domingo, 8 de abril de 2012

ROSARIO: Un barrio que resiste el insistente desembarco de quioscos de droga

Vecinos de un sector de Ludueña volvieron a destruir un \"búnker\" por segunda vez en tres días. Afirman que \"los narcos ofrecen plata para comprar ranchos\" y amenazan a quienes se oponen.

Es una lonja de 900 metros al lado de la vía, que va de Cullen a Casilda y se la conoce como "una" de las villas de barrio Ludueña. Los vecinos del sector se cansaron de los transas, como los llaman, y ya destruyeron dos búnkers de venta de droga en menos de tres días. Sin embargo, los narcotraficantes no quieren abandonar ese territorio ganado y no dudaron en amenazar a los vecinos con que iban a "quemar 30 ranchos".
El barrio parece sublevado, los pobres no quieren ser míseros ni estigmatizados. "No queremos más narcos que nos maten a los chicos", dicen en rebelión mujeres y hombres amenazados por un grupo de narcos que el martes fue echado de un quiosco de venta de drogas en Tupac Amaru y Garzón.
Pero los delincuentes vuelven y ofrecen dinero. Así compraron un ranchito de lata en Cullen y Tupac Amaru —a 200 metros del quiosco que fue quemado el lunes pasado— para construir otro local de venta de drogas.
Fue en ese marco que amenazaron a los vecinos. "Nos decían que si no los dejábamos poner el quiosco nos iban a quemar los ranchos".
Estallido. Los hechos se iniciaron el lunes pasado, cuando más de cien vecinos protagonizaron una rebelión contra un quiosco de drogas de Tupac Amaru y Garzón, y le prendieron fuego luego de que un soldadito de muy corta edad empezara a disparar en una cancha de fútbol de Campbell y Barra e hiriera a Ricardo T., un joven del barrio que recibió dos balazos en el pecho.
El estallido se desató la tarde del lunes y para controlarlo intervinieron efectivos de las comisarías 12ª y 14ª, además de los bomberos. Al finalizar la jornada se contabilizaban un detenido, dos prófugos, un búnker incendiado y un centro comunitario destruido y saqueado por los vecinos. Estos sostuvieron que desde ese lugar también "se vendían drogas".
En aquel búnker arrasado se encontraron al menos tres cartuchos de escopeta calibre 16. En el centro comunitario Vecinos Unidos, que estaba junto al quiosco, los vecinos se apoderaron de documentación que acredita el trabajo social realizado por quien lo administraría, Mónica Beatriz E.
Las planillas y los DNI, al igual que los cartuchos, seguían ayer en manos de los vecinos. "Ella también los cubría", es el secreto a voces en esas cuadras caprichosas surcadas de pasillos y zanjas con agua servida.
Otra vez. Dos días con sus noches transcurrieron con cierta calma, pero el jueves los narcotraficantes volvieron al lugar. "Amenazaron a la gente que vive cerca del quiosco que les rompimos. A un hombre le dijeron que le iban a abrir la panza si los denunciaba" contó Ana, una antigua vecina. "Yo les paré el carro, a mí no me van a decir lo que hay que hace. Nadie los quiere, ni siquiera los pibes del barrio que consumen", dijo otra vecina de la zona.
El mismo jueves los narcos recorrieron el lugar. Siempre van cuando cae el sol. Esa noche ofrecían de 4.000 a 6.000 pesos, una moto y una casa, en Magallanes y Solís, a cambio de un sitio donde poder poner un búnker.
Inmobiliaria. Lo informal de las operaciones inmobiliarias dan cuenta de la realidad de estos pasillos. "Los narcos le compraron una casa a una piba y ella se las vendió. Pero además le vendió la misma casa a su hermana. La piba se llevó un montón de plata", ahondaron unas vecinas.
Pero sucedió que la muchacha que compró el ranchito se mudó el jueves y el viernes al atardecer tuvo visitas no esperadas. "Me dijeron que ellos también habían comprado la casa —piso de concreto y chapas acanaladas— y me sacaron. Tengo miedo", dijo la compradora del inmueble, de unos 20 años y más flaca que su sombra. Su bebé tiene seis meses y mira su mundo acurrucado en el regazo.
Esa tarde los narcos dejaron a otra chica en la casa que decían haber comprado por 6.000 pesos. "El transa dejó a una piba con dos nenitos. Pero después volvió para romper todo, sacar las chapas y levantar el quiosco. Entonces la piba se fue", contó Claudia, otra vecina.
Cerca de las 20 la joven se refugió en la casa de otra hermana, a metros del ranchito vendido dos veces. A esa misma hora aparecieron montados en motos y autos cinco hombres con masas y martillos dispuestos a echar abajo las chapas y construir un búnker de ladrillos. Pero los vecinos no los dejaron y llamaron a la policía.
Los malvivientes se fueron pero un par de horas después estaban allí nuevamente. "Viene uno al que le dicen Walter el Gigantón. Ese tiene auto pero otros andaban en una Suzuki 100 roja. Paraban por Tupac Amaru y nos decían que nos iban a quemar todo y que tenían banca", arriesgó un muchacho que no quiso dar su nombre y cubría su cara con una gorra.
Finalmente los malvivientes no volvieron y los vecinos, indignados pero con mucha garra, se dirigían ayer a hacer la denuncia en la seccional 12ª (ver aparte). "Ellos están arreglados con los narcos, porque estos son los mismos que tenían el búnker en Tupac y Garzón. Pero al menos dejamos constancia, si no vamos directo a tribunales. No queremos que haya más de esos tipos en el barrio. No es por nosotros, es por los chicos", dicen casi al mismo tiempo varios de los vecinos, en su mayoría mujeres que cuidan a su cría.
De compras. En tanto, las anécdotas en el barrio se suceden, pero no son graciosas. "Ayer vino uno a comprar en una bicicleta linda. Los pibes le dijeron que no se vendía más y le sacaron la bici, la plata y las zapatillas. Ese no vuelve", contaron. Y de sus dichos se infiere una realidad compleja.
Otros suponen que lo que buscan los narcos es un dinero que quedó dando vueltas la tarde en que los vecinos quemaron el quiosco de Tupac y Garzón. "Ese día en el lugar había como 15 mil pesos. Alguien se los llevó y a la noche en el barrio se hicieron unos asados bárbaros", cuentan. Pero es posible que este hecho, con los años, sea un mito urbano de la villa de Ludueña.
Una villa que quiere ser un barrio y en el que viven cinco mil personas está de pie. Allí las vecinas cuidan lo único que tienen: sus hijos. Y el resto cuida su vida y su dignidad de pobres que al menos les dé la esperanza de "no morir en un callejón sin tener nada que ver y en manos de estos guachos".

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