Para los hombres, tener un hijo en la quinta década de su vida
representa la prolongación de la virilidad, la fuerza y la actitud
joven.
En estos tiempos que vivimos llegar a los cincuenta es sentirse
joven, con experiencia, liberado de algunas normativas sociales que
presionan a los 30 y a los 40 (trabajo, status social, pareja, familia,
casa, etc.) y con una visión del porvenir más realista, y por qué no,
desafiante.
Ser padre a los cincuenta es cada vez más frecuente y
merece algunas consideraciones. Por un lado, la paternidad madura
refuerza un status viril no inscrito al valor procreativo ni a la
construcción de una familia como núcleo social (como seguramente ocurrió
con sus primeros hijos en caso de haberlos tenido). Ahora tiene la
oportunidad de asumir su función paterna sin los condicionantes de
género, pero sí asociada a un deseo más auténtico.
Vigor y atractivo físico
Si nos atenemos a cuestiones estrictamente físicas las funciones orgánicas comienzan a depreciar
después de la cuarta década de la vida. Es sabido que los niveles de
testosterona inician su lento descenso luego de los treinta, pero es un
mito pensar que la depleción de esta hormona ocasione problemas en la
erección en el adulto mayor.
El varón puede seguir siendo tan
vigoroso y fértil como en sus años mozos, sólo que va a espaciar sus
encuentros sexuales porque el deseo se verá retardado para retomar un
nuevo encuentro.
En medios urbanos, los varones de clase media,
con acceso a la educación media o superior, afrontan mejor al paso del
tiempo que los pares de clases populares, con escaso o nulo nivel
académico. Sin llegar a ser metrosexuales la afluencia de público
masculino de mediana edad o mayor, a gimnasios, controles nutricionales y
hasta alguna cirugía estética, completan el panorama de la batalla por
mantenerse atractivos y fuertes a pesar del paso del tiempo.
Mayores con jovencitas
Muchas mujeres gustan de hombres maduros que han sabido “amasar” experiencia, cuidado personal y por qué no, un poco de dinero.
Muchas jóvenes están decepcionadas con los varones de su generación,
les cuesta comprender esa forma que tienen de seducir, aparentar
compromiso y después huir.
Otras se hartaron de la tendencia de algunos a defender sus espacios
individuales sin entender que toda relación se construye de a dos y
merece renunciamientos.
Por otro lado, los hombres maduros se
sienten atraídos por mujeres entre 10 a 20 años menores que ellos (no es
ninguna novedad, siempre ha sido así), sobre todo si estas ofrecen un
marco de tranquilidad, optimismo, y una cuota de paz (esto debe ser
traducido como “no ansiedad, no demandas innecesarias, respeto por los
tiempos y espacios individuales”).
La extensión en la expectativa
de vida compromete a los varones a estar mejor con ellos mismos, a
cuidarse para una mejor calidad de vida. Está plenamente aceptado por el
encuadre social que un hombre que se cuida tiene más chance de
conquista. Exhibir la decadencia es sinónimo de abandono.
Una nueva oportunidad
De
todos los paradigmas de la “nueva masculinidad”, ser padre en la quinta
década de la vida representa la prolongación de la virilidad, la fuerza
y la actitud joven.
Los hombres de hoy tienen la oportunidad de
integrar la paternidad juvenil, aquella que desarrollaron siendo más
jóvenes (guiados por el condicionante cultural de conformar una familia)
con un nuevo deseo, más ligado a un valor subjetivo y propio. De él
dependerá la integración de sus diferentes roles y dar respuestas
afectivas a las demandas de los pequeños (hijos y nietos), además de
acompañar a sus hijos mayores.
Ya no hay rechazo al hombre que se tiñe, se cuida la piel, hace gimnasia, se controla periódicamente el colesterol y toma Viagra para lograr una buena y segura erección. Tampoco al papá maduro, sensible, pleno con sus experiencias de vida.
Por el doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra y psicoterapeuta.
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