Claro que para los dos hubiera
sido mejor una victoria. Pero en vistas de que hicieron muy poco por
ella, el 0 a 0 debe considerarse como el resultado lógico, que de todas
maneras no los iguala en su significado. El punto para Central dejó las
cosas como estaban con un partido menos, con sólo tres por disputarse.
Claro que para los dos hubiera sido
mejor una victoria. Pero en vistas de que hicieron muy poco por ella, el
0 a 0 debe considerarse como el resultado lógico, que de todas maneras
no los iguala en su significado. El punto para Central dejó las cosas
como estaban con un partido menos, con sólo tres por disputarse. El
punto para River le permitió apenas salvar la ropa, no caer más de lo
que lo había hecho una semana antes. Y todo por los dos puntos que, unas
horas antes, no supo conseguir Instituto. Ninguna otra consideración,
ninguna intuición de cuidados excesivos o demasiado conformismo, tapará
el hecho de que el equipo de Pizzi sigue siendo el único puntero de la B
Nacional y por lo tanto el principal candidato al ascenso. Y que no
deberá estar pendiente de ninguna otra cancha que no sea en la que
juegue para lograr el objetivo supremo. Es decir, una situación
inmejorable, que todo el mundo hubiera firmado antes de arrancar el
campeonato.
Que fueron 90 minutos estresantes, no
hay duda. Que se aliviaron con lo ocurrido una hora antes con el
resultado puesto en Mendoza, también. Que no arriesgaron prácticamente
nada, además. Quedará en la conciencia de cada uno saber si otra hubiera
sido la historia con un aporte distinto, pero el más obligado era River
y, obvio, el que más quedó en deuda. Central no. Hizo el partido
correcto. Hizo valer su condición de líder no dejando, antes que nada,
que las estrellas rivales lo encandilaran. No jugó, ni dejó jugar.
Condición sine qua non entonces.
Dientes apretados todo el tiempo, control sobre los talentosos
millonarios que podían hacer la diferencia, cuidado extremo por las
bandas y el resto ganar el mediocampo con el tándem Vismara-Alderete,
equilibrado por el trajín de Ponzio y no tanto por el de Cirigliano.
Como del otro lado también plantearon un partido de cuidados intensivos,
García y Vega ni se arremangaron.
Eso, en el campo de juego. En las
tribunas no debe haber quedado una uña en pie, o en mano más bien. La
tensión fue una madre que abrazó a todos por igual, a los de adentro y a
los de afuera. Casi insoportable. Que apretó desde la mañana,
descomprimió por una hora cuando se conoció el empate de Instituto, y
abrojó más fuerte hasta que Germán Delfino pitó por última vez. Si hasta
el juez, en su gesto final, pareció haberse sacado un peso de encima
después de los apenas dos minutos que adicionó.
Por eso no hubo festejos importantes
sino desahogo, pero los aplausos se los llevaron los jugadores de
Central, mientras el otro lado matizó la salida con indiferencia y
preocupación. Todo un síntoma para decodificar a vencedores y vencidos,
aunque ni uno ni otros lo fueran tanto.
Dos acostumbrados a ir para adelante
bien pudieron hacer la remake de "Sin novedad en el frente", porque se
preocuparon más del otro, más allá de esquemas e intenciones previas. No
los menoscaba por la envergadura rival, y mucho menos a Central, porque
en verdad, de todos los rivales que enfrentó desde aquella derrota en
Isidro Casanova, el partido más perdible era el de ayer. Y no perdió.
Marco. Adrenalina. Previa. Expectativa.
Presión. Todo en su máxima expresión, como correspondió a un partido de
primera, más allá de la categoría que hoy ocupan a contramano de su
historia. Claro que de los dos, a Central le quedó más cerca
emparentarse otra vez con ella.
Nuevo mérito de los muchachos de Pizzi,
que debe servirles de envión para el sprint. Una finalísima que
aprobaron, como en las siete fechas anteriores que ganaron. De a uno
también se llega a primera.
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