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sábado, 9 de julio de 2016
El factor Carrió
Foto: Flavio Raina
Por Emerio Agretti
politica@ellitoral.com
La amenaza de muerte contra su persona denunciada por Elisa Carrió, luego de haber implicado al jefe de Policía del gobierno de María Eugenia Vidal en el narcotráfico, más allá de la gravedad que reviste en sí misma, es elocuente en términos de establecer la trascendencia del rol que ocupa la diputada nacional en el escenario político nacional. Un rol que, a su vez, se expande e incursiona en distintos planos y juegos de intereses.
En ese sentido, no suele ser desacertado calificar a sus intervenciones públicas como una “irrupción” en determinados espacios geográficos o temáticos. En el caso que disparó la noticia sobre el cierre de la presente semana hábil, la cuestión del tráfico de drogas y la supuesta complicidad de las estructuras de las fuerzas de seguridad, y naturalmente también las políticas (no en vano otro de los temas de agenda de los últimos días fue la situación de Aníbal Fernández).
Pero, como se dijo, las “irrupciones” de Carrió se diversifican, y la ciudad de Santa Fe fue escenario de una de las más recientes. La chaqueña no sólo copó el fin de semana pasado en todos los sentidos posibles -su presencia fue vastamente reflejada por los medios de comunicación, y generó suficiente interés como para colmar de público las instalaciones de la Sociedad Rural y dejar gente con deseos de ingresar a la charla dominical en ADE-, sino que extendió sus efectos durante la semana, cuando desde el socialismo salieron a replicar sus polémicos dichos sobre Hermes Binner y Antonio Bonfatti.
“Cada vez que Carrió viene a Santa Fe tiene un problema con el socialismo”, se resignó Hermes Binner, y se arriesgó a invitarla a “un café” para discutir sobre las traiciones que ella les imputa -en beneficio del kirchnerismo-, mientras que Rubén Galassi, descripto como “un tipo oscuro”, contraatacó espetándole actuar como “el Stiusso de la política, porque vive armando operaciones, traficando informaciones, tratando siempre de generar ruido con objetivos poco claros”. La mira de Carrió también se posó en Pablo Javkin, alguna vez persona de su confianza y hoy expuesto al tiroteo, en su condición de funcionario del Frente Progresista.
Y es que, como una Penélope vehemente y sarcástica, Lilita teje pacientemente alianzas y espacios de confluencia, para luego deshacerlos con la misma fruición e idénticas motivaciones de trascendencia institucional y alta estrategia política. En esa lógica, Mauricio Macri dejó de ser “el límite”, y ella se convirtió -junto a Ernesto Sanz- primero en la piedra basal del armado que permitió al actual presidente desbancar al kirchnerismo del poder, y ahora en una suerte de “brújula moral”, con libertad y ascendiente tanto para bancar al mandatario frente a las críticas por las cuentas en el exterior, como para atacar con la enjundia que fuese precisa a sus propios funcionarios. En lo que hace a Santa Fe, el socialismo quedó del lado de los enemigos -aunque Lifschitz todavía no mereció atención preferencial de su parte-, así como Carlos Reutemann y el radicalismo gozan de su simpatía.
Otro tanto puede decirse de la Corte Suprema de Justicia, donde esta semana debutó como ministro Horacio Rosatti, por quien Carrió pone “las manos en el fuego”, en el mismo tribunal que preside Ricardo Lorenzetti, otro de sus blancos favoritos y recurrentes de acusaciones. Una diferenciación que en el futuro podría tener efectos que excedan lo meramente anecdótico.
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