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lunes, 20 de febrero de 2012

ROSARIO: Nacieron con 390 y 565 gramos, pero lograron sobrevivir y ya tienen el alta

Si ser padres primerizos de gemelos ya es todo un desafío, es fácil imaginar qué habrán sentido Natalia Pérez y Luciano Zabaleta al enterarse de que sus bebés deberían nacer \"de urgencia\" con sólo 26 semanas de gestación y un peso más propio de 19.

Si ser padres primerizos de gemelos ya es todo un desafío, es fácil imaginar qué habrán sentido Natalia Pérez y Luciano Zabaleta al enterarse de que sus bebés deberían nacer "de urgencia" con sólo 26 semanas de gestación y un peso más propio de 19. "Miedo es poco: pánico. Y una angustia terrible", sintetiza hoy la mamá. Es que si la cesárea no se hacía los nenes "no tenían chance, se morían en la panza", explica el obstetra que la practicó en el Sanatorio de la Mujer, Jaime Lardizábal. Cinco meses después, Esteban Emanuel, que nació con 390 gramos y hoy llega a dos kilos doscientos, y Agustín Nicolás, que pasó de 565 gramos a casi dos kilos y medio, ya recibieron el alta y están en su hogar.
"Estamos enloquecidos. Nunca imaginamos que los dos iban a poder salir adelante", se sincera el doctor. Y ahí están, se los ve: toman teta y mamadera, chupetean, lloran, se ríen, hasta gorjean. Como cualquier bebé.
A decir verdad, para sus 5 meses de vida extrauterina, son más chiquitos que lo habitual. Y debieron soportar muchos procedimientos médicos. De hecho, incubadora, respirador mecánico, alimentación parenteral (por vena) y, en uno de los casos, dos cirugías.
"Durante meses la única palabra que escuchábamos era «estables»... Era desesperante y nadie se jugaba a decirnos nada más", cuentan ahora los papás, dos jóvenes de 26 años que viven y trabajan en Villa Constitución. El como empleado y bombero voluntario, ella como maestra jardinera "en negro".
El lugar de la entrevista con La Capital es cuanto menos curioso y a elección de los propios padres: a metros del Coloso, el club de los amores de Luciano, y bajo la sombra de una tipa que ampara la hora de la mamadera de la enceguecedora luz de la siesta.
Sentados en un Renault Fuego de 1981 ("que ya hizo 50 mil kilómetros de tanto ir y venir de Villa a Rosario", cuenta el papá) los bebés toman sus mamaderas con pachorra. Natalia se la da a Esteban, que luce body y babero amarillo, y Luciano a Agustín, de babero con dibujo de gatito. Las miradas son de amor y mientras se van poniendo pipones los bebés empiezan a dormirse.
Sorpresa. "Fue un desafío enorme con el que nos topamos muy de golpe", recuerda el médico que atendía a Natalia, consciente inicialmente sólo de que la chica esperaba gemelos univitelinos, lo que indicaba que habría dos bebés idénticos, del mismo sexo y con igual material genético.
De hecho, los padres recuerdan que ya la primera ecografía "cantó" que serían dos. Finalmente, nada raro en una familia donde, por ambas parte, había abuelos mellizos.
Pero lo que no sabían, ni ellos ni los médicos, era que "en un momento se frenaría el crecimiento con serios riesgos para los chiquitos", cuenta Lardizábal, por un "problema de desarrollo de la placenta que, al no recibir suficiente irrigación del útero, no permitiría ni alimentarlos ni oxigenarlos".
No hubo mucho para pensar, sobre todo porque Natalia cursó "una preeclampsia de evolución rápida", que puede presentarse en un 5 o 10 por ciento de los embarazos, pero rara vez de forma "tan feroz".

26 semanas. Y así fue que con sólo 26 semanas de gestación se resolvió practicarle una cesárea. Con el agravante de que el peso de los bebés (sobre todo el del más chiquito) no se correspondía con ese tiempo sino con uno de 19 semanas, con un peso técnico como para pensar más en términos de aborto que de nacimiento.
Con decir que el papá recuerda que Esteban le ocupaba apenas "la mitad de la mano". Natalia cuenta que no paraba de llorar: mirar a sus bebés le daba incluso "impresión". Luciano intentaba mostrarse fuerte y "lloraba cuando podía", o sea, "de escondidas".
"Cuando nacieron esperábamos tener alguna chance con el más grandecito (Agustín), porque usualmente un bebé de 390 gramos (como Esteban) no logra vivir...", se sincera el obstetra.
Uno de los héroes que ayudó a conseguirlo fue el jefe de Neonatología del sanatorio, Guillermo Ingrassia. "Y todo el servicio: médicos, enfermeros, mucamas, que yo creo que se manejaron de un modo especial", cuenta el doctor.
"Como neonatólogos siempre trabajamos al borde de la viabilidad, pero cuando nacen criaturas con 24, 26 semanas, uno se encuentra con un peso de 750 gramos, nunca con 390", dice, por lo que "realmente (este caso) fue todo un desafío", lo que implicó "luchar contra la naturaleza" de dos bebés con "todo tipo de inmadurez: desde respiratoria hasta la del pelito y la uñita".
Y salieron adelante, nomás. Trayendo consuelo a la "impresión" y la "desesperación" de sus papás, y una tremenda alegría al equipo del sanatorio. De donde salieron, se enorgullece Ingrassia, "sin mochila de oxígeno" ni "alimentación parenteral", como suele ocurrir en casos tan, pero tan raros.
Casos en los que la ciencia, la tecnología, la dedicación, el amor y hasta la fe aportan lo suyo. Sin contar con que, además, tuvieron "un poquito de suerte", admite Ingrassia. Ojalá que nada de eso les falte.

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