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martes, 25 de septiembre de 2012

ROSARIO: La Asociación El Círculo, sostén del gran teatro de la ciudad, cumple un siglo de prolífica vida


Hoy se cumplen cien años de que un grupo de rosarinos emprendedores diera origen a una entidad cuya fecunda permanencia la ha convertido en símbolo de la ciudad: la Asociación Cultural El Círculo, que con el tiempo se transformó en sostén del emblemático teatro. Un breve "racconto" de la historia de la institución, su significado y su proyección hacia el futuro.
La Capital | 
—¿Cómo surgió tan especial iniciativa?
La Asociación El Círculo, sostén del gran teatro de la ciudad, cumple un siglo de prolífica vida
—Estamos hablando de 1912. Ese año, en julio, se había inaugurado la Biblioteca Argentina. El acto de apertura fue amenizado con la presencia de un selecto grupo de música de cámara. Fue entonces que un grupo de entusiastas decidió crear el Círculo de la Biblioteca, el 25 de septiembre de ese año, hace exactamente un siglo. Es como si hubiera sido, digamos, una ONG de la época.
—¿Y en qué momento se vincula al teatro?
—El teatro El Círculo se llamaba, originalmente, La Opera. Había sido inaugurado en 1904 y era propiedad de un rico empresario llamado Emilio Schiffner. Sus herederos, gente de muchos recursos económicos que residía en Europa. insólitamente había decidido demolerlo. Era el año 1943 y el Círculo quería, justamente, construir una sede propia, por fuera de la Biblioteca. Tenía incluso el proyecto y un terreno que estaba por bulevar Oroño. Pero cuando surge la noticia de la demolición, la asociación cultural decidió comprarlo, descartando el proyecto anterior. El teatro se salvó por muy poco de la piqueta.
—¿Es por eso que hace poco le pusieron ese cartel que dice "salvado"?
—Claro, como un recuerdo del peligro que se corrió decidimos jugar con esa idea. Así como en algunas propiedades hay carteles de "se vende" sobre los cuales hay otro que dice "vendido", en este caso nosotros pusimos "demolición" y "salvado". Pero hay gente que no ve este último cartel, se asusta, viene y pregunta: "¿Lo van a demoler en serio?".
—¿Cuál era la actividad del Círculo en su primera época?
—Al principio se hizo eje en la lírica. La ópera estuvo muy de moda hasta 1920. Después surgió con mayor fuerza la música sinfónica, sobre todo romántica. E infinidad de actividades culturales: por ejemplo, se editó una revista muy importante, entre cuyos columnistas estaba el gran Angel Guido. Además, debe destacarse que desde siempre todo fue ad honórem: los que estamos aquí lo hacemos por amor al arte. Hay mucho voluntariado, mucha gente que ayuda.
—¿Y a partir de 1943, ya con el gran teatro?
—Vinieron los más grandes concertistas y directores de la época, nacionales e internacionales. La lista es inmensa. El Círculo fue siempre un lugar referencial y consagratorio. Hemos tratado de que no sea elitista, como lo es el Colón, donde la entrada a una ópera cuesta mil pesos y los abonos resultan inalcanzables. Nosotros somos más horizontales, buscamos otra apertura. Y a mucha gente le damos entrada gratuita, por eso somos una asociación cultural.
—¿Y cómo se mantienen?
—El Círculo es privado: no goza de ningún subsidio. Cuando llegan los turistas y ven el magnífico estado en que se encuentra, puesto en valor y remozado, no pueden creer que no goce de apoyo estatal. En los últimos tiempos se han hecho grandes inversiones, como la recuperación del histórico telón, la restauración de dos pianos de gran calidad, el café de la Opera. Y no olvidemos que hay que pagar los sueldos: tenemos veinte empleados. Y también cambiar las lamparitas (risas).
—¿Y la programación?
—Hay que trabajar duro. Nadie viene a tocarnos el timbre, hay que salir a buscar orquestas sinfónicas y de cámara, instrumentistas... Organizar óperas es un gran desafío. Ahora, por ejemplo, ya tenemos armada toda la programación del año que viene. Y no nos olvidemos de la plástica y la literatura: el ciclo de poesía, por ejemplo.
—No todo será un lecho de rosas...
—Para nada. A veces hay que superar obstáculos importantes. Y también ocurren cosas graciosas, como hace poco, cuando el intérprete de una ópera nos dijo que tenía pánico de salir a escena y no podía cantar. ¡Salimos a buscar un reemplazo por todas partes! Al final, lo conseguimos en Montevideo: hacía falta alguien que conociera el repertorio al dedillo. Le conseguimos un avión y llegó a Buenos Aires a las 19. La función empezaba a las 21. Batiendo récords por la autopista llegó para la segunda parte de la ópera... Salvados.

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