Dilma Rousseff ostenta un 77 por ciento de apoyos en los sondeos. Pese a un año de vacas flacas, sin "tasas chinas" (que Brasil nunca tuvo, ni tampoco buscó).
Dilma Rousseff ostenta un 77 por ciento de apoyos en
los sondeos. Pese a un año de vacas flacas, sin "tasas chinas" (que
Brasil nunca tuvo, ni tampoco buscó). En su primer año y desde su primer
día al mando, el 1º de enero de 2011, Dilma tuvo una prioridad: enfriar
la economía, que Lula había recalentado en 2010 con fines electorales,
llevando la inflación a un peligroso 5,9 por ciento anual. Un nivel de
alarma para cualquier economía que se maneje con seriedad. Ese primer
día Dilma ordenó un fuerte recorte del gasto público, de 30.000 millones
de dólares. Más adelante decretó un segundo recorte.
Pero en 2012, ante una desaceleración casi global,
hizo nuevamente lo que mandan los manuales: bajar las tasas de interés,
dar créditos blandos, devaluar moderadamente el real para que gane
competitividad. Algunos argentinos, subidos a la ola consignista que
reina en el país, criticaron aquél recorte fiscal de 2011: ortodoxia
neoliberal, diagnosticaron. Vieron en Dilma a una gobernante demasiado
amigable con la economía de mercado, el mismo pecado que le criticaron
en 2003 a Lula, cuando llegó al poder y no "disciplinó" al capitalismo,
como ellos ansiaban.
Ahora, mientras la Argentina muestra un neto frenazo
de su economía, con evidente repercusión en los niveles de consenso
político, esos críticos criollos ven con sorpresa cómo la (para ellos)
"ortodoxa" Dilma se mantiene bien arriba en los sondeos. El panorama
para Brasil no es sencillo: las previsiones de crecimiento de 2012
apenas superan el 2 por ciento; la confianza del consumidor cae de
manera sostenida. Es que ya no se trata sólo de Europa y EEUU: India
desacelera, China baja las tasas para evitar un "aterrizaje brusco",
Rusia sufre por la caída del precio del petróleo. En otras palabras, el
frío económico llegó a los países emergentes, que parecían inmunes a la
recesión del Primer mundo.
Pero Brasil pilotea, con medidas contracíclicas y sin
estridencias, la caída de ritmo de su economía, sin traumas ni
sacudones bruscos. Lo puede hacer porque los "fundamentos" económicos
son sanos y porque sus dirigentes hacen lo que se debe hacer, sin buscar
radicalizaciones exóticas o falsas heterodoxias que sólo conducen a
empeorar las cosas. Aquél consignismo argentino les resulta
completamente ajeno a Dilma y su equipo, por suerte para Brasil.
En contraste, el cepo cambiario (que esta semana
terminó de cerrarse), la maraña de normas y de reglas de hecho impuestas
por el gobierno argentino en nombre de una heterodoxia cada día más
hostil a la economía privada, sólo logran hundir a la Argentina en el
pantano de la "estanflación", esa mezcla de inflación y recesión que es
el peor de los mundos económicos. Ahora se hace evidente que la economía
de las "tasas chinas" estaba claramente sobrecalentada, por excesos de
consumo, de gasto público _que crecía a un alucinante 40 por ciento
anual_ y de emisión monetaria, creando una bola de nieve de indexación e
inflación. Los efectos sobre el consenso y la imagen presidencial ya no
pueden ocultarse.
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