jueves, 27 de octubre de 2011

VILLA GOB. GALVEZ/Recuperarán 400 metros de costa para uso público

La recuperación y próxima parquización para la ciudad de un predio costero de casi 400 metros de longitud, así como el desmalezamiento y el mantenimiento de alumbrado público es uno de los logros del acuerdo que, luego de pacíficos pero firmes reclamos, alcanzaron los habitantes de tres barrios del extremo sur de la ciudad con la cerealera Cargill y la Municipalidad local.

Vecinos de los barrios Ibaiondo, Santa Inés y Bajada Paraná, poblados mayormente por rosarinos que al principio establecieron allí viviendas de fin de semana pero que luego —ante el paisaje que ofrece el Paraná y por la tranquilidad y seguridad de la zona— se convirtieron en residencias permanentes, hace siete años se preocuparon ante la aparición de una cerealera multinacional que venía a trastrocar definitivamente con sus imponentes instalaciones un paisaje natural aún hoy poblado, por ejemplo, por especies de aves silvestres poco habituales en las grandes urbes. Calidad de vida. “En esta zona, el ancho del río permite a los barcos efectuar distintos maniobras de navegación”, explicó desde el recuperado borde de las barrancas, Graciela Lazzari, una maestra de la cercana escuela del Fonavi villagalvense que hace años decidió sacar a su familia de los peligros del peor sur rosarino en el que vivía, para ganar en tranquilidad y aire libre y que hoy integra el grupo de vecinos que defienden sus derechos a una mejor calidad de vida manteniendo un delicado equilibrio e intensas negociaciones con la empresa.    Cargill y los vecinos conviven en la tensión de una permanente negociación. La empresa adoptó ante la exigencia de los pobladores las medidas para contener el polvillo de los cereales y fijó también una triple barrera forestal en torno a las instalaciones para disminuir el negativo impacto visual que ofrecen las mismas y contribuir a mejorar el medio ambiente.    Un alto cerco marca los límites que separan al barrio de los gigantescos silos de Cargill, y uno de los primeros triunfos de los vecinos fue lograr mantener a salvo del uso justamente el predio hoy en vía de recuperación. “Una mañana hace años vimos cómo la empresa comenzaba a instalarse e inmediatamente elevamos el reclamo a las autoridades”, recordó Graciela, quien señaló con preocupación que uno de los déficit de las administraciones municipales locales fue la inexistencia de una secretaría de medio ambiente municipal, “aunque nuestros reclamos fueron siempre debidamente atendidos rápidamente por la provincia”, indicó. Logro. “Por el trabajo de los vecinos y la empresa logramos que la zona de la barranca —limítrofe con las instalaciones portuarias de la empresa— fuera declarada área protegida y pretendemos que se convierta en un espacio público abierto a toda la ciudad”, dijo Lazzari.    Además destacó que la participación de la gente creció por el “boca a boca”, no está encausado por ninguna vecinal y que en la misma predomina un espíritu de convivencia con la poderosa multinacional lo que no excluye la firmeza en los reclamos. Mejoras. La ingeniera Valeria Lupo, coordinadora de Medio Ambiente, Seguridad y Salud de Cargill, destacó la política de buena vecindad fijada y recordó que el acuerdo contempla el mejorado de las calles del barrio, establecer un puesto de vigilancia, desmalezar numerosos baldíos linderos, el mantenimiento de desagües del río y la parquización del predio costero, cuyas barrancas fueron rellenadas y consolidadas con material extraído para la construcción de la planta de biodiesel a inaugurarse próximamente.    Otro aspecto que también fue considerado por los vecinos fue la comprobada presencia en el lugar de testimonios arqueológicos que reflejan que hubo asentamientos aborígenes en la zona, donde además en las barrancas aún pueden hallarse indicios de que la zona era refugio, hace más de un siglo y medio, de bandas de malvivientes que practicaban la piratería fluvial, lo que junto con la presencia de especies vegetales en peligro de extinción suman a un importante patrimonio cultural nunca debidamente difundido Vecinos de los barrios Ibaiondo, Santa Inés y Bajada Paraná, poblados mayormente por rosarinos que al principio establecieron allí viviendas de fin de semana pero que luego —ante el paisaje que ofrece el Paraná y por la tranquilidad y seguridad de la zona— se convirtieron en residencias permanentes, hace siete años se preocuparon ante la aparición de una cerealera multinacional que venía a trastrocar definitivamente con sus imponentes instalaciones un paisaje natural aún hoy poblado, por ejemplo, por especies de aves silvestres poco habituales en las grandes urbes. Calidad de vida. “En esta zona, el ancho del río permite a los barcos efectuar distintos maniobras de navegación”, explicó desde el recuperado borde de las barrancas, Graciela Lazzari, una maestra de la cercana escuela del Fonavi villagalvense que hace años decidió sacar a su familia de los peligros del peor sur rosarino en el que vivía, para ganar en tranquilidad y aire libre y que hoy integra el grupo de vecinos que defienden sus derechos a una mejor calidad de vida manteniendo un delicado equilibrio e intensas negociaciones con la empresa.    Cargill y los vecinos conviven en la tensión de una permanente negociación. La empresa adoptó ante la exigencia de los pobladores las medidas para contener el polvillo de los cereales y fijó también una triple barrera forestal en torno a las instalaciones para disminuir el negativo impacto visual que ofrecen las mismas y contribuir a mejorar el medio ambiente.    Un alto cerco marca los límites que separan al barrio de los gigantescos silos de Cargill, y uno de los primeros triunfos de los vecinos fue lograr mantener a salvo del uso justamente el predio hoy en vía de recuperación. “Una mañana hace años vimos cómo la empresa comenzaba a instalarse e inmediatamente elevamos el reclamo a las autoridades”, recordó Graciela, quien señaló con preocupación que uno de los déficit de las administraciones municipales locales fue la inexistencia de una secretaría de medio ambiente municipal, “aunque nuestros reclamos fueron siempre debidamente atendidos rápidamente por la provincia”, indicó. Logro. “Por el trabajo de los vecinos y la empresa logramos que la zona de la barranca —limítrofe con las instalaciones portuarias de la empresa— fuera declarada área protegida y pretendemos que se convierta en un espacio público abierto a toda la ciudad”, dijo Lazzari.    Además destacó que la participación de la gente creció por el “boca a boca”, no está encausado por ninguna vecinal y que en la misma predomina un espíritu de convivencia con la poderosa multinacional lo que no excluye la firmeza en los reclamos. Mejoras. La ingeniera Valeria Lupo, coordinadora de Medio Ambiente, Seguridad y Salud de Cargill, destacó la política de buena vecindad fijada y recordó que el acuerdo contempla el mejorado de las calles del barrio, establecer un puesto de vigilancia, desmalezar numerosos baldíos linderos, el mantenimiento de desagües del río y la parquización del predio costero, cuyas barrancas fueron rellenadas y consolidadas con material extraído para la construcción de la planta de biodiesel a inaugurarse próximamente.    Otro aspecto que también fue considerado por los vecinos fue la comprobada presencia en el lugar de testimonios arqueológicos que reflejan que hubo asentamientos aborígenes en la zona, donde además en las barrancas aún pueden hallarse indicios de que la zona era refugio, hace más de un siglo y medio, de bandas de malvivientes que practicaban la piratería fluvial, lo que junto con la presencia de especies vegetales en peligro de extinción suman a un importante patrimonio cultural nunca debidamente difundido.

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