Si ser padres primerizos de
gemelos ya es todo un desafío, es fácil imaginar qué habrán sentido
Natalia Pérez y Luciano Zabaleta al enterarse de que sus bebés deberían
nacer \"de urgencia\" con sólo 26 semanas de gestación y un peso más
propio de 19.
Si ser padres primerizos de
gemelos ya es todo un desafío, es fácil imaginar qué habrán sentido
Natalia Pérez y Luciano Zabaleta al enterarse de que sus bebés deberían
nacer "de urgencia" con sólo 26 semanas de gestación y un peso más
propio de 19. "Miedo es poco: pánico. Y una angustia terrible",
sintetiza hoy la mamá. Es que si la cesárea no se hacía los nenes "no
tenían chance, se morían en la panza", explica el obstetra que la
practicó en el Sanatorio de la Mujer, Jaime Lardizábal. Cinco meses
después, Esteban Emanuel, que nació con 390 gramos y hoy llega a dos
kilos doscientos, y Agustín Nicolás, que pasó de 565 gramos a casi dos
kilos y medio, ya recibieron el alta y están en su hogar.
"Estamos enloquecidos. Nunca imaginamos
que los dos iban a poder salir adelante", se sincera el doctor. Y ahí
están, se los ve: toman teta y mamadera, chupetean, lloran, se ríen,
hasta gorjean. Como cualquier bebé.
A decir verdad, para sus 5 meses de
vida extrauterina, son más chiquitos que lo habitual. Y debieron
soportar muchos procedimientos médicos. De hecho, incubadora, respirador
mecánico, alimentación parenteral (por vena) y, en uno de los casos,
dos cirugías.
"Durante meses la única palabra que
escuchábamos era «estables»... Era desesperante y nadie se jugaba a
decirnos nada más", cuentan ahora los papás, dos jóvenes de 26 años que
viven y trabajan en Villa Constitución. El como empleado y bombero
voluntario, ella como maestra jardinera "en negro".
El lugar de la entrevista con La
Capital es cuanto menos curioso y a elección de los propios padres: a
metros del Coloso, el club de los amores de Luciano, y bajo la sombra de
una tipa que ampara la hora de la mamadera de la enceguecedora luz de
la siesta.
Sentados en un Renault Fuego de 1981
("que ya hizo 50 mil kilómetros de tanto ir y venir de Villa a Rosario",
cuenta el papá) los bebés toman sus mamaderas con pachorra. Natalia se
la da a Esteban, que luce body y babero amarillo, y Luciano a Agustín,
de babero con dibujo de gatito. Las miradas son de amor y mientras se
van poniendo pipones los bebés empiezan a dormirse.
Sorpresa. "Fue un
desafío enorme con el que nos topamos muy de golpe", recuerda el médico
que atendía a Natalia, consciente inicialmente sólo de que la chica
esperaba gemelos univitelinos, lo que indicaba que habría dos bebés
idénticos, del mismo sexo y con igual material genético.
De hecho, los padres recuerdan que ya
la primera ecografía "cantó" que serían dos. Finalmente, nada raro en
una familia donde, por ambas parte, había abuelos mellizos.
Pero lo que no sabían, ni ellos ni los
médicos, era que "en un momento se frenaría el crecimiento con serios
riesgos para los chiquitos", cuenta Lardizábal, por un "problema de
desarrollo de la placenta que, al no recibir suficiente irrigación del
útero, no permitiría ni alimentarlos ni oxigenarlos".
No hubo mucho para pensar, sobre todo
porque Natalia cursó "una preeclampsia de evolución rápida", que puede
presentarse en un 5 o 10 por ciento de los embarazos, pero rara vez de
forma "tan feroz".
26 semanas. Y así fue
que con sólo 26 semanas de gestación se resolvió practicarle una
cesárea. Con el agravante de que el peso de los bebés (sobre todo el del
más chiquito) no se correspondía con ese tiempo sino con uno de 19
semanas, con un peso técnico como para pensar más en términos de aborto
que de nacimiento.
Con decir que el papá recuerda que
Esteban le ocupaba apenas "la mitad de la mano". Natalia cuenta que no
paraba de llorar: mirar a sus bebés le daba incluso "impresión". Luciano
intentaba mostrarse fuerte y "lloraba cuando podía", o sea, "de
escondidas".
"Cuando nacieron esperábamos tener
alguna chance con el más grandecito (Agustín), porque usualmente un bebé
de 390 gramos (como Esteban) no logra vivir...", se sincera el
obstetra.
Uno de los héroes que ayudó a
conseguirlo fue el jefe de Neonatología del sanatorio, Guillermo
Ingrassia. "Y todo el servicio: médicos, enfermeros, mucamas, que yo
creo que se manejaron de un modo especial", cuenta el doctor.
"Como neonatólogos siempre trabajamos
al borde de la viabilidad, pero cuando nacen criaturas con 24, 26
semanas, uno se encuentra con un peso de 750 gramos, nunca con 390",
dice, por lo que "realmente (este caso) fue todo un desafío", lo que
implicó "luchar contra la naturaleza" de dos bebés con "todo tipo de
inmadurez: desde respiratoria hasta la del pelito y la uñita".
Y salieron adelante, nomás. Trayendo
consuelo a la "impresión" y la "desesperación" de sus papás, y una
tremenda alegría al equipo del sanatorio. De donde salieron, se
enorgullece Ingrassia, "sin mochila de oxígeno" ni "alimentación
parenteral", como suele ocurrir en casos tan, pero tan raros.
Casos en los que la ciencia, la
tecnología, la dedicación, el amor y hasta la fe aportan lo suyo. Sin
contar con que, además, tuvieron "un poquito de suerte", admite
Ingrassia. Ojalá que nada de eso les falte.
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