domingo, 26 de mayo de 2013

Las dos décadas ganadas-El filósofo reflexiona sobre los diez años de gobiernos K y advierte: el problema es la sociedad.

Tenemos la sensación de que los Kirchner gobiernan desde hace una eternidad. Parecen funcionar como un sinfín. Y, sin embargo, apenas nos damos cuenta de que recién van a cumplir un mandato que duró el mismo tiempo en que un presidente llamado Carlos Menem gobernó la Argentina.

¿Puede ser que los argentinos hayamos soportado sin chistar a un presidente innombrable durante un lapso de tiempo equivalente a esta década que se dice ganada? Y sí, no sólo soportado sino bendecido, disfrutado, votado, revotado y vuelto a revotar en el 2003, cuando les ganó a todos los otros candidatos que se le opusieron en nombre de la ética, como Carrió, en nombre de la libertad de empresa y la calidad institucional, como López Murphy, en nombre del peronismo auténtico, como Rodríguez Saá, en nombre de la producción y del trabajo, como Kirchner. A todos les ganó.
Ganó con nuestros votos, no hay que olvidarlo. 
El problema –suponiendo que hay un problema– no es el poder en la Argentina, sino la sociedad. También somos poder, y lo ejercemos con frecuencia. Nadie ejerce el poder político en nuestro país sin el apoyo de la sociedad civil, y no de un sector minoritario sino mayoritario de la ciudadanía. El considerarnos víctimas de cada gobierno caído o en decadencia, y socios triunfantes del que puede aprovechar ciclos de bonanza, cubrirnos las espaldas con los pobres y los desaparecidos para extorsionar con la culpa a adversarios políticos, no nos exime de responsabilidades aunque fuere por lo que hemos pensado y dicho, sino hecho.
Por eso dan tanta bronca a tantos seres recelosos ciertos recordatorios, porque rompen el espejito en el que el poder vigente quiere reflejarse, y se lo rompen también a todos los sectores sociales que no quieren perder la imagen que paladean de sí mismos.
Desastre. Este gobierno es un desastre; perdón por la falta de matices, pero el horno está para bollos. Como lo fue el de Menem. Pero no hay nada que lamentar. Son muchos los que pueden participar del festejo del brindis en conmemoración de dos décadas ganadas por haber elegido cuatro veces a los mismos candidatos y ganar cada uno de los escrutinios.
¿Pero por qué entonces un desastre? No por lo que el kirchnerismo hizo. Lo que hizo, a veces lo hizo más o menos bien, como los tres primeros años, o menos bien los tres siguientes, o mal los que le siguieron. La guerra estadística por fuera del Indec es constante. El ciclo virtuoso del 2003 al 2006, luego el inicio del ciclo vicioso, para terminar con el totalmente pecaminoso, hacen de la economía nacional un logaritmo trunco. Por lo general, el periodismo y las consultoras entregan el número de la suerte y festejan el premio que se otorgan a sí mismos.
Por eso lo que este doble gobierno hizo tiene sus facetas y sus fases. Pero su carácter calamitoso reside en lo que nos deja. Argentina no es Venezuela. No se alfabetizó a millones de personas fuera de la lectoescritura. No vinieron miles de médicos cubanos a tratar enfermedades de los sectores más pobres. El kirchnerismo nos va a dejar un cráter. Pero no es un agujero negro cósmico sino político; es decir, programado.
Menem le dejó al impávido De la Rúa una bombita que se llamaba deuda externa, déficit fiscal, patacones y bonos provinciales, desocupación masiva, y el fantasma más temido de los economistas, un espectro terrorífico como la hiperinflación: la deflación.
Y así le regaló el paquetito a De la Rúa, otro al ahora tan querido Alfonsín y un boleto de vuelta a los del Frepaso en vísperas de ser reciclados. Un acto de generosidad para que se divirtieran con el sermón de la ética, la educación y la democracia. Tic, tac, tic, tac...
¡Y booom! Se fueron al diablo, con unos cuantos millones de connacionales.
El paquetito K. Veamos ahora el paquetito que va a dejar el matrimonio Kirchner una vez que el kirchnerismo se vaya por mucho o poco tiempo o para siempre. Porque todo se va, es así, nada queda para siempre, es una ley universal.
Pero desanudemos el moño para ver qué nos regalan. Millones de personas que viven de aportes estatales. La mitad del país, si no más, convertidos en asistidos sociales.
Transportes y servicios subsidiados, incrementos de los sueldos de los empleados públicos de un cuarto de su monto total por año. Una inflación incontrolable. Un gasto público cautivo. Una caja menguante. Modernización tecnológica cero. Tecnópolis es una cosa, los científicos repatriados otra, y otra bien distinta el área de servicios empresarios, de atención al cliente, la producción propia de bienes de alto valor agregado y una estrategia de inserción en el mercado mundial que no dependa de las lluvias.
La industria argentina en el mundo tiene un nivel de productividad bajísimo. Por algo representantes de La Salada acompañan al secretario de Comercio a Angola.
Política de comercio exterior que permita la financiación de obra pública y emprendimientos de infraestructura como energía, transportes, comunicación, nada. Parece ser que la política más redituable en términos electorales es la asistencia, y no el desarrollo sustentable. Hay poco trabajo blanco de calidad: al no mejorar la productividad, difícilmente mejora la calidad del trabajo que depende de la educación, de las nuevas tecnologías, de innovaciones en la gestión empresaria, de la competitividad y de un Estado eficiente. 
¿Plan de viviendas después de diez años? No hablemos de Sueños Compartidos porque es un tema penal, sino de lo que se trata de inventar ahora para que los bancos hipotecarios recuerden para qué fueron creados.
¿Villas miseria? Cada vez hay más y con más gente sin que se hayan hecho obras para que se conviertan en lugares habitables en términos de salud y seguridad. Hubo sí creación de viviendas en lugares como San Juan y Jujuy bajo una red de mandos feudal y cobertura de mineras.
¿Lucha contra el narcotráfico? Vía libre para los aeropuertos clandestinos, radares por instalar algún día que no es hoy ni mañana, infiltración criminal en los poros de la sociedad que deberían estar ocupados por quienes tienen la misión de protegernos de esas mafias. Muerte por paco y tiroteos entre colombianos en los shoppings.
¿Seguridad? No es un asunto de rubios sino de morochos. Basta ver las investigaciones como las de Javier Auyero para terminar con el cuento de que la inseguridad es una sensación y un reclamo gorila. Quienes más la padecen y del modo más cruento son los pobres.
¿Lucha contra la corrupción? Bueno, no hay que abundar en ese tema porque el Gobierno se enoja y puede sacar una ley por el Congreso que prohíba toda otra noticia que no sean los resultados del campeonato argentino de fútbol. Todo el resto lo condena por subversivo o destituyente, elijan el vocabulario que quieran.
¿Calidad institucional? Son dos palabras que empleó la Presidenta en su campaña del 2007 cuando creía que era un faltante del gobierno de su esposo. Ahora son dos faltantes y medio.
¿Cultura? Hermoso tema. Eso sí que está bueno… ¿se dice así? ¿“Está bueno”? ¿No se decía en otra época “está bien”? ¿Por qué nadie dice “está malo”? ¿Cuánto tiempo esperaremos para que se diga “está malo que Independiente se vaya a la B”, o que está malo blanquear capitales sin pagar nada? A ver… a ver … a ver… diremos una frase contundente: “Tenemos la necesidad de encontrar un vocablo que sea posible recepcionar y que amerite una premiación semántica”… está buena… la frase está rebuena… encontré la palabra: la cultura y la batalla están rebuenas porque hay consenso entre afines, adláteres y supuestos críticos en que el kirchnerismo ganó la batalla cultural. Los pibes son K, los pendeviejos son K, los hijos, las madres y las abuelas son K, y los que no son K no lo son porque los K no son lo suficientemente K como prometían.
Se asegura que nada ni nadie podrá volver atrás. No hay retorno posible. Hay un cambio cultural irreversible. La cultura es muy importante. Basta ver la metamorfosis que presenta la Biblioteca Nacional, convertida en un Correo Central que emite mediante asambleas de posgraduados un buen número de cartas abiertas, y el Correo Central convertido en lo que se anuncia como uno de los centros culturales más grandes del mundo. Es lo que los sociólogos vanguardistas llaman “estallido de las instituciones”. Una excelente muestra de posmodernidad.
Y nuestra afición tan auténtica por conocer nuestro pasado, ese ronroneo que nos da un dormir placentero cuando nos cuentan las mil y una noches de nuestra epopeya liberadora de los demonios de afuera y de adentro. La leyenda infinita que nos parece crucial para saber quiénes somos… A propósito, ya que estamos: ¿quiénes somos?...
Gracias, revisionismo, por develarnos quién fue Mitre. Gracias por todos los feriados que nos regalás. Todos los hoteles de la costa agradecen al Instituto Dorrego el recordatorio de nuestras efemérides patrióticas.
Hablemos de la educación pero sin tomar las cosas a la tremenda. ¿Alguien puede negar que en la actualidad casi todo el mundo está matriculado en una institución educativa? ¿Acaso no están todos los chicos y chicas adentro? No importa si están afuera o adentro del aula, o en la vereda, o en el baño, o tomando la única comida del día en una sala, pero están adentro y los profes cuando no hay paro dicen que también lo están.
El ministro Sileoni apoya a los alumnos que ocupan colegios. Los docentes sugieren que se hagan congresos para que todos los enseñantes participen, muchos congresos por favor, en lo posible uno por semana, preferentemente los viernes, para discutir un nuevo plan educativo.
Queremos más cursos de capacitación docente con todo incluido para poder lidiar con los problemas que se suscitan desde la primaria hasta la universidad. Hay un rubro que debemos tomar cada vez más en cuenta: el de la repitencia, otra palabra que está bueno recordar porque lo amerita.
En la universidad tenemos alumnos que faltan a los parciales. ¿Por qué faltan? Los motivos son varios. Un alumno puede enfermarse, puede tener un problema laboral, o tiene que cuidar a la abuela, puede tener un problema con el transporte, o un problema climático, o sea, inundarse. 
Los profesores de la universidad sabemos por reglamento y tradición que los estudiantes que no se presenten al primer parcial tienen la posibilidad de recuperarlo después del segundo parcial. Aquel que haya estado ausente o sido aplazado en ese segundo parcial también tiene la posibilidad de recuperarlo cuando recuperen los del primero. Aquel que falla todas las veces tendrá la posibilidad de recuperar todo un montón de veces y convertirse en un “remanente”. Un alumno que padece de repitencia reposa en el casillero de los remanentes hasta que pueda ser recuperado. Todo con “re”.
Tengo el presentimiento de que las autoridades educativas han comprendido que el capitalismo globalizado es un sistema de oportunidades, con el agregado nacional, que es el de las oportunidades desperdiciadas. Pero nada se pierde, todo se transforma.
Perdonen esta intromisión algo anticuada, pero para mí el problema es que los que faltan lo hacen porque no estudian, y los que no aprueban no lo hacen porque no estudian, y no estudian porque da lo mismo que estudien o no, y da lo mismo porque al ministro le da lo mismo y al ministro le da lo mismo porque lo mismo da.
Pasemos de la educación a los derechos humanos. Hay un acuerdo general en que los derechos humanos fueron violados durante la dictadura del Proceso. No hay un acuerdo sobre el concepto de crímenes de lesa humanidad en cuanto aplicables a lo que pasó en nuestro país. Ni sobre la pertinencia de la palabra “genocidio”, que en el siglo XX remite a la exterminación de grupos raciales, étnicos, religiosos y no de enemigos políticos. Ni sobre quiénes tienen que estar exentos o incluidos en el acta de acusación del delito mencionado, ya que hay amnistías para algunos y condenas para otros.
Tampoco hay un acuerdo general sobre el alcance de los derechos humanos, que abarcan del derecho a la vivienda digna a la condena de toda tortura y apremio físico de parte de aparatos estatales. Ni sobre qué es una democracia ni sobre el despotismo o la tiranía. Hay más consenso en lo relativo a qué es el populismo: régimen político elaborado por Ernesto Laclau y relatado por Víctor Hugo, que define a un gobierno de ricos votado por pobres.
¿Qué sucede cuando un mandante es elegido por la mayoría del pueblo de una nación y luego se mofa de todo? ¿Qué es lo que lo limita en el poder? La Constitución. ¿Qué sucede si la Constitución no le conviene y decide modificarla para que le convenga? Nada, no sucede nada, en realidad, no más que lo que sucede en la Argentina.

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