martes, 1 de enero de 2013

"Bienaventurados los que trabajan por la paz"


El mensaje de Fin de Año del Arzobispo de Santa Fe, Monseñor Jose Maria Arancedo comienza diciendo que "llegamos a fin de año con todo lo que ello implica de un tiempo vivido con luces y sombras. Tiempo de balances y sinceridad, pero sobre todo de acción de gracias y de encuentro con nuestra vocación y opciones fundamentales. Lo importante es descubrir que nuestra vida tiene un sentido, una meta".


Llegamos a fin de año con todo lo que ello implica de un tiempo vivido con luces y sombras. Tiempo de balances y sinceridad, pero sobre todo de acción de gracias y de encuentro con nuestra vocación y opciones fundamentales. Lo importante es descubrir que nuestra vida tiene un sentido, una meta. Esta certeza es la que nos abre a la esperanza. No somos una casualidad, sino personas amadas por Dios y que hemos sido creados con un destino único y personal, éste es el mensaje central de Jesucristo.

Él ha venido para enseñarnos esta verdad, este camino, que nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos y con Dios. El encuentro con Jesucristo es lo que define el sentido de nuestra vida como una obra de Dios que está en camino hacia su plenitud. La imagen del peregrino es la que mejor define nuestra condición en el mundo, es un caminar pero con la certeza de una meta que ya es presencia viva y compañía en Jesucristo.

Este mundo, como obra de Dios, necesita del trabajo del hombre para humanizarlo y hacer de él una casa digna para el hombre. El don de la vida que hemos recibido alcanza su madurez cuando se convierte en tarea. Uno de los aspectos que mejor define el nivel de una sociedad es el grado de paz en la que viven sus miembros. No se trata de una paz que se sostiene sobre la frágil componenda de un equilibrio armado, ni la mera ausencia de conflictos, sino una paz que es fruto de una vida reconciliada y en la que nos descubrimos como hijos de un mismo Dios y vemos en cada hombre a un hermano.

Por ello, la realización de la paz, nos dice el Santo Padre: “depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana”. Nunca el hombre, ni ninguna religión, iluminada por la fe en Dios Padre, puede ser causa de violencia o de muerte. La referencia a Dios no es algo secundario cuando hablamos, incluso, de las cosas de este mundo, sino la garantía de una sociedad justa y un mundo más humano.

La paz es posible

Bienaventurados los que trabajan por la paz, es el lema que nos presenta el Santo Padre para la Jornada Mundial con la que iniciamos un Año Nuevo. No podemos negar que estamos lejos de vivir un ideal de paz como el que nos propone Jesucristo. La tentación que nos puede invadir es decir la paz no es posible. Es el error de partir de los hechos negativos que vemos y, con cierto fatalismo, sólo atinar a defendernos o encerrarnos.

Sin embargo, la paz es posible y es una tarea. Por ello, Jesucristo llama bienaventurados a los que trabajan por la paz. Qué bueno es recordar en este contexto aquella simple oración que se atribuye a San Francisco: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Donde haya odio, ponga amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya discordia, unión; donde haya error, verdad; donde haya tristeza, alegría”. ¿Cómo empezar esta tarea?

Cada uno debe saber encontrar ese espacio donde somos únicos e irremplazables. Además, qué importante es comprometernos en una obra con dimensión comunitaria. Cuando veo en un barrio la presencia de un laico, una religiosa, una catequista que reúne a los chicos para hablarles de esta verdad del evangelio de Jesucristo, veo la semilla de un mundo nuevo. Evangelizar, hacer vida el evangelio, es la primera promoción integral del hombre. Esto es trabajar por la paz.

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