Las relevó el Programa Municipal
de Patrimonio en el marco del Cordón Perimetral Sur. Muestran un nivel
de conservación aceptable porque allí el mercado inmobiliario aún
presiona poco.
Saladillo resiste. El nuevo Plan
Urbano, todavía en elaboración y que deberá refrendar el Concejo
Municipal, será el instrumento normativo que permitirá regular todos los
anillos y áreas perimetrales de la ciudad aún no abordados en la
primera etapa. En esa compleja extensión figura el Cordón Perimetral
Sur, dentro del cual se ubica el barrio Saladillo, uno de los que
muestra (y esconde) la mayor cantidad de casonas de valor patrimonial:
nada menos que 120 candidatas a ser catalogadas. Y hay un plus, gracias a
que el sur sufrió menos “presión por la especulación inmobiliaria” que
el centro o el norte y a que “existe una fuerte ligazón identitaria con
el barrio”, las construcciones revelan, en general, un respetable nivel
de preservación. Un tesoro cultural y turístico que merece ser
explotado.
Según explicó la titular del
Programa Municipal de Preservación y Rehabilitación del Patrimonio,
María Laura Fernández, una comisión integrada por distintas áreas
municipales e instituciones (como el Concejo, la Facultad de
Arquitectura y colegios profesionales) trabaja por estos días para
consensuar criterios tendientes a definir el segundo tramo del Plan
Urbano, que planteará un “marco normativo” para el futuro de la ciudad.
Los ediles, luego, deberán aprobarlo.
El presidente de la comisión de
Planeamiento del Concejo, Jorge Boasso, anticipó que aunque “se avanza
sin plazos porque el objetivo es generar el mayor consenso posible y
llegar a un plan integral”, la expectativa es poder debatirlo en el
recinto este mismo año.
Esta segunda formulación del plan
apunta a todos los sectores que no forman parte del área central ni del
primer anillo perimetral, que ya cuentan con su propia normativa. Eso
incluye nada menos que todo el resto de la ciudad.
Entre los múltiples y medulares
aspectos que aborda, figura elaborar un nuevo catálogo de inmuebles de
valor patrimonial, así como definir áreas de protección histórica y
otras de preservación
ambiental.
ambiental.
Para eso, el programa ya realizó su
propio relevamiento de inmuebles candidatos a recibir una especial
defensa arquitectónica. Según detalló el técnico Germán Stoffel,
Saladillo quedó incluido en el marco del Cordón Perimetral Sur.
Así, en el sector comprendido por
Lamadrid (al norte), el río (este), Centenario (sur) y San Martín
(oeste), se relevaron 120 propiedades “sujetas a su potencial
incorporación dentro del programa”.
La directora del área dio
precisiones. Por ejemplo, que todo el trayecto de avenida del Rosario
hasta San Martín se propone como “área de protección histórica”, así
como el conjunto de Las Heras (fuera de Saladillo). Y la calle Bermúdez,
esa sí ubicada en el barrio, se plantea a su vez como “área de
preservación ambiental” por su impacto paisajístico sobre la trama
urbana.
Sin pretensiones de exhaustividad,
La Capital hizo su propio recorrido. Las elecciones recayeron sobre
avenida del Rosario, Bermúdez, Salvá y Arijón.
Basta arrancar por la primera
avenida para llegar a la primera mansión, a la altura del 698 bis,
medianamente conservada aunque el jardín no se vea tan parquizado. “Está
como era originalmente, sólo tuvimos que hacer arreglos para poder
habitarla”, cuenta Ricardo Maestri, hijo del dueño, Rubén, quien la
adquirió a “un inglés hace 20 años”.
Unas cuadras más allá, el 100 bis
reúne dos de las casonas más imponentes y antiguas del corredor. Una
lleva el nombre de Villa María Eloísa, enorme construcción de dos pisos
levantada en 1870 por el médico Florentino Loza como vivienda familiar.
La otra se ubica exactamente
enfrente, al 135 bis. Con más de dos mil metros cuadrados de parque y
construida en 1908 con reminiscencias francesas, fue por décadas la
residencia de una familia de alemanes, los Meyers.
La historia la conoce al dedillo
Eduardo Laborde, nieto de Florentino, que heredó de su familia Villa
María Eloísa y en los 60 compró, “sólo por gusto”, la vieja casona que
pertenecía a los Meyers, hacendados de la zona. Años después funcionó
como geriátrico y hoy está cerrada y en alquiler. Piden apenas 20 mil
pesos.
Parado en la puerta de Villa María
Eloísa, Laborde recuerda que su abuelo levantó la casa de ocho cuartos,
balcón y un parque de dos mil metros para vivir con sus cuatro hijos. La
edificación mantiene todos sus rasgos originales y si bien nunca
recibió ni solicitó pedidos de ayuda para el mantenimiento, el hombre
admite que “los impuestos para sostener la casa son altísimos”.
Influencias. Los rastros de la arquitectura inglesa en la zona se
ven por ejemplo en la casa de avenida del Rosario 163 bis, cuyo dueño
desde 1986, Roberto Cirulli, se ocupa en persona de los arreglos. De
hecho, mientras pinta las rejas del frente cuenta que la propiedad
perteneció “a un inglés de apellido Willis, un personaje importante del
frigorífico Swift”.Fue ese inglés quien levantó la casa como su propia residencia en 1930. Desde entonces, pocos cambios se le hicieron. Cirulli detalla que adentro “está toda original” y “sólo las tejas rotas por la pedrada, importadas, debieron cambiarse por techos de chapa, que también responden al estilo”.
Por la misma avenida, las casas de valor patrimonial se reparten sobre una y otra vereda. Con mayor o menor grado de preservación e intervenciones más o menos felices.
Algún que otro engendro hay, para qué negarlo. Por ejemplo, por otra calle del barrio, una casa con aires Tudor muestra la fachada literalmente partida: cada dueño se armó un chalecito “a piacere”.
Casas antiguas, interesantes, bellas, con frondosos espacios de servidumbre de jardín, hay muchas por cuadra: quintas criollas o con aires italianos, franceses o ingleses, por calles como Salvá, Sánchez de Bustamante, General Paz y, por supuesto, Arijón.
En esa última avenida, nuevamente las mansiones no pasan inadvertidas. Es el caso de un par de casas a la altura del 400; de otra centenaria y deshabitada en Arijón 222, cuyo nombre de “Villa ...” apenas se adivina por la caída de mampostería; y de varias sobre la cuadra del 100.
Entre esas destacan la del 118, con un desvencijado Polara amarillo plantado en medio del parque; el Saladillo Club, de 1910; la bella casa con aires decó del Sindicato de la Carne y tres ineludibles mansiones a la altura del bis: una remodelada con reminiscencias Tudor; Villa Regina, en el 81 bis, y por supuesto Villa Fausta, la casa de campo bautizada como la esposa de Arijón.
Hoy Casa de la Cultura Arijón, el inmueble tuvo antes destinos increíblemente dispares: en los 40 fue residencia de la familia Cassarino (que la donó a la provincia) y luego escuela de cadetes de la policía, cuartel de bomberos, centro de protección al menor y hasta cárcel de menores. El pasado no opacó su belleza y desde 1995 es “patrimonio histórico y cultural de la ciudad”. Se trata del único de los seis solares veraniegos construidos por Arijón que aún queda en pie.
San Martín (oeste), se relevaron 120 propiedades “sujetas a su potencial incorporación dentro del programa”.
La directora del área dio precisiones. Por ejemplo, que todo el trayecto de avenida del Rosario hasta San Martín se propone como “área de protección histórica”, así como el conjunto de Las Heras (fuera de Saladillo). Y la calle Bermúdez, esa sí ubicada en el barrio, se plantea a su vez como “área de preservación ambiental” por su impacto paisajístico sobre la trama urbana.
Sin pretensiones de exhaustividad, La Capital hizo su propio recorrido. Las elecciones recayeron sobre avenida del Rosario, Bermúdez, Salvá y Arijón.
Basta arrancar por la primera avenida para llegar a la primera mansión, a la altura del 698 bis, medianamente conservada, aunque el jardín no se vea tan parquizado. “Está como era originalmente, sólo tuvimos que hacer arreglos para poder habitarla”, cuenta Ricardo Maestri, hijo del dueño, Rubén, quien la adquirió a “un inglés hace 20 años”.
Unas cuadras más allá, el 100 bis reúne dos de las casonas más imponentes y antiguas del corredor. Una lleva el nombre de Villa María Eloísa, enorme construcción de dos pisos levantada en 1870 por el médico Florentino Loza como vivienda familiar.
La otra se ubica exactamente enfrente, al 135 bis. Con más de dos mil metros cuadrados de parque y construida en 1908 con reminiscencias francesas, fue por décadas la residencia de una familia de alemanes, los Meyers.
La historia la conoce al dedillo Eduardo Laborde, nieto de Florentino, que heredó de su familia Villa María Eloísa y en los 60 compró, “sólo por gusto”, la vieja casona que pertenecía a los Meyers, hacendados de la zona. Años después funcionó como geriátrico y hoy está cerrada y en alquiler. Piden apenas 20 mil pesos.
Parado en la puerta de Villa María Eloísa, Laborde recuerda que su abuelo levantó la casa de ocho cuartos, balcón y un parque de dos mil metros para vivir con sus cuatro hijos. La edificación mantiene todos sus rasgos originales y si bien nunca recibió ni solicitó pedidos de ayuda para el mantenimiento, el hombre admite que “los impuestos para sostener la casa son altísimos”.
Influencias. Los rastros de la arquitectura inglesa en la zona se ven por ejemplo en la casa de avenida del Rosario 163 bis, cuyo dueño desde 1986, Roberto Cirulli, se ocupa en persona de los arreglos. De hecho, mientras pinta las rejas del frente cuenta que la propiedad perteneció “a un inglés de apellido Willis, un personaje importante del frigorífico Swift”.
Fue ese inglés quien levantó la casa como su propia residencia en 1930. Desde entonces, pocos cambios se le hicieron. Cirulli detalla que adentro “está toda original” y “sólo las tejas rotas por la pedrada, importadas, debieron cambiarse por techos de chapa, que también responden al estilo”.
Por la misma avenida, las casas de valor patrimonial se reparten sobre una y otra vereda. Con mayor o menor grado de preservación e intervenciones más o menos felices.
Algún que otro engendro hay, para qué negarlo. Por ejemplo, por otra calle del barrio, una casa con aires Tudor muestra la fachada literalmente partida: cada dueño se armó un chalecito a piacere.
Casas antiguas, interesantes, bellas, con frondosos espacios de servidumbre de jardín, hay muchas por cuadra: quintas criollas o con aires italianos, franceses o ingleses, por calles como Salvá, Sánchez de Bustamante, General Paz y, por supuesto, Arijón.
En esa última avenida, nuevamente las mansiones no pasan inadvertidas. Es el caso de un par de casas a la altura del 400; de otra centenaria y deshabitada en Arijón 222, cuyo nombre de “Villa ...” apenas se adivina por la caída de mampostería; y de varias sobre la cuadra del 100.
Entre esas, se destacan la del 118, con un desvencijado Polara amarillo plantado en medio del parque; el Saladillo Club, de 1910; la bella casa con aires decó del Sindicato de la Carne y tres ineludibles mansiones a la altura del bis: una remodelada con reminiscencias Tudor; Villa Regina, en el 81 bis, y por supuesto Villa Fausta, la casa de campo bautizada como la esposa de Arijón.
Hoy Casa de la Cultura Arijón, el inmueble tuvo antes destinos increíblemente dispares: en los 40 fue residencia de la familia Cassarino (que la donó a la provincia) y luego escuela de cadetes de la policía, cuartel de bomberos, centro de protección al menor y hasta cárcel de menores. El pasado no opacó su belleza y desde 1995 es “patrimonio histórico y cultural de la ciudad”. Se trata del único de los seis solares veraniegos construidos por Arijón que aún queda en pie.
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