Una ciudad entera celebró la ansiada clasificación del seleccionado argentino a la final de la Copa del Mundo. El celeste y blanco tiñó como nunca cada rincón.
La Capital |
No importa que el planteo haya sido más táctico que virtuoso. No importa que haya sido en los penales y no en el tiempo reglamentario. No importa que haya sido con sufrimiento. La Rosario futbolera, la de las pasiones leprosas y canallas, la cuna de grandes futbolistas, se olvidó por un rato -apenas por un rato- de la inflación, de los problemas de la cotidianeidad, de los sueldos que no alcanzan y salieron a hacer catarsis por cada rincón de la ciudad.
La previa fue la de siempre pero ampliada y con un toque más de intensidad, de una ansiedad contenida, llena de nervios. Los bares de siempre de Pellegrini, el Vip del Monumento, los de la Costa central, y varios de La Florida mostraron un lleno total desde varios minutos antes del pitazo inicial. No había feriado que se le interpusiera al partido de la selección.
Después, con todo consumado, se desató la locura. Del río hacia el oeste las calles parecían el más intenso de los desiertos. Las orientadas hacia el río eran una sola caravana. Autos, chatas y hasta gente colgada de los ómnibus del transporte urbano de pasajeros desfilaban hacia la zona del Monumento donde esta vez varios miles de personas coparon las inmediaciones y todo el Patio Cívico.
Cantar, gritar, acordarse de Brasil, de los holandeses que se quedaron con las ganas, de la poderosa Alemania que se viene pero a la que no le tenemos miedo, fueron los ingredientes de una tarde inolvidable. Parejas, familias, algún que otro solitario que encontró rápida compañía y muchos protagonistas más desfilaron en un ida y vuelta interminable. Fueron todos conocidos, fueron todos amigos, al menos por un rato, no hubo espacio para pensar nada raro.
Son rosarinos y fueron a festejar. Fueron a acordarnos de Lio Messi, del Fideo Di María -¡cómo se notó tu ausencia!-, del Pocho Lavezzi y su corazón de León, del Masche que dejó la vida y la de algún antepasado en la cancha, de Chiquito Romero -¿qué tiene de Chiquito el monstruo este?- que tuvo a Dios en sus manos, y de cada uno de estos muchachos que dejaron todo. Incluso de los que en algún momento no se confió.
Contradicciones al margen, esta ciudad futbolera desplegó su arsenal de festejos a los cuatro vientos. Para el domingo se está armando otra juntada. Argentina va por su tercera Copa del Mundo y el Monumento quiere seguir teñido de celeste y blanco.
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