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domingo, 19 de enero de 2014

Santa Fe: Con un puesto en la ruta, edificó La Casita de las Empanadas


Vanesa Ponce empezó, en 2004, vendiendo 10 docenas bajo una sombrilla. Luego tuvo una pequeña estructura de madera y paja que se prendió fuego. Hoy alquila un negocio y provee a toda la Costa.
Diario UNO de Santa Fe


Vanesa Ponce recuerda como si fuera ayer cómo comenzó con su emprendimiento de venta de empanadas artesanales, en 2004. Desde la casa de su suegra ella partía por calle Los Mepenes
con una sombrilla al hombro y su marido llevaba en una carretilla las bandejas hasta la ruta provincial Nº 1, a la altura del kilómetro 1,8. “Cuando empezamos todavía éramos novios y como nos casamos
y nos vinimos a vivir a lo de mi suegra, que vive a la vuelta de donde pusimos la casita, decidimos arrancar en esta esquina. El emprendimiento empieza porque con mi marido vimos que comenzaba a crecer mucho la zona de la ruta 1. En la intersección de Los Mepenes y la ruta 1, donde hoy está el local, antes había un baldío que la gente usaba de basurero. Limpiamos todo, hicimos una casita de madera con techo de paja al costado de la ruta y le pusimos pasto para que quede todo bien verde”, explicó.
 

Todo lo hizo con mucho esfuerzo pero, también, de forma muy natural. Vanesa empezó, a los 17 años, a elaborar y vender todo tipo de comidas para costear sus gastos. Antes de empezar con su emprendimiento la joven tenía la concesión de un club de bochas en la ciudad de Santa Fe. Según Ponce, desde hacía varios años venía con esa actividad y la decisión familiar apuntaba a pasar más tiempo
en Colastiné Norte.

A sus 28 años Vanesa ejercía su profesión de maestra jardinera en un establecimiento cercano a su casa y a la par iba haciendo la venta de las empanadas. Pero a los cinco meses de haber terminado la casita de madera y techo de paja se prendió fuego. “Nunca vamos a saber qué pasó. Una noche, a las 4 de la madrugada, vinieron los vecinos a avisarme que se estaba incendiando. No me lo olvido más,
fue una noche de tormenta por lo que pudo ser un rayo, un cigarrillo encendido y el techo se prendió fuego”, rememoró.
 

Luego agregó: “Como la estructura era de algarrobo, nos quedaron la base y los pilares. Sólo se quemó el techo y las ventanitas. Por eso le dejamos los pilares, la barra de madera de abajo y compramos una sombrilla para poder seguir. A la gente le dio mucha pena lo que me pasó y eso hizo que cada vez venda más y más empanadas”.

Al poco tiempo nació su primer hijo y la rutina seguía siendo la misma: todos los sábados y los domingos ella cargaba la sombrilla más el cochecito con el bebé y su marido la carretilla con las empanadas. “Después nos compramos el Ami 8, que todavía lo tengo”, recapituló.

El crecimiento del emprendimiento fue tal que llegó un momento donde en menos de una hora vendía toda la producción. En esa época Vanesa producía 100 docenas de empanadas que vendía los fines de
semana. La emprendedora asegura que el 90 por ciento del éxito se basa en la masa casera de manteca.

“Mi suegro me enseñó a hacer la masa y como yo siempre vendí comida no me costó agarrarle la mano. Al principio empecé con un palito a estirarla y llegaba a hacer entre ocho y diez docenas. Después me compré la sobadora, la amasadora, el horno pizzero, la sobadora eléctrica y eso me ayudó a producir mucho más”, relató.
 

Al tiempo de estar instalada en la casita de las empanadas un joven le comunicó que acababa de comprar el terreno baldío y que en ese lugar iba a edificar locales comerciales. “En ese mismo momento le
dije que cuando los tenga terminados, el primero era para mí. Y el se reía. A partir de ahí empecé a comprar todas las cosas que iba a necesitar para el negocio. Todo lo que ganaba lo invertía en comprar
cosas para cuando tuviera el local. Además, presenté este proyecto como emprendimiento y el gobierno me ayudó a comprar una heladera y una amasadora, que me sirvió para vender la otra y comprarme
la cortadora de fiambre. Ni bien estuvieron listos los tres negocios elegí el mío. Hace un mes se cumplieron los tres años que estoy en el negocio”, contó orgullosa.
 

Al ser consultada sobre qué fue lo más difícil que tuvo que atravesar en estos diez años, Ponce dijo entre risas: “Lo que más me costó fue aguantar el humor del pobre de mi marido que siempre estuvo atrás
ayudándome. Pero si no fuera por él, que siempre estuvo horneando y ayudándome, esto no lo podría haber hecho. Pero lo más difícil fue aguantarle el humor. Cuando nos pusimos en el negocio me dijo: «Es tu negocio». Pero igual me sigue ayudando”.
 
—¿Cuándo decidió que era un emprendimiento al que tenía que apostar todo lo que tenía?

—Desde un principio. Siempre puse todo en este emprendimiento porque vi cómo iba creciendo. Yo me animé a poner el negocio, a pesar de que mi marido no estaba tan seguro, porque la gente siempre me pedía más empanadas. No era sólo que yo tenía ganas, el emprendimiento funcionaba. Con una anécdota la mujer, de 38 años, resumió la evolución de La Casita de las Empanadas: “Nosotros
vivimos atrás de la casa de mi suegra y todos los fines de semana la gente venía a hacer cola para comprar las empanadas. Mi suegra no podía andar en camisón en la galería de su casa porque afuera
había gente que estaba esperando para comprar. Incluso la gente ya había empezado a meterse a la casa y preguntar si estaba la chica de las empanadas. Si no poníamos un negocio nos echaban. Mi suegra siempre estuvo bien predispuesta, pero la situación nos estaba superando. Por eso le dije a mi marido que si esto seguía así, no nos podía ir mal”.
 

A pesar de haber comprado varias máquinas que le facilitan el trabajo, Ponce ya incorporó a dos empleadas y en la actualidad les está enseñando el oficio a dos chicas que forman parte de un programa de capacitación laboral de la Municipalidad de Santa Fe. A ese elenco estable que está abocado a la producción de martes a domingos también se suma la dueña del emprendimiento y su cuñada que quedó a cargo de la preparación de la masa casera.
 

Los lunes y los martes el negocio no se abre. Pero los martes es el día que comienza la preparación de todos los rellenos. “Si falta algo, lo vamos haciendo en la semana. Después, el armado y el horneado lo vamos haciendo de miércoles a domingo desde las 7 a las 14 y desde las 15 a las 22. Hoy estamos vendiendo 300 docenas por semana”, aseguró.
 

De las cinco variantes que ofrecía en un principio, Ponce fue incorporando de a poco distintas variedades de empanadas “para no cansar a la gente”. “Siempre me gustó innovar y así fuimos probando
con alguna que tenga ananá, las cuatro quesos y las árabes. Hoy tenemos 15 gustos diferentes. La más famosa es la caprese, de tomate, albahaca y queso. Pero también la de ananá le gusta mucho a las mujeres y la de carne cortada a cuchillo es la que más sale para los hombres”, indicó.

Además, trabajan variedades de tartas, tarteletas y empanadas de copetín que reparten en la zona. Vanesa está muy contenta con su presente, pero al mismo tiempo ya está pensando en el futuro. “Siempre
pensé en hacer cosas frías. A mi marido siempre le digo que uno de estos días me voy a poner una sandwichería”, pronostica la mujer que tiene un espíritu emprendedor que no descansa.

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