lunes, 27 de mayo de 2013

TOMAS BULAT: La década ganada y el año perdido

Mi primer auto fue un R11 de 1986 que se lo compré a un amigo casi nuevo. El auto lo vendí en 1996 cuando me fui a estudiar afuera. Toda una década de un auto que me trajo un montón de alegrías. Con él viaje al sur, mi primer viaje a Misiones y -por supuesto- la cotidianeidad de un Buenos Aires que no era tan caótico como ahora.
Como todo primer auto, al principio lo cuidaba mucho y en cuanto tenía algún problema, por mínimo que fuera, lo llevaba a arreglar. A medida que pasaba el tiempo, ya era menos sensible y en lugar de solucionarle lo que andaba mal, aprendía el truco para que funcionara igual. Entonces, para abrir la puerta, por ejemplo, primero había que empujar hacia adentro y luego hacia afuera. El capot se abría en tres tiempos y no dos. Una puerta trasera se abría sólo desde adentro porque no se podía desde afuera, y así sucesivamente.
Porque al principio era la puerta, pero un día tuve que frenar con el freno de mano porque se rompió el freno normal. Una mañana de mucho frío no hubo forma de que arrancara y tuve que ponerle agua caliente y empujarlo hasta que finalmente lo hizo.
Lo peor es que cada vez gastaba más dinero para mantenerlo en funcionamiento. Gastaba ya no sólo nafta sino aceite, agua destilada en el radiador, líquido de frenos, etc. Y por más plata que le ponía, cada tanto, algo dejaba de funcionar.
El año perdido
El auto andaba y cuando muchos insistían en que debía cambiarlo, les contaba la cantidad de alegrías que me había dado y que había tenido años de muy buen rendimiento. Todos me decían que ya las cosas no funcionaban y que cada vez andaba peor. Que era momento de cambiarlo antes de que se profundizara aún más su deterioro.
En 1994, hacia octubre, casi dos años antes de que cumpliera 10 años, un amigo me lo quiso comprar para que lo usara su hijo de 18 años. Era el tiempo de hacer un cambio, porque si bien en el pasado había sido muy bueno conmigo, lo cierto es que los problemas que ya tenía presagiaban que, o cambiaba el auto, o terminaría andando a pie y pagando fortunas por tener un auto parado.
Sin embargo me había ido tan bien con el R11, que no pensaba cambiarlo. Quizás necesitaba algunos ajustes, una sintonía fina. Así que no lo vendí y seguí haciendo con mi auto más de lo mismo. Seguía saliendo temprano de casa, para tener tiempo suficiente hasta hacerlo arrancar, lo llevaba en la ruta y cargaba aceite cada vez más seguido. Eso sí, me dejaba cada tanto en la calle (cada vez más seguido), pero siempre encontraba algún desconocido solidario que lo empujaba hasta hacerlo funcionar.
Mis amigos no me entendían. Ellos me decían “tenés que cambiar, mirá que ya no anda, cada vez tiene más problemas. Empezaste por la puerta que no abría y ahora te deja en la calle todo el tiempo. Hace más de un año que deberías haberlo cambiado”. Etcétera.
Cada vez que me decían eso, yo les contaba de mis viajes en los primeros años y lo bien que andaba el auto y cómo muchos de ellos que lo criticaban en ese momento, habían disfrutado de él en el pasado.
Es cierto que durante los últimos 18 meses mi auto no me dio demasiadas alegrías, cada vez funciona peor. Por lo que cada vez menos gente entiende mi actitud.
Sin embargo, para mí fue una gran década la que pasé con mi R11, aunque estos últimos meses la realidad me insista en mostrar que ya llevo más de un año perdido.

PD: Cualquier semejanza con la realidad económica actual es pura coincidencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario