sábado, 19 de enero de 2013

Caparrós: "Una carta a dos palabras de Darín, y a las víctimas de Once, nada"


El periodista debuta como actor protagonizando ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? Confiesa que al principio del rodaje estaba aterrado porque no podía memorizar la letra, y compara al kirchnerismo con el menemismo.


El escritor debuta como actor en ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?,tras el alejamiento de los actores contratados.Martín Caparrós recibe a Perfil en su casona del Tigre. Es extraño entrevistarlo en una sección como Espectáculos, pero lo cierto es que el escritor y periodista sorprendió a propios y ajenos cuando aceptó protagonizar ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, el docu-ficción basado en la crónica de Diego Rojas, dirigido por Alejandro Rath y Julián Morcillo. Es, desde todo punto de vista, un film inusual: proyecto ganador del concurso de documentales digitales del Incaa, cuenta con el apoyo de técnicos, actores y militantes del Partido Obrero que aportaron su trabajo desinteresadamente, así como distintas personas que de manera solidaria prestaron locaciones sin cobrar. De hecho, se trata de un proyecto tan anclado en la realidad que la fecha de estreno será cuando se dicte sentencia sobre el asesinato de Mariano Ferreyra, el militante del PO asesinado presumiblemente –por ahora– por una patota sindical.

—Cómo surgió la película y ser el protagonista?. 
—Eso de “protagonizar” parece un chiste, ¿no? Es un chiste. Bueno, me vinieron a ver Diego Rojas (el autor del libro Quién mató a Mariano Ferreyra) y los directores: Alejandro Rath y Julián Morcillo, hace tres o cuatro meses, y me contaron el proyecto. Me pareció raro. Son esas cosas que de vez en cuando consiguen sorprenderme. Rojas me escribió un mail diciendo que tenía algo que me iba a sorprender y, efectivamente, así fue. Vinieron, me contaron que estaban haciendo esa película y que habían tenido problemas con un par de actores a los que habían contratado. Algunos de ellos les habían dicho que no querían hacerlo porque temían respecto de cómo eso podía influir en su carrera.
—El miedo de los actores al Gobierno o los políticos, ¿es un mito o es real?
—Primero quiero hacer una aclaración al respecto. Yo he oído por ahí que se dice que “todos los actores tienen miedo”. Eso me parece una exageración. En este caso uno o dos han dicho que tenían miedo de hacer este trabajo. Por otro lado, está ese supuesto miedo por el cual muchos actores no se “solidarizan con Darín”, como se dijo por ahí en estos días… Yo digo: ¿Por qué nos importaría la palabra de alguien que puede callar porque tiene miedo de no ganar unos pesos más? O sea, ¿qué peso tiene la palabra de alguien que callaría si están en peligro unos pocos pesos? Es una palabra barata que no tiene valor, y por lo tanto no vale la pena preocuparse por ella. Si hablaran, ¿los escucharíamos?
—En los 70 el miedo real era a perder la vida, a ser torturado...
—Mirá, yo no puedo decir nada de lo que hace alguien que tiene miedo cuando su vida está en peligro, cuando lo torturan, cuando lo amenazan con veinte años de cárcel, o situaciones extremas. Pero sí puedo opinar sobre el señor que tiene miedo de perder un contrato. Me parece tan berreta que dejo de hablar de esto ya.
—Volviendo a lo que hablábamos al principio, ¿cuáles fueron las razones que te hicieron aceptar el proyecto?
—Hubo varias. Me parecía curioso hacer ese trabajo. No es algo que haya hecho mucho. Y por otro lado, porque me parecía bien todo el proyecto de difusión de una historia como el asesinato de Mariano Ferreyra, que sintetiza muchas cosas de lo peor de la Argentina. La connivencia entre el Estado, los sindicatos y ciertos empresarios para quedarse con lo que debería ser de millones de ciudadanos. La posibilidad de viajar decentemente. Esto hecho con tanta avidez lleva a niveles de violencia extremos, como fue la muerte de Mariano Ferreyra, asesinado por una patota ferroviaria. Todo eso me pareció que valía la pena contarlo. Es una manera de ver las cosas con las que me identifico, por lo tanto me pareció bien trabajar en esa película. Además, estuvo entretenido.
—¿La película se divide en una parte de ficción y otra documental?
—En realidad la ficción es la forma de contar una historia documental. No es que la historia real esté ficcionalizada. Yo soy un periodista que se llama Andrés Oviedo y va averiguando lo que pasó.
—¿Cómo te sentiste en el rol de actor?
—Al principio estaba un poco nervioso. Me costaba acordarme de la letra. Poco a poco me empezó a dar gusto hacerlo y al final tenía como una sensación placentera de estar ahí. Que no es lo mismo que estar tranquilo o cómodo en un trabajo. Me daba placer. Me veía a mí mismo haciendo eso y la pasaba bien. Tenía esa especie de módico control necesario como para poder decir “bueno, y ahora voy a hacer esto, ahora voy a hacer lo otro.” Creía que podía controlar la situación. Cosa que al principio no me pasaba. Al principio estaba aterrado.
—¿Creés que ahora que sos actor tenés posibilidades de que la Presidenta responda con una carta alguna de tus inquietudes, como pasó con Darín?
—No sé. A las víctimas de Once no les escribió ninguna carta. La semana pasada la Presidenta habló mucho de los ferrocarriles, diciendo que va a mejorarlos, etc., y no mencionó nada sobre la masacre de Once. Habló media hora de los ferrocarriles, y no dijo una sola palabra sobre lo que puso el tema de los ferrocarriles en el tapete. Incluso los familiares de las víctimas se quejaron mucho de eso. Le respondió una carta a dos palabras distraídas de Ricardo Darín y a ellos, nada. De todos modos, a mí me parece que perdemos mucho tiempo en analizar la gestualidad de la Presidenta y sus amigos. Los que tratamos de desarmar y entender las trampas del relato estamos cayendo en la mayor trampa del relato, que es hablar de ella todo el tiempo.
—Bueno, pero vos en tu cuenta de Twitter hablás de la Presidenta...
—Yo caigo en muchos errores y éste fue uno de ellos. Yo por lo menos querría dejar de interesarme por la gestualidad de la Presidenta. Insisto, me parece que es una trampa. Eso hace que no nos interesemos por cuestiones más de fondo que están sucediendo. En cierta medida es lo que pasaba en los 90 con la supuesta “transgresión” de Carlos Menem, que hacía que habláramos de que se subía a la Ferrari o que jugaba al básquet, en vez de que se hablara de las pequeñas corruptelas, como la leche podrida. Ahora, de otra manera, estamos haciendo lo mismo. “¡Ay… le habló a Darín!.” “¡Ay…fue a recibir a la Fragata!” “¡Ay… dijo tal cosa!” Y mientras tanto están pasando cosas.
—¿Y por qué pensás que pasa eso? ¿Será que tiene una personalidad cautivante?
—No, porque es más fácil. Las cosas de las que habría que hablar no se pueden decir en los 140 caracteres de Twitter. En cambio este tipo de chicanas en las que estamos hundidos son ideales para eso.
—Muchos le dicen “soberbia”, ¿vos creés que ella es soberbia?
—Me da igual.
—¿Y qué le dirías a alguien que te dice “soberbio” a vos?
—No le diría nada. Me arreglaría el maquillaje, lo miraría a los ojos y vería qué puede pasar.

LOS PRIMEROS TRABAJOS
—Además de como actor, también estás incursionando en la fotografía...
—Sí. Saqué un libro, Pali- Pali. Yo de chiquito quería ser fotógrafo. Mi primer trabajo fue de fotógrafo. Un viejo fotógrafo de barrio me contrató para hacer “cabecitas”. Era la
cabeza de un bebé y las cabecitas de ese mismo bebé alrededor. Un día me echaron porque falté. Era la vuelta olímpica del colegio Nacional Buenos Aires y falté. Después conseguí que el director de un diario que se llamaba Noticias, Miguel Bonasso, me recibiera para darme trabajo. Me propuso volver en marzo (porque era diciembre y todavía no empezaba el trabajo) o quedarme esos tres meses de cadete. Yo acepté quedarme de cadete. Estuve dos meses sirviendo café. Y tuve un gran privilegio. Cortaba los cables de las teletipos. Poco después de eso un viejo periodista uruguayo me propuso hacer una notita. Yo tenía 16 años. La nota era sobre el hallazgo del pie izquierdo de un andinista japonés que se había perdido en el Aconcagua. Esa fue mi primera nota. En esa nota fue que alguien quiso corregirme algo y a mí me dio un ataque de furia. No quise ser bruto, pero parece que tiré una máquina de escribir al piso.
—Bastante punk eras. ¿Escribías bien?
—No, no escribía bien, pero era intolerante. Puede ser también la tristeza de haberme dado cuenta de que me había equivocado. No es que crea que nunca me equivoco. Me equivoco mucho. Y por eso me pongo más insoportable todavía. Porque detesto equivocarme, pero a la vez soy capaz de ver cuándo me equivoco.
—¿Y qué hacés cuando te das cuenta?

—­Me sorprendo. (Risas.) ¿Sabés lo que me sorprende, para serte honesto? ¿Qué cambió en mí en las últimas dos horas cuando miro un texto y veo que había hecho algo que está totalmente equivocado? ¿Por qué hace dos horas yo era este animal que podía escribir esto y ahora no? Debería haber una especie de continuidad entre uno y uno mismo, ¿no? El kirchnerismo y el miedo.

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