En su momento fue una novedad, y permaneció
como un formato urbano único en Santa Fe. En estos días, volvió al
tapete por fallas funcionales en vías de solución. Pero la oportunidad
es propicia para recordar las fuentes de inspiración y los objetivos
originarios de un diseño que sigue llamando la atención.
El barrio Jardín Mayoraz en la actualidad.
En estos días, el barrio Jardín Mayoraz ocupa el
centro de la escena urbana. La vieja barriada saltó a las páginas de los
diarios a raíz de problemas de circulación vehicular producidos por
sucesivos cambios de mano en sus calles, proceso que en su acumulación
terminó por afectar la organicidad originaria de un diseño urbano único
en nuestra ciudad.
Atrapados en la telaraña vial, los vecinos del lugar
manifestaron su preocupación, al tiempo que la Municipalidad también
percibía el problema, hoy en vías de solución.
Lo interesante, entre tanto, es que el tema despertó
nuevas preguntas sobre el barrio de extraño formato, sobre sus orígenes y
los fundamentos de su trazado. Para entender el problema y, de paso,
echar luz sobre una porción de la ciudad que se aparta de la cuadrícula
fundacional, El Litoral acudió a la Arq. Adriana Collado, quien ha
estudiado el tema en profundidad en su tesis de doctorado, trabajo
inédito al que tuvo la gentileza de darnos acceso.
Collado aborda la cuestión en una obra muy
interesante titulada “Modernización urbana en ciudades provincianas de
la Argentina. Teorías, modelos y prácticas, 1887-1944”, en particular en
el Capítulo VII, bajo el título “Ciudad jardín” y modernización urbana.
Remontándose a los orígenes del barrio, la
investigadora recuerda que entre junio y julio de 1927, el empresario
Juan Francisco Mayoraz compró la antigua quinta de Loza y algunos
terrenos linderos de menor superficie ubicados “dos kilómetros al norte
de lo que entonces alcanzaba la planta urbana consolidada”. Así quedó
“compuesta la fracción en la que llevaría a cabo el proyecto de
barrio-jardín, con una superficie aproximada de quince hectáreas”.
Antecedentes de la ciudad-jardín
Cabe señalar que en la década de 1920-30, como dice
la autora, “el modelo de ciudad-jardín había adquirido gran vigencia en
la urbanística argentina a través de algunas figuras clave.
“Para entender las estrategias desde las que se
manipuló este modelo en el medio local, interesa revisar brevemente su
origen, recordando algunos aspectos sustanciales de la idea de Ebenezer
Howard hecha pública por primera vez en 1898 bajo el título Tomorrow: A
peaceful path to real reform, como reacción ante los efectos nocivos de
la vida en las grandes ciudades industriales. Presentada la conocida
metáfora del conflicto entre los dos imanes -campo y ciudad- aparecía un
tercero: la ciudad-jardín, que suponía una situación de equilibrio; el
tercer imán permitiría condiciones de vida higiénicas y tranquilas,
contacto con la naturaleza y fruición paisajística, a la vez que
garantizaría las ventajas de la dinámica de intercambios de la vida
urbana y tornaría accesible el usufructo de la tierra, lo que resultaba
impensable en las grandes ciudades”.
Las diagonales que dominan la traza del barrio
Jardín Mayoraz fueron una novedad en la primera mitad del siglo XX en
una ciudad marcada hasta entonces por la cuadrícula, herencia de la
colonización española.
En la visión de Mayoraz, el negocio del desarrollo
urbano e inmobiliario se conjugaba con una visión humanista y ambiental
asociada con la búsqueda de la sociedad ideal preconizada por teóricos
del siglo XIX. Quizá por eso, Mayoraz buscaría para llevar adelante el
proyecto a un arquitecto y urbanista de nota: Fermín Bereterbide,
profesional de reconocida trayectoria en Buenos Aires, caracterizado por
su ideario socialista y especializado en viviendas colectivas y
populares.
Dice Adriana Collado que, en el caso de Bereterbide,
“al margen de su experiencia concreta, resulta indudable que existía un
conocimiento del modelo urbano de la ‘ciudad-jardín’ en el nivel de
profundidad que trascendía la mera cuestión morfológica, ya que entre
sus antecedentes previos al proyecto de Mayoraz, puede contarse el haber
sido miembro de la Asociación Amigos de la Ciudad (de Buenos Aires) y
debe considerarse su proximidad a los emprendimientos del Museo Social
Argentino, su participación en la Comisión de Casas Baratas de los
congresos panamericanos y sus trabajos con Ernesto Vautier (uno de los
autores de la “ciudad azucarera”) con quien publicó más tarde, en 1933,
un artículo de amplia difusión que da cuenta de un vasto conocimiento
disciplinar y un fluido manejo de casos paradigmáticos.
Plano de 1927 con la traza original del barrio Jardín Mayoraz, surgida de la imaginación del arquitecto Fermín Betererbide.
“Para entonces, su definición de ‘barrio obrero’
ideal, inspirada en la Cité industrielle de Tony Garnier, proponía un
“conjunto armónico de casas individuales privadas y edificios públicos
dispuestos ordenadamente en un parque, sin cercos particulares, siendo
el suelo de propiedad comunal. El uso del terreno se alquila. Solución
ideal de la posesión del suelo. Las prerrogativas de la propiedad
privada constituyen una tradición artificiosa que pesa como un lastre
negativo frente a las exigencias de la urbanización moderna”.
Eliminar lo superfluo
Pero más allá de las idealizaciones y ensoñaciones de
la época, a la hora de proyectar, Bereterbide plantará sus pies en la
tierra. Por eso “centraba en la reducción de costos la factibilidad de
encarar la construcción de casas populares y presenta un desglose
minucioso de todos los rubros que componían la edificación de una
vivienda de ese tipo, indicando los modos de realizar las máximas
economías posibles, recurriendo a la racionalización de las técnicas de
construcción tradicionales y a la ‘simplificación y supresión’ de todo
lo superfluo”.
Continúa Collado: “Se ponen en claro los criterios
que aplicaba el arquitecto respecto de la elección tipológica, tanto de
conjunto como individual, al tomar como indicador de diseño los hábitos
de los grupos sociales a los que iban dirigidas las viviendas,
requiriendo soluciones convencionales que en mucho se aproximaban a las
viviendas tradicionales; con esto, se concluía en la imposibilidad de
adoptar los modelos de viviendas mínimas europeas, aunque a éstas se
haga una referencia genérica, sin precisar a cuál de las tantas
experimentaciones que por entonces se desarrollaban en Europa se está
haciendo.
“El otro aspecto al que atiende Bereterbide es el de
la opción formal, del prototipo o del conjunto, según el caso, y
presentaba a ésta como totalmente condicionada por la ecuación de
optimización económica. En tal sentido, además de la eliminación de lo
‘superfluo’, entraban en juego análisis comparativos de costos que
llevaban a ciertas elecciones, las que terminaban por definir el aspecto
formal de las construcciones; por ejemplo en el caso de las cubiertas,
la opción entre la cubierta plana o el tejado tipo Marsella no
respondería al gusto del arquitecto sino a que esta última, aun con un
costo inicial mayor, tenía luego un costo de mantenimiento más
reducido...”.