miércoles, 11 de abril de 2012

SANTA FE: Arrebatos: a toda hora, en todas partes

Son pequeños actos delictivos, muchas veces no deparan mayor daño que la quita de un bolso con unos pocos pesos, la mayoría de ellos ni se denuncia. Pero se trata de un delito tan extendido que ahora no sabe de horarios, barrios, víctimas. Hay quejas de vecinos en todos los barrios de la ciudad, aunque parece que hay sitios que presentan más recurrencia.

 

 No hay un registro exacto de cuántos arrebatos se producen por día en la ciudad ni puede haberlo: la inmensa mayoría ni lo denuncia. En el mejor de los casos, se llama al Comando más bien parra describir al delincuente que termina de robar una cartera, unas zapatillas, un celular. Hay una especie de “naturalización” del delito, y peor, hasta una “resignación”, por cuanto en general, tras la primera conmoción, la víctima entiende que “la sacó barata”.

Por cierto: no siempre la saca barata. Un arrebato puede terminar con un anciano por el piso, con una quebradura, con golpes y hasta con un asesinato, si el ladrón tiene un arma o si la agresión deviene en una lesión grave. Tal fue el caso del denominado caso Brondino, por el apellido de Marianela, una chica de 25 años a la que quisieron arrebatarle la cartera, cayó pesadamente y falleció. El 28 de este mes, se cumplen dos años de ese crimen impune: nunca encontraron a los culpables...

Pero por lo general, puede suceder que no tengan un arma, sino sólo la decisión de hacerlo y algún medio de escape: moto, bicicleta, a la carrera. Eligen al voleo una víctima: suelen ser ancianos, mujeres de cualquier edad y niños, aunque cuando actúa más de uno pueden animarse también con un hombre, que a priori representaría una presunta mayor oposición.

A toda hora

Antes, el arrebato se perpetraba preferentemente con las primeras horas de la noche, al filo del cierre del comercio. Aprovechaban y aprovechan la vuelta del trabajo, la ida al almacén de barrio de a la vuelta y en fin y cualquier acción en la calle que les ponga a una persona en situación de potencial candidato para sacarle “algo”.

Ese algo, además, se sabe, siempre será una minucia, unos pocos pesos. Muchas veces es más el daño físico y sobre todo psicológico (a veces también administrativo: hay que denunciar tarjetas, volver a hacer documentos, entre otras) que el material. Pero el ladrón sabe que después de dos o tres golpes certeros, en un rato hará “la diaria”.

Tienen estos pequeños robos una enorme y silenciosa secuela, por cuanto hacen palpable la “sensación” de inseguridad y dejan en las víctimas una preocupación constante, una angustia que a veces puede degenerar en fobias.

El mayor daño es en la autoestima: personas que viven con miedo, que no salen de sus casas, que no pueden ser dueñas de su tiempo y de su espacio. Cuando el niño es la víctima, esa secuela puede ser una huella negativa para toda su vida.

Pero la noche no es el único horario: también la siesta es propicia para los arrebatadores: mucha gente vuelve en solitario a su casa, se baja de un colectivo, camina unas cuadras.

Y cuando hay intención de arrebato, no importa que la comisaría o la seguridad del hogar se encuentre a pocos metros: se trata de un segundo, de un manotazo, en el mejor o peor de los casos, de un forcejeo. El arrebatador cuenta con el factor sorpresa y hasta con el oficio: va directo al objeto y tira de él con fuerza. Y generalmente, consigue su objetivo en cuestión de segundos. Todo el hecho no dura, no puede durar más de dos minutos; casi siempre menos.

Lugares: todos los lugares

Hay sitios que tradicionalmente son peligrosos, pero hoy no hay un sitio a salvo. El arrebatador suele moverse en moto, y entonces puede golpear en cualquier parte, lejos de la zona periférica incluso.

En barrio 7 Jefes es famosa una motito azul cuyos dos ocupantes han arrebatado y golpeado sistemáticamente a decenas de mujeres. En barrio Candioti, también los arrebatos ocurren a menudo. En el centro, son comunes, cerca de los cajeros, cerca de los colegios y facultades, en las paradas de colectivos.

En la zona de la Católica, apuntan también; en la placita San José, en López y Planes. En la ciclovía, dice otro. En la zona de vías, dicen otros. En barrio Roma, en Barranquitas. Se puede hacer un ejercicio fácil: hay que preguntar en el trabajo, en cualquier trabajo o en cualquier reunión de amigos o de familia: todos tuvieron algún episodio de modo directo o conocen a alguien que lo tuvo.

Esos pequeños delitos, que en algún momento alguien rebajó a la categoría de mera rapiña -casi una travesura- han armado una red de miedo y de cuidados, de impotencia y de bronca, algo parecido a la impunidad. es que entre tanto episodio reiterado, parece que también nos arrebataron la seguridad.

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