Viven debajo del puente
ferroviario de avenida Sorrento. Hasta allí llegó un prófugo de la
policía Acorralado, el hombre que venía de robar se mató a cuchillazos
delante de algunos chicos.
El mediodía del viernes, la calma del
almuerzo se rompió en la casa de la familia Orellana, en Juan B. Justo
al 2000. Estaban en el humilde comedor hecho de chapas, debajo de un
puente ferroviario, cuando irrumpió un hombre fuera de sí, babeando y
transpirado. El intruso, en su locura sin sentido, intentó agarrar como
escudo humano a Jeremías, el hijo de 3 años de Gustavo y Fabiana
Orellana. El hombre quería así protegerse de la policía que lo perseguía
desde Sorrento y Casiano Casas, donde estaba cometiendo algunos robos
al voleo. Finalmente, rodeado por la familia y cinco uniformados, el
hombre se quitó la vida con un cuchillo de cocina que le sacó a la
familia.
Los hechos comenzaron a media mañana en
la esquina de Sorrento y Casiano Casas. Allí, Ciro Fabián Devico, de 40
años, intentaba abrir las puertas de los autos que se detenían frente a
la luz roja del semáforo para arrebatar al voleo lo que vislumbraba por
las ventanillas. Cerca de las 13 intentó la maniobra por enésima vez.
Pero quien conducía el vehículo era una mujer policía que se identificó
como tal. Eso asustó a Devico, que a los tumbos y fuera de sí emprendió
la que sería su última huída. Para su sorpresa, el hombre fue perseguido
por algunos jóvenes del barrio, que lo increparon por robar en la
esquina.
Ante tal situación, la mujer policía
dio aviso al personal de comisaría 10ª, que se dirigió rápidamente al
lugar y comenzó a perseguir a Devico. El hombre corría y se metía entre
los pasillos de los asentamientos cercanos para evitar ser alcanzado. Al
llegar a Juan B. Justo a la altura del 2000, dobló a su derecha en
dirección al puente que pasa por arriba de las vías, se tropezó y fue
visto por los vecinos de esa humilde cuadra que no salían de su asombro
al ver a la policía y escuchar el ruido atronador de las sirenas.
El hombre atravesó el terraplén y subió
al puente. Desde allí se deslizó por un pasillo del asentamiento y
terminó frente a la humlide vivienda de la familia Orellana, a la que
accedió tumbando una chapa que hacía las veces de puerta. "Lo ví y me
dijo «correte y dame el nene», estaba loco y drogado para mí", dijo ayer
Gustavo, en su cerrada lengua norteña.
Escudo humano. Los
Orellana, Gustavo y Fabiana, tienen seis hijos y Jeremías, de 3 años, es
el más chico. Fue él quien estuvo en riesgo de vida cuando el fugitivo
quiso tomarlo como escudo humano frente a la policía y los vecinos que
aún lo perseguían y quedaron a la puerta de la casilla de Gustavo.
Acorralado, el invasor tomó un cuchillo
tipo tramontina de la mesa donde comía la familia y comenzó a amenazar a
Orellana. "Me tiraba los puntazos a lo loco, como gallo ciego. Y me
dijo que me tirara al piso mientras repetía «dame el nenen, dame el
nene». Yo me puse adelante y lo encaré. Le bajé las manos y se le cayó
el cuchillo", contó Gustavo, aún muy asustado y con sus pocas palabras,
que multipicaron el miedo.
"Se le caía flema y los ojos parecían
los de un animal. Me miraba así", dijo Gustavo poniendo cara de perro
rabioso. "Agarró el cuchillo de nuevo y ahi entró la policía", relató
mientras recreaba su peor pesadilla.
"El policía no lo apuntó ni nada. Le
decía que se tranquilizara y otros dos lo rodeaban para sacarle el
cuchillo". Entonces la voz del dueño de la casilla se entrecorta y casi
temblando cuenta: "El muchacho le decía al milico «no te acerques que me
corto» y se apuntó el cuchillo al cuello, como si se degollara".
Después todo fue vertiginoso, dijo
Gustavo entre ademanes. "Se cortó el cuello, empezó a perder sangre por
todos lados, y cuando la policía se acercó se empezó a clavar el
cuchillo en el pecho. Pero ya estaba medio degollado, nos llenó la casa
de sangre y manchó el piso, la heladera, todo". Cuando dice casa,
Gustavo se refiere a un rectángulo hecho de chapas, ladrillos y cartón
con habitaciones precarias.
"Se cortó tanto que se cayó y la
policía lo levantó y lo metió a los golpes en el auto. El tipo se
resitía y pegaba por todos lados", dijo Gustavo. Devico fue trasladado
al hospital Alberdi, donde según la información oficial llegó muerto.
"Me dijeron que es un muchacho de buena
familia pero que estaba mal y que si no se mataba hoy se mataba
mañana", cuenta Orellana. Tras la pesadilla, dice, la familia está en
pánico: "Los chicos se despiertan llorando y yo tengo miedo que piensen
que yo lo maté, se mató solo el muchacho", insitió Gustavo.
La familia Orellana vive de las changas
que puede hacer Gustavo como albañil. Y si no, él mismo es quien junta
cartones. En Juan B. Justo, debajo del puente, varias familias viven de
lo mismo y, a su manera, tranquilos. Pero el mediodía del viernes los
Orellana y sus vecinos entendieron que sus vidas pueden cambiar en menos
de un minuto.
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