lunes, 8 de octubre de 2012

ROSARIO: Perfil de un barrio donde los vecinos se hastiaron de convivir con la droga


El pasado 20 de septiembre vecinos del barrio Emaús, unas cuantas manzanas dispersas en la zona de Tarragona y Juan B. Justo, destruyeron un búnker de venta de drogas.
La Capital | 

Perfil de un barrio donde los vecinos se hastiaron de convivir con la droga
El pasado 20 de septiembre vecinos del barrio Emaús, unas cuantas manzanas dispersas en la zona de Tarragona y Juan B. Justo, destruyeron un búnker de venta de drogas. Junto a los ladrillos caídos aparecieron bochas de marihuana, balas, cuadernos con anotaciones y un altar al pagano San La Muerte. Quienes aporreaban las paredes vengaban la muerte de Pedro El monito Altamirano, que horas antes había caído en medio del barro de ese pasillo, rociado su cuerpo a balazos.
La zona, llamada "Fisherton pobre" hasta por sus propios habitantes, es un territorio delimitado por calles Tarragona, Juan B. Justo, Sánchez de Loria y Juan José Paso. Fue un enclave de inmigrantes desplazados por la pobreza que venían desde Chaco, Santiago del Estero y algunos desde Paraguay. El barrio se hizo a pulmón, creció rengo y dos núcleos familiares lo refundaron; los Carabajal y los Burgos, familias que en algún momento tuvieron conflictos con la ley, pero ya no los recuerdan.
Cambios. La muerte de El monito fue una más de tantas en los últimos dos años en la zona. Un viejo vecino cuenta con bronca: "El barrio cambió. Hay armas por todos lados. Entre 1999 y 2001 acá hubo un terremoto social, entró el narcotráfico como nunca y varios tranzas fueron armando una estructura que ahora es un pulpo. No hay menos de dos pasadores por cuadra y esto potencia a los reducidores de objetos robados. Los chicos roban cualquier cosa para poder consumir y algún vivo se las compra y revende", dice con la tristeza puesta en su cara.
El homicidio de El monito generó que en poco más de dos horas los vecinos destrozaran el búnker frente al cual ocurrió el hecho. Según cuentan, Pedro era un soldadito que "en el último tiempo se había abierto del negocio", pero que supo trabajar para El tuerto, un apodo que aparece por primera vez en la charla y resurgirá hasta convertirse en nombre y apellido.
Hace poco más de un año, a pocos metros de donde cayó El monito fue asesinado su sobrino. Se llamaba Iván y tenía 14 años. "Los chicos estaban muy mal con lo de Iván, sobre todo Nicolás, un pibe muy amigo de ellos que tuvo problemas con los narcos y estaba deprimido. Una vez me dijo: «¿Para qué me voy a ir del barrio? O me bajan o los bajo»", recordó otro vecino que habló con La Capital.
Los nombres se suman, duelen como astillas, como una infección: "Entre este año y el pasado mataron a El cuchi, Rodri, Papato, Matías, y golpearon fuerte a Dieguito, de 12 años", dice una madre que está pálida y no quiere dar su nombre.
Organizado. "Acá está jugando el delito organizado. Estos tipos les dan plata a la gente, la ayudan, le dan trabajo de soldaditos o para cuidar los autos de la gente que viene a comprar. Son un cáncer que se come todo de a poco", considera otra vecina a la cual el miedo la hace mirar a todos lados desde la puerta de su casa. Y que se altera cuando pasa una moto con dos pibes.
"Antes los chicos eran unos señores, iban a la escuela, te decían «doña» y te respetaban. Pero ahora que entró esto no hay paz. Parecen bobos por consumir. Hay un montón que trabaja para estos tipos y casi ninguno pasó de séptimo grado", cuenta otra madre que tampoco da nombre ni quiere fotos y hace rápida memoria con sus dedos: cuenta cada chico de su cuadra que abandonó la escuela, la suma da cinco y todos antes de llegar a sexto grado.
Adorno. Al barrio ingresan dos líneas de colectivos, la 115 y la 142. El mes anterior los choferes de la primera fueron víctimas de una veintena de robos y el municipio los autorizó a no levantar pasajeros a partir de Eva Perón y Donado. La otra línea cruza como una tromba amarilla por Sánchez de Loria y se detiene en las esquinas según el aspecto de los potenciales pasajeros.
La tarde del jueves en que murió El monito un auto negro con vidrios polarizados apareció por "el medio" del barrio. Aminoró la velocidad al pasar por el búnker y una ráfaga de balas sacudió al adolescente. "Buscaban a otro. Son los de El tuerto", agregó otro vecino. Y el apodo vuelve a la charla.
"El tuerto movía mucha plata por día y andaba sin problemas porque adornaba a la policía", dijo un chico el día que derrumbaron el búnker. Y aseguró que un quiosco cercano a La República y Cullen también estaba a cargo de El tuerto pero lo allanaron dos meses antes. Allí se encontró en febrero de 2008 la primera cocina de cocaína. En la zona es común ver vehículos de todo tipo, marca, año y color buscando drogas.
Comerciante. Se llama Gustavo C. y un parche en el ojo explica su apodo: El tuerto. Lo describen como petiso, robusto, morocho y de unos 40 años. En el barrio dicen que es dueño de un comercio en Eva Perón al 6900. "Lo conozco hace mucho. Era ladrón de autos y montó esto hace bastante tiempo en el barrio Emaús. Tiene negocios con todos", sostuvo un viejo policía que supo caminar la zona.
Pero Gustavo C., además de tener montada una organización narco, juega otro papel en el barrio y en ese escenario quiere estar solo. "No quiere que le molesten a sus clientes, por eso mandó a matar y después amenazó a Nicolás, para él iban las balas, no para Altamirano. A Nico le dieron una moto dos soldaditos de El tuerto: El gordo Ale V. y Cristian Ch. Era una Yamaha YBR125 y Nico les pagó unos cinco mil pesos. Pero lo que faltaba no lo pudo pagar más y se la sacaron. Además decían que él les robaba a los clientes que venían a comprar al búnker. Ahora se fue de la ciudad", dice un chico allegado al tema.
Juguetes para todos. El barrio cuenta historias nuevas de El tuerto: "Te ayuda, te da plata, te trae comida. Hace dos años, para el Día del Niño, repartió juguetes nuevos, bicicletas y pelotas de fútbol", comenta un vecino que sabe que Gustavo C. "vive en un country de Funes. La gente del barrio lo vio entrar ahí con la 4x4 y también vieron el cuatriciclo que tiene".
Durante años el barrio fue de bocas que no hablaban y ojos que no veían. Territorio del miedo, pero "ya es insoportable, queremos vivir", dice la gente con bronca y temor.
"Los que venían a comprar drogas son de plata. Había colas de mujeres grandes, nenas bien vestidas, autos carísimos y motos nuevas. El lugar lo cuidaba El pelado. Los precios de las dosis de cocaína iban de 20 a 100 pesos, según calidad y gramos. Todos veíamos desde calle Tarragona como venía el móvil de la 17ª a buscar la plata. Ahora dicen que el búnker lo abrieron en pasaje Urdinarraín y Colombres", cuenta el grupo de madres de corazón duro que protege, como puede, a sus hijos.
El dinero ofrecido a los chicos que son soldaditos o distribuidores es alto. "Entre 150 y 250 pesos por día. Lo que pasa es que ganaban mucho y con esto de que los vecinos le rompieron el lugar El tuerto está reloco. Dicen que en el quiosco había como 50 mil pesos". La tarde en que el búnker fue derribado, ese 20 de septiembre, abundó dinero en el barrio y más de un asado brilló a las brasas esa noche.
Ellos, los que hablan, no son conscientes de lo que hicieron. Pero no dudaron en hacerlo. "¿Por qué rompimos el búnker? Porque ya era insoportable. Si no aprovechábamos ese día no lo hacíamos nunca más. No te podés ni parar en la esquina que te arrebatan, te aprietan. Ahora, al menos por unos días, hay tranquilidad. Pero no sabemos por cuánto tiempo", coinciden madres y vecinos que quieren que sus hijos crezcan, que no mueran, que lleguen a un paso más, al menos, de lo que llegaron ellos. Son los mismos que rompieron ese búnker y quieren ver a "los chicos en la escuela".

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