Ezequiel Cantero y Ricardo
Rodríguez murieron el miércoles al estrellarse contra un árbol. No
tenían antecedentes penales y los corría un patrullero que quiso
identificarlos.
Sandra Aranda no puede superar el llanto. Su hijo Ezequiel murió la
madrugada del miércoles cuando el Renault Kangoo en el que iba junto a
su amigo Ricardo Rodríguez se estrelló contra un árbol mientras era
perseguido por un móvil policial. El chico no tenía antecedentes
penales. Trabajaba de albañil y estudiaba en un colegio nocturno. "Mi
hijo era el mimado de la familia, algo sucedió para que se produjera ese
choque porque el manejaba muy bien", cuenta Sandra, perdida en sus
ojeras.
El hecho aún no está claro, la
madrugada del miércoles efectivos de la comisaría 11ª que realizaban un
control nocturno de transporte público en Necochea y Uriburu observaron
el paso de un Renault Kangoo y decidieron identificar a sus ocupantes.
Les hicieron señales de luces y con la sirena. Pero los ocupantes del
auto se dieron a la fuga. Así empezó una persecución que se extendió 23
cuadras. En Ayacucho al 5800 el vehículo perseguido hizo una mala
maniobra y se estampó contra un árbol. Los chicos, Ezequiel Alberto
Cantero, de 20 años, y Ricardo Daniel Rodríguez, de 23 años, murieron
casi en el acto. La primera información arrojó que sólo les secuestraron
seis gramos de marihuana. Ni siquiera alcanzaría para penalizarlos.
Las víctimas no tenían contacto con el
mundo de la ilegalidad. Sin antecedentes, sin armas, sin historias
inconclusas ni rencores. A los padres de ambos les llama la atención que
se haya encontrado marihuana entre sus pertenencias. "Mi hijo era
asmático. No sólo no fumaba, tampoco quería que fumen a su alrededor, no
soportaba el olor a humo", dice Sandra.
¿Por que escapaban llevados por mil
demonios dos chicos "buenos" y sin travesuras nocturnas? Otra pregunta
vacía. El choque fue infernal. Los peritos que trabajaron en la escena
indicaron que el auto iba entre "los 120 y 150 kilómetros por hora",
según un vocero. Las ruedas del Kangoo se despegaron del piso y el
vehículo se enroscó en el tronco tras golpear con su techo.
Una persona de bien.
Ese golpe también destrozó a Sandra, la madre de Ezequiel. "Cuando llegó
la noticia se dijo de todo. Que la Kangoo era robada, que eran
drogadictos, que tenían armas. Ahora ya se sabe, mi hijo era una persona
de bien", cuanta la mujer en el jardin de su casa en la zona en que
Villa Gobernador Gálvez apunta para el lado del río.
Sandra está sola y sostiene a sus cinco
hijos realizando trabajos de ocasión. El más pequeño tiene 9 años y el
mayor era Ezequiel. "El fue el primer hijo varón de la familia, era el
más mimado de todos, sus hermanos lo amaban y yo a mis mis hijos les dí
lo que pude y soy todo: madre, amiga, todo", cuenta.
La Kangoo la había comprado Sandra hace
poco tiempo y con mucho esfuerzo. Aún debían hacer la transferencia.
"La íbamos a usar para trabajar, para hacer fletes. Como el decía, para
trabajar y tener una vida bien", como le escribió a su madre en un
mensaje de texto.
"Mi hijo manejaba muy bien, pero era un
poco distraído y había perdido el carné de conducir la semana anterior.
Andaba sin ese documento esa noche", dice Sandra como hablando desde
una nebulosa. Su hijo Luciano lloriquea a su lado, fue el primero en
llegar al lugar del accidente.
Un video a observar. "Hay
un video en que se ve que mi hijo viene por Ayacucho y se le pone un
patrullero adelante. Y por no chocar a unos chicos que venían en otro
auto volantea y choca. Los chicos a los que esquivó bajaron del auto y
empezaron a pedirle a la policía que ayuden a mi hijo. Pero nadie
reaccionaba". La información oficial dice otra cosa: durante la
persecución, todos los movimientos fueron reportados a la central del
911. "La dotación de la patrulla les hizo señales de luces y un toque de
sirena para que se detuvieran a los efectos de identificarlos, pero
huyeron rápidamente", dice la clara letra de la foja.
La foto que tiene Sandra muestra a
Ezequiel sonriente, con los pulgares apuntando hacia arriba y la
consabida gorrita blanca. "El era así, siempre así". Y relata la
historia que, dice, le contaron: "Hay una versión de que un patrullero
lo tocó desde atras y lo desestabilizó. El estaba con Rodríguez, un pibe
muy amigo que vivía acá cerca. Hace unos meses se les había muerto un
amigo y Ezequiel sufría mucho por eso, para mí que por eso también
estaba con miedo".
Ezequiel Cantero vivió desde siempre en
esa calle perdida a un costado de la avenida Circunvalación. Parte de
sus días los compartía con Cintia, su novia, y trabajaba como ceramista.
Pretendía "vivir bien", como le escribió a su madre.
"Ezequiel sabía lo que nos costaba todo
y tenía conciencia de que la chata era importante. Se la llevó por que
su hermano tenía la llave y él se la pidió. Para mí que cuando vio a la
policía se asustó. Pensó «mi mamá me mata» y por eso corrió. Además era
negro y llevaba puesta gorrita. Lo siguieron por las dudas, por la
cara", mastica Sandra entre lágrimas y abrazada a la realidad por su
hijo Luciano.
Fue él quien llegó al lugar del
accidente y se quiso acercar al auto de su hermano. Pero se lo
impidieron. "Yo sabía que mi hermano tenía puesta una campera fucsia o
bordó. Pero se la había cambiado con Rodríguez. Entonces pensé que ya
había muerto por que el otro pibe estaba destrozado y lo confundí con
Ezequiel, por la campera. Pero no, el estaba en el Heca", masculla con
los ojos fijos. "Lo que me llamó la atención es que la policía
fotografiaba el móvil que persiguió a mi hermano", expresa con aires de
dudas.
Ezequiel era "un chico que tenía
siempre su ropa planchada, su perfume, que si se le ensuciaban las
zapatillas de cuero con el barro las limpiaba con un trapito. Mi hijo
manejaba bien y no era ladrón, quiero lavar su nombre", insiste la madre
y sabe que su hijo no está, aunque le cueste dejarlo ir.
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