiénes son hoy los preferenciales?: Son los excluidos, los chicos de la calle. (...) Son los que viven en agonía y mueren antes de tiempo porque como dice Juan Carlos Volnovich en “Claves de Infancia”, «son escorias, restos, cuerpos que sobran y que tienen que morir para que el sistema funcione. Son ofrendas humanas que los dioses exigen para mantenerse firmes en su lugar»”.
Las anécdotas y reflexiones que el padre elige para su libro también llevan implícitas profundas problemáticas sociales y debates. Recuerda una mañana que trabajaba en el comedor y se le acerca una mamá pidiéndole firmar un petitorio que busca reunir “un millón de firmas”. Le pregunta para qué y ella responde: “Es una campaña para salvar niños de la delincuencia. Si a los pequeños delincuentes la ley los trata como adultos se van a cuidar más y habrá menos delincuentes”. Es de Perogrullo contar la negativa de Montaldo a adherir a esas campañas oportunistas y derechizantes, en cambio vale la pena compartir su valiosa mirada: “Nuestra sociedad, nosotros, buscamos seguridad cortando por lo más débil ¡Y es tan fácil engancharse! Es más difícil y menos conveniente atacar el semillero que sigue negociando con la miseria y la delincuencia. Semillero abonado por tanto negocio y también por intereses institucionales que nos llevan a la marginación de los destinatarios problemas. Si asumiéramos la responsabilidad preventiva, tal vez se salvarían los Emanuel, los Leo, los Maxi y tantos otros”.
“Mateando” es el recorrido por la obra de un “sacerdote a contramano”, como elige llamarse. No es casual que mientras esperaba que llegara el ejemplar de su libro comentara: “No sé qué hago acá, tengo tanto trabajo en Ludueña”.
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